"Como yo siempre he sido un poco nervioso, la médico de cabecera me recetó lexatin. Yo me lo tomaba en algunas temporadas y lo dejaba. Luego, con la pandemia, me prescribió también diazepam y cuando estuve confinado empecé a tomarlo todo un poco a lo bruto. Me tomaba un diazepam, luego otro, lo combinaba con lexatin… Lo hice todo de una manera muy loca y sabía que no tenía que haberlo hecho así. Cuando terminó el confinamiento, paré de tomar todo y me pegó como una especie de síndrome de abstinencia bastante fuerte. Estuve dos o tres días que no dormía, tenía mucha ansiedad… Incluso en el trabajo hubo un momento en el que comencé a ver doble y todo. Lo dejé de golpe y mal".
Este es el relato de Pablo -nombre ficticio-, un hombre que, debido a sus problemas con el estrés y la ansiedad, terminó metido en la espiral de las benzodiacepinas, medicamentos que se suelen recetar para este tipo de dolencias porque disminuyen la excitación neuronal, tienen poder antiepiléptico, ansiolítico, hipnótico y relajante muscular. "He llegado a tomar estas pastillas como si fueran gominolas", confiesa.
Esas propiedades, junto con su efecto inmediato, han hecho que sean un fármaco de lo más común en la sociedad española, tanto que, según el último informe que publica la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas, España vuelve a ocupar el puesto número uno a nivel mundial en el consumo de estos ansiolíticos, que incluyen en su grupo al diazepam (valium), lorazepam, bromazepam (lexatin), clonazepam (rivotril), flunitrazepam (rohypnol), temazepam, triazolam, oxazepam, flurazepam y midazolam.
Según el informe de Prestación Farmacéutica en el Sistema Nacional de Salud, los ansiolíticos derivados de la benzodiazepina vendieron, en 2019, 53.331 envases, lo que les otorga el tercer puesto de fármacos más dispensados, por detrás de los antiulcerosos y los hipolipemiantes. Más actualizados son los datos de la Agencia Española del Medicamento, que dibujan una realidad similar. En 2021, por cada 1.000 habitantes, se consumieron 59 dosis al día de ansiolíticos, una cifra que ha crecido respecto 2020 (57) y 2019 (55).
Mujer mayor de 65
El problema de estos números es que la historia de Pablo no es un caso aislado. Como señala Víctor Pérez-Sola, psiquiatra y vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría y Salud Mental, "las vivencias con este fármaco han demostrado que tiene un potencial de abuso importante". "Hay muchos que, por desgracia, acaban teniendo problemas de dependencia", sentencia. Además, el profesional explica que también tienen otras consecuencias negativas, como la degeneración del sistema cognitivo y el incremento del riesgo de caídas.
Esto último es algo que se da sobre todo en gente mayor, que es, precisamente, el perfil más asiduo de consumidor. Según la última Encuesta Nacional de Salud Mental, la toma de antidepresivos y tranquilizantes es tres veces mayor en mujeres de 65 y más años, la misma conclusión a la que llegó un estudio de Lleida sobre el uso de benzodiacepinas en la región.
"Por qué la edad media y la gente que más consume son mujeres mayores", lanza al aire Vicente Baos, médico de atención primaria en el Centro de Salud Collado Villalba-Pueblo. "Porque las mujeres, de alguna manera, han estado más expuestas a dificultades en la vida diaria, que les han generado sufrimiento y ansiedad", prosigue el facultativo.
Baos, además, abre un melón bastante polémico en el consumo de benzodiacepinas, su prescripción desde atención primaria. Por ejemplo, Pablo pudo acceder al lexatin y al diazepam porque su médico de cabecera le recetó ambos medicamentos sin fecha límite y, según denuncia, sin que le advirtiera de los riesgos del diazepam, mientras que, según las recomendaciones sanitarias, su consumo no debe exceder las cuatro semanas, como detalla esta guía elaborada por el Ministerio de Sanidad.
Poder sobrevivir
Ana Henche, médica especialista en el tratamiento de adicciones, ve como la mayoría de las personas a las que atiende han podido acceder a las benzodiacepinas porque se las ha prescrito su médico. "Se recetan y muchas veces nadie se acuerda de quitarlas y ahí se quedan".
Baos no niega que en algún caso sea así, pero desde su experiencia y lo que sabe de la profesión afirma que se intenta controlar siempre la dispensa de estos medicamentos. "Claro que se señala a los médicos de familia, pero realmente somos los que recibimos el impacto de una sociedad que ha salido enferma por culpa del sistema social y estos medicamentos hacen que la gente pueda sobrevivir", denuncia este médico. "A veces digo, a modo de broma, que con las benzodiacepinas no habría habido Revolución Francesa, porque la gente canaliza la indignación en forma de violencia. Ahora, con ellas estamos en un modo pasivo para aguantar todos los problemas que tenemos encima".
Mientras, Víctor Pérez-Sola echa un capote a los médicos de familia: "En varias ocasiones, los médicos de atención primaria acaban prescribiendo fármacos que no los han impuesto ellos, sino que vienen pautados de otros especialistas, como pueden ser los psiquiatras".
Un sistema saturado
El experto, además, reconoce que muchas veces estos medicamentos "se recetan con mucha más alegría de la que se debería". "Ahí tenemos que entonar el mea culpa todos los profesionales que estamos en el área de salud mental, desde el médico de cabecera al psiquiatra y todos los tipos de profesionales que usan estos fármacos con, probablemente, mucha más facilidad de la que deberían".
Todos los especialistas consultados son conscientes de los problemas que derivan de las benzodiacepinas. "Estamos metidos en una trampa", confiesa Baos sobre los problemas que ve en su día a día y los escasos medios que tiene para tratarlos. "Hay muchas personas que les pusieron hace 15 años 'la pastillita' para dormir y ahora cómo haces con un abuelito o abuelita para quitársela", señala Pérez-Sola. "Es muy complicado".
Por eso, es muy importante la labor de profesionales como Ana Henche, que lleva desde 1995 a pacientes con adicción y dependencia. "Como en cualquier conducta adictiva, aplicamos desintoxicación y una terapia de habituación", describe sobre su trabajo.
El dilema está en cómo se puede lidiar entonces con problemas como la ansiedad o el insomnio, ya que, aunque la situación viene de lejos, como confirma Ana Henche, con la pandemia la salud mental ha empeorado significativamente y lo ha hecho en un sistema público de salud en el que el área mental todavía tiene mucho que mejorar. Según denunciaba un reportaje de Civio, en España no se supera el ratio de 20 psicólogos por cada 100.000 habitantes.
"Hay un grave problema de salud mental y esto tiene raíces profundas", denuncia Baos. "Tenemos un contexto social donde hay sufrimiento por todos lados, pero ¿cuál es la solución? ¿No hacer nada? No recetar nada puede ser peligroso para muchas personas", describe sobre lo que ve día a día en su consulta. No obstante, reconoce que las benzodiacepinas son sólo una solución a corto plazo y que la estrategia debe ser otra.
Aquí entra en juego Antonio Cano-Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. El experto coincide con la opinión de otros profesionales de la salud sobre la excesiva medicalización de la sociedad española. "La tristeza ha existido siempre. Por ejemplo, ¿por qué hay que medicalizar un duelo? La Organización Mundial de la Salud dice que el duelo no debe ser medicalizado", explica.
Medicalización excesiva
Como también presidente de la Sociedad Española de la Ansiedad y el Estrés y coautor de la web del Ministerio de Sanidad sobre Bienestar Emocional, opina que lo primero que hace falta en esta sociedad es una formación en emociones. "Que la gente crea que está enferma cuando simplemente está triste o enfadada no tiene sentido, porque las emociones forman parte de nuestra vida", prosigue. Lo segundo, si esto no es suficiente, es ir a un profesional para que ayude en ese entrenamiento emocional.
Aquí volvemos a las dificultades de acceso a profesionales de salud mental. Sin embargo, Cano-Vindel ha logrado desarrollar un estudio que avala la eficacia de la aplicación de terapia cognitivo-conductual transdiagnóstica en el tratamiento de trastornos emocionales en atención primaria.
Conocido como proyecto PsicAP, la intención del trabajo es ofrecer al sistema público de salud una forma de acotar los tiempos de atención, ya que el modelo se basa en una intervención grupal, y mejorar la calidad de vida de los pacientes con sintomatología de depresión o ansiedad. "Esto es tres o cuatro veces más eficaz que los psicofármacos", sentencia.
Por ejemplo, en el caso de Pablo, lo que funcionó fue ir a un profesional. "Me han diagnosticado un trastorno de déficit de atención e hiperactividad, para lo que tengo que tomar una medicación pautada. El médico me ha recomendado que el lexatin lo tome sólo cuando estoy muy ansioso y del diazepam ya no quiero saber nada".