La felicidad es un sentimiento extremadamente subjetivo, y en gran parte de las ocasiones, los factores que pueden determinar la felicidad de cada individuo están fuera de su propio control. Aunque hay gente que suele ver las situaciones vitales con más positividad -o más negatividad- por su propia personalidad intrínseca, nadie se salva de sufrir algún que otro problema durante la vida, lo quiera o no.
Sin embargo, como comenta Jean Twenge , profesora de Psicología de la Universidad Estatal de San Diego, en el portal The Conversation, existen ciertos factores sobre los que sí tenemos control, como la forma de gastar nuestro tiempo de ocio. Pero, como también afirman Twenge y sus colegas en un reciente trabajo publicado en la revista de la American Psychological Associtacion, parece que no estamos gastando nuestro tiempo libre de forma que aumente nuestra felicidad.
El tiempo libre y la felicidad
Twenge y sus colegas centraron su trabajo en investigar cómo gastaban su tiempo libre y qué actividades de ocio realizaban un millón de adolescentes de los Estados Unidos, y si dicho tiempo libre se correlacionaba con la felicidad o no. De hecho, el objetivo específico era saber por qué se ha producido una disminución drástica de la felicidad de los adolescentes desde el año 2012, y también de los adultos desde el año 2000.
Los investigadores usaron datos de una encuesta nacional del país norteamericano llevada a cabo con estudiantes de entre 15 y 18 años, la cual se ha llevado a cabo anualmente desde el año 1991. En dicha encuesta, cada año, se piden datos sobre felicidad general y también sobre las actividades durante el tiempo libre.
Según los hallazgos de los investigadores, aquellos adolescentes que pasaban más tiempo viendo a sus amigos en persona, realizando ejercicio físico o deporte, asistiendo a eventos religiosos, o incluso leyendo o haciendo deberes eran más felices.
Por su parte, los adolescentes que pasaban más tiempo navegando por internet, jugando con el ordenador, navegando en redes sociales, mandando mensajes de texto, viendo vídeos en la Red o viendo la televisión eran menos felices.
En definitiva, según Twenge, todas las actividades que no implican una pantalla se vincularían a una mayor felicidad, mientras que aquellas actividades relacionadas con el uso de pantallas se vincularían a una menor felicidad: los adolescentes que pasaban más de cinco horas diarias en Internet eran hasta dos veces más propensos a ser infelices respecto a aquellos que pasaban menos de una hora al día.
¿Fue primero el huevo o la gallina?
Los investigadores también han tenido en cuenta una posible relación inversa: que aquellos individuos infelices sean más proclives a buscar actividades que impliquen el uso de pantallas. Sin embargo, este no es el primer ni único estudio que habría sugerido que el excesivo uso de pantallas -de televisión o Internet- se relacionarían con la infelicidad de forma causal, y no al revés.
Por ejemplo, Twenge nombra estudios como el experimento donde un número de voluntarios renunció una semana al uso de Facebook y reportaron sentirse más felices, menos solos y menos deprimidos. Por su parte, otro estudio con adultos jóvenes que tuvieron que renunciar a Facebook por su trabajo eran más felices que los que mantenían sus cuentas. Finalmente, otros trabajos han llegado a la conclusión de que la infelicidad no conduciría a más tiempo delante de pantallas, sino al revés.
Pantallas e Internet, la causa de la infelicidad en adultos y adolescentes
Para Twenge, lo más preocupante es el hecho de que tanto los adolescentes como los individuos adultos han reportado una disminución de su felicidad durante los últimos años, a la vez que el tiempo medio delante de una pantalla o navegando por Internet se ha duplicado entre los años 2006 y 2016.
Por otro lado, desde 2012 la felicidad de los adolescentes parece haber disminuido de golpe, precisamente durante la época donde la mayoría de los individuos -al menos en Estados Unidos- empezó a poseer un smartphone. Asimismo, y en relación con este hecho, tanto la autoestima como la satisfacción con la vida de dichos adolescentes ha disminuido, a medida que han aumentado los reportes de sentimientos depresivos y casos de autolesiones o intentos de suicidio, sobre todo en aquellos individuos más jóvenes. En comparación, Twenge afirma que la generación millenian es más optimista, pero aquellos que han venido detrás son menos seguros de sí mismos. Es la generación que ya algunos autores denominan iGen.
Finalmente, Twenge también afirma que este fenómeno está empezando a detectarse también en adultos, nombrando trabajos donde se ha llegado a la conclusión de que los mayores de 30 años son más infelices, o que los adultos están empezando a tener menos relaciones sexuales que antes. Y, asimismo, