"Me recetaron Orfidal (nombre comercial del lorazepam) por la ansiedad que me provocan los estudios. Una vez que el médico me lo prescribió, desarrollé una adicción importante. No eran dosis altas, pero sí continuadas. Naturalicé llevar conmigo el Orfidal cuando iba de viaje, a algún evento importante, etc. Así durante cuatro años. ¿Cómo conseguía las pastillas? Por varios caminos. A veces por mi abuela, a veces por mi hermano, que su suegra es psiquiatra; a veces se lo pedía a mi médico de cabecera exagerando y, a veces, a contactos".
Este es uno de las decenas de testimonios que se acumulan en un conocido foro español hablando sobre benzodiacepinas, medicamentos con poder antiepiléptico, ansiolítico, hipnótico y relajante muscular. Los relatos son un exponente más del problema que tiene España respecto a estas sustancias. Somos el primer país del mundo en su consumo. Y la cosa se complica. Según denuncian asociaciones de profesionales, su ingesta sin receta va in crescendo.
Lo avisaba el pasado mes de junio el Grupo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), que dedicó una charla entera al problema de estas sustancias en su Congreso Nacional. Reconocen que no es algo muy común, pero desde las consultas han comprobado que cada vez son más los que toman estas pastillas sin pauta médica. ¿Cómo es posible? Las consiguen a través de amigos o familiares o directamente en le mercado negro.
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Los motivos para la búsqueda acuciante de estos fármacos son varios. Por un lado, para muchos es la solución a uno de los mayores males de nuestra sociedad: la ansiedad. Según la última Encuesta de Salud Europea en España (2021), un 5,8% de la población convive con este problema de forma crónica. "Para mí, eran las pastillas de la felicidad, me la tomaba y ya sabía que podía seguir con mi día a día", cuenta Carlos, diagnosticado de ansiedad y depresión hace unos años.
Por otro, está la facilidad de acceso a estas pastillas sin necesidad de receta médica. Lo demuestra el hecho de que la propia SEMG hizo un llamamiento para "retirar este tipo de fármacos del botiquín de casa". Porque cuando se habla de consumo sin receta no se alude a un mercado negro —que también lo hay— sino al tráfico de pastillas entre familiares y amigos.
"Desde mi experiencia te puedo contar que hay personas mayores que tienen en la cartilla estas pastillas y que jamás se les revisa, por lo que siguen dándoselas y dándoselas. Con lo cual, estas personas pueden convertirse en camellos para sus hijos, familiares, amigos y vecinos", relata Marta (nombre ficticio de una joven que no quiere revelar su verdadera identidad) a EL ESPAÑOL.
Falta de concienciación
Según la última Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España, el 3,6% de la población española entre 15 a 64 años admite haber consumido hipnosedantes sin receta alguna vez en su vida. Es más de un millón de personas. Atendiendo al último año, el porcentaje baja al 1,2%.
Los expertos consultados por este periódico no saben si la cifra real es más o menos que la oficial. Es muy complicado averiguar si una caja que se ha dispensado de forma legal acaba transformada en alijo. Lo que sí aseveran es que es una práctica bastante común. "No hay mucho seguimiento a la hora de tomar estas pastillas", detalla Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. "En España, no se le da importancia a su consumo", sentencia.
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Entre los principales efectos negativos de las benzodiacepinas están el aumento de la mortalidad general entre sus consumidores habituales, la debilidad muscular, ataxia, sedación y alteraciones de memoria y de las fases del sueño. Como explica Cano Vindel, la otra parte mala de estas pastillas, que los médicos consideran útiles en momentos puntuales, es su normalización para tratar la ansiedad o el insomnio, lo que las confiere carácter de falso gurú: creer que pueden resolver todos tus problemas de una forma rápida y sencilla.
La historia encaja con la que cuenta Luisa a este periódico, una joven de 31 años que toma el diazepam que le recetan a su padre — a él para el dolor— cuanto tiene picos de ansiedad. Marcos también ha cogido pastillas del cajón de madre sin que ella se enterara. En su situación, se junta una ruptura con unos turnos de trabajo que no le dejan dormir.
