Aunque son muchos los individuos que afirman sufrir alergias alimentarias, la realidad es que habitualmente no es algo común. Si se preguntase en forma de encuesta a un grupo de individuos cuántos saben o creen saber que sufren una alergia alimentaria, aproximadamente el 20% de ellos lo afirmarían. Y, sin embargo, la mitad de ellos estaría equivocado.

Al menos en Estados Unidos, un país con más de 300 millones de habitantes, solo 1 de cada 10 individuos sufre realmente alguna de las alergias alimentarias conocidas actualmente, según un nuevo trabajo publicado en JAMA Network Open, donde se analizó a más de 40.000 individuos en todo el país.

Alergias alimentarias o intolerancias: Diferencias importantes

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Según esta nueva investigación, hasta el 19% de los encuestados afirmaban sin dudar que eran alérgicos a ciertos alimentos, pero no experimentaban las reacciones físicas típicas asociadas a las alergias alimentarias comunes. Esto no significa que las alergias alimentarias sean un invento mental, ni mucho menos, sino más bien un error de concepto por parte de la población general.

Una alergia alimentaria puede ser potencialmente mortal, y no saber reconocer sus riesgos y autodiagnosticarse sin consultar a un profesional médico puede inducir a error, como bien recuerdan los autores en su trabajo.

Según los mismos investigadores, dirigidos por el Dr. Ruchi Gupta, pediatra y profesor de pediatría de la Northwestern University School of Medicine, es probable que estos individuos experimentasen signos de intolerancias alimentarias u otras afecciones relacionadas con los alimentos, y no alergias alimentarias al uso.

Dentro de las alergias, se produce una respuesta del sistema inmune frente a un desencadenante que se percibe como una amenaza, aunque no lo es.  Concretamente, en las alergias alimentarias, siendo las más comunes las alergias a frutos secos, legumbres, huevo o mariscos, pueden producirse multitud de reacciones que pueden variar entre individuos, según aseguran los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC).

Tanto en una reacción alérgica normal como en el caso de las alergias alimentarias es posible sufrir síntomas como urticaria, picazón, hinchazón de nariz o de garganta, y náuseas, vómitos y/o dolor estomacal. En reacciones alérgicas graves, es posible llegar a la anafilaxia, un estado de shock donde se produce una disminución grave de la presión arterial y un cierre brusco de las vías respiratorias, siendo el caso potencialmente mortal.

En el caso de los Estados Unidos, la sustancia alérgena más común (afectando a 7 millones de individuos) es el marisco, seguido por la leche (5 millones de individuos) y el maní o cacahuete (5 millones de individuos). Otros alérgenos conocidos son los frutos secos, el pescado, los huevos, el trigo, la soja y el sésamo, según los investigadores.

Por otro lado, destaca el caso de las alergias heredaradas o adquiridas, como el extraño caso de la alergia a la carne roja causada por una picadura de garrapata, o el caso del agricultor que acabó desarrollando una alergia a la piel de cebolla tras toda una vida expuesto a las mismas. Aunque estos son casos peculiares, no es raro desarrollar una alergia en la edad adulta, según los investigadores: el 48% de los individuos con alergias reales catalogadas en este trabajo las desarrollaron en la edad adulta, y no en la infancia como se suele pensar.

Lactosa y gluten: Las intolerancias no son alergias alimentarias

Aunque la alergia a la leche existe de verdad, es mucho más común la intolerancia a la lactosa, una reacción digestiva totalmente diferente.

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En la intolerancia a la lactosa, este “azúcar” (un disacárido) no es correctamente digerido por el intestino grueso, liberando sustancias de desecho como metano y algunos ácidos, que darán lugar en consecuencia a los típicos síntomas de dolor abdominal, hinchazón, espasmos, náuseas, vómitos y sobre todo diarrea. Actualmente se especula que hasta un 70% de la población podría sufrir dicha intolerancia, sobre todo en los casos de adultos de origen asiático, africano o nativos americanos.

Para diagnosticar una intolerancia a la lactosa, es posible realizar una prueba denominada test de hidrógeno en el aliento, el cual cuantifica la presencia de hidrógeno, uno de los desechos de la lactosa. Sin embargo, es más común intentar retirar los productos con lactosa de la dieta y probar la tolerancia a los mismos sin realizar prueba alguna.

En el caso de la alergia a la leche, se produce una alergia a las proteínas de la leche de vaca (PLV), y no a la lactosa como tal. Los síntomas suelen iniciarse en los tres primeros años de vida y pueden llegar a desaparecer a los cuatro años. Los síntomas son similares a una intolerancia a la lactosa, pero con el factor añadido de la posible anafilaxia tras consumir leche, como ya hemos comentado anteriormente.

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Por su parte, está el gluten, dentro del cual podemos diferenciar la alergia, la intolerancia y la “sensibilidad” al gluten (esta última muy polémica actualmente).

Dentro de la alergia, no existe una clara alergia al gluten por sí mismo, sino una alergia al trigo (fácilmente confundible con la intolerancia al gluten o enfermedad celíaca), dentro de la cual sí es posible sufrir síntomas alérgicos e incluso una anafilaxia como ya hemos comentado. En este caso, sí es posible consumir el resto de cereales, algunos de los cuales sí contienen gluten. Si se es intolerante al gluten, esto no sería posible.

En el caso de la intolerancia al gluten o enfermedad celíaca, el sistema inmune ataca al revestimiento del intestino delgado cuando contacta con un alimento con gluten, una proteína que se encuentra en diversos tipos de cereales. Aunque tan solo afecta al 1% de la población, actualmente hasta el 12% de los individuos asegura sufrir algún nivel de intolerancia a esta proteína. Es lo que actualmente se conoce como sensibilidad al gluten. En el caso de la intolerancia o celiaquía, los síntomas son similares a la intolerancia a la lactosa, pero su diagnóstico está más protocolizado, pudiendo detectarse signos en un análisis de sangre o bien realizando biópsias intestinales. El tratamiento, como en el caso de la lactosa, es cesar el consumo de alimentos con gluten.

Finalmente, la sensibilidad al gluten es un caso polémico, llegando a existir estudios que afirman que se trata de un “engaño del cerebro“, dado que se demostró que algunos individuos sufren dolor abdominal, hinchazón, náuseas y diarrea consumiendo alimentos sin gluten, cuando creían que sí llevaba gluten. Es el denominado efecto nocebo, o situación donde se produce un empeoramiento de la salud tan solo por tener expectativas de que podemos empeorar.

Por otro lado, estudios más recientes afirman que habría otro factor a tener en cuenta entro de esta sensibilidad al gluten: los fructanos, moléculas presentes en el trigo, pero también en otros alimentos que no contienen gluten pero sí provocan sintomatología gastrointestinal a determinados individuos que se autodiagnostican como “sensibles al gluten”. Por el momento, se trata de una posible variante de la enfermedad celíaca, pero aún queda mucha investigación que realizar al respecto.

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