En 1946, los jóvenes John Marsden y Leo DeMarco parecían destinados para el éxito. Nacidos en familias privilegiadas, graduados en la prestigiosa Universidad de Harvard y habiendo servido en el Ejército, sus caminos divergieron en la edad adulta. Leo tuvo que regresar a casa cuando su padre murió y su madre sufrió párkinson, aceptando un puesto de profesor de instituto que mantendría los siguientes 40 años. John pudo en cambio labrarse una carrera de acaudalado abogado. En 1975, Leo ganaba 18.000 dólares anuales y John, 52.000. ¿Quién dirían que ha sido más feliz?
La premisa tiene trampa, por supuesto, pero no se trata de un cuento con moraleja. Se trata de dos de las miles de historias de vida recogidas en el Estudio sobre Desarrollo Adulto de Harvard que se lleva desarrollando en los últimos 84 años y que su director, el pisiquiatra y maestro zen Robert Waldinger, presentó esta semana en Madrid junto a su libro Una buena vida [Planeta]. Se trata del ensayo longitudinal en activo más antiguo del mundo, recopilando minuciosamente las circunstancias vitales y percepciones de antiguos alumnos de la universidad como John y Leo, así como de individuos procedentes de barrios desfavorecidos de Boston.
El objetivo del estudio pasa por determinar qué hace felices a las personas. Y de querer simplificarlo, aparecerían los tres factores que menciona la sabiduría popular: "Salud, dinero y amor". Por amor, entenderíamos las relaciones sociales positivas con miembros de nuestra familia, amigos y colegas de trabajo, que aportan un valor compartido y contrarrestan el estrés crónico que implica la lucha por la vida. La salud, por otro lado, solo es controlable en parte: hay que adoptar hábitos saludables, recomienda Waldinger, para prevenir en lo posible las enfermedades y dolores que interrumpen la edad más feliz para la mayoría, que arranca entre los 45 y 50 años.
[Ésta es la razón por la que somos cada vez más infelices (y puedes evitarla)]
¿Y qué hay del tercero, el dinero? Las conclusiones del estudio no son tan ingenuas como para sostener que no da la felicidad, todo lo contrario. Las personas nacidas en la pobreza o formen parte de minorías desfavorecidas tendrán un hándicap para alcanzar la felicidad, confirma el investigador. Pero poseer una fortuna tampoco es la clave, sino alcanzar "un nivel básico de seguridad económica" que permite hacer frente a los inevitables reveses para el bienestar personal y familiar. Esa cifra se ha calculado concretamente en 72.000 dólares anuales para un estadounidense.
Antes de llevarnos las manos a la cabeza, hay que tener en cuenta las circunstancias de la Sanidad en EEUU, en la que es imprescindible contar con un seguro médico privado, en ocasiones muy onerosos, para contar con una asistencia satisfactoria para toda la vida. Cubrir adecuadamente las necesidades básicas, y muy especialmente en el ámbito de la salud, es "imprescindible" según Waldinger ya que hay situaciones en la que "solo los fármacos sirven". En sociedades que mantengan servicios públicos más robustos, como las europeas, pueden aspirar a que el salario directo que hay que ganar para aspirar a la felicidad no tenga que ser tan elevado.
Volviendo a nuestro ejemplo práctico, y ajustándonos a la economía de la década, veremos que Leo iba muy justo, mientras que John cumplía de largo. Y sin embargo, el profesor puntuó como una de las personas más felices de todo el estudio de Harvard, mientras que el abogado llegó a la mediana edad con todas las características-tipo de alguien infeliz. Se sentía insatisfecho, desilusionado y rencoroso hacia los suyos. "Convencido de que su carrera y sus triunfos le darían la felicidad, nunca fue capaz de encontrar un camino hacia la alegría", escribe Waldinger.
Leo, en cambio, encontró una enorme motivación tanto en su trabajo y su comunidad como en involucrarse con su familia. "Tuvo cuatro hijas y una esposa que lo adoraban, fue recordado con cariño por sus amigos, colegas y alumnos, y a lo largo de su vida se calificó a sí mismo como 'muy feliz' o 'extremadamente feliz' en los cuestionarios del estudio". Por supuesto, no hay una fórmula única: el temperamento de cada individuo determinará qué necesita. Y el dinero importa en su justa medida: en el caso de Leo, el que ahorró para comprar la barca con la que llevó a pescar a sus hijas.