Ante la pregunta de por qué recurrir a esto y no a un profesional, la respuesta de ambos es la misma: es casi imposible acceder a un psicólogo en la sanidad pública. "Necesitas algo que te ayude en ese momento", aclara Marcos. También creen que, de ir al médico, les acabarían prescribiendo esto mismo, algo que debido a la saturación del sistema, tiende a ser así.
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"Cuando el médico tiene delante de él a alguien diciéndole que está mal, a veces no tiene más que ofrecerle que una pastilla. Si no dispone de psicólogo de atención primaria, lo único que puede hacer es ponerse hablar con él, pero tampoco tiene tiempo", visualiza el catedrático de Psicología. En el propio congreso de la SEMG se reconocía este problema: "Los apenas cinco minutos por paciente también pueden influir en el abuso de psicofármacos".
Bronca en la farmacia
Acudir al médico de cabecera suele ser la forma más fácil de conseguir estas pastillas. "Exagera un poquito y ya", recomiendan en los foros. Pero hay veces que ni con esas cuela y hay que buscar otras vías. Guillermo Martín, farmacéutico y divulgador en redes sociales bajo el sobrenombre de @Farmaenfurecida, comenta que es "muy habitual" que acuda gente a la farmacia a intentar comprarlas sin receta. La ley lo prohíbe taxativamente. "Junto con los antibióticos, es el medicamento que más problemas nos da", concede. "Cuando no se lo vendes sin receta, suelen armar bronca".
A la par, añade un dato interesante. También es muy usual que vaya gente a la farmacia para pedir su receta antes de tiempo: "Es un medicamento que se consume en exceso".
El mercado negro es otra de las vías de acceso a las pastillas. El propio Martín se ha topado con anuncios que venden Orfidal o diazepam a más de cien euros la caja. "Tienen mucha demanda en el mercado negro", confiesa. Es algo que sabe que se hace de toda la vida, pero las nuevas tecnologías han abierto el tráfico a vías insospechadas.
Acompañando al mercado negro están las operaciones policiales de desarticulación de organizaciones criminales dedicadas a la falsificación de recetas médicas para adquirir benzodiacepinas. La última detención conocida en esta línea se produjo en mayo de este año en Alicante. De hecho, desde 2017 existe una alerta del Muy Ilustre Colegio Oficial de Farmacéuticos de Valencia (MICOF) para que los profesionales estén al tanto de este delito.
Según explica la Policía Nacional de la Unidad de Drogas y Grupo Organizado (UDYCO), algunas de estas recetas van destinadas al uso recreativo. "No es usual, pero después de una fiesta con sustancias estimulantes, hay personas que utilizan las benzodiacepinas para frenar la estimulación y así evitar los efectos de los estimulantes sobre el sueño", exhorta Claudio Vidal, director estatal de Energy Control, dedicada a la información, asesoramiento y análisis de sustancias para la gestión de placeres y riesgos. "Nosotros solemos desaconsejar esta práctica".
Desde la entidad indican que la prevalencia del uso de hipnosedantes sin receta, según sus datos, puede ser algo mayor que lo que indican las cifras oficiales, pero matizan que sus datos no se pueden extrapolar a la población general.
"Cuando estás mal, echas mano de lo que sea". Así resume Marta toda esta situación. Como profesional, Antonio Cano Vindel es consciente de la angustia que nos rodea y de que la problemática pasa por todas las aristas que se han tocado: falta de educación emocional, necesidad de rapidez, un sistema saturado y poco control en la prescripción. Con todo ello, no puede evitar lamentar que más de un millón de españoles hayan decidido alguna vez en su vida tomar un ansiolítico sin receta. "Con la pastilla se puede pasar menos mal el tiempo que dura el efecto, pero el problema seguirá ahí", termina.
*Los nombres de los testimonios personales han sido modificados a petición de los entrevistados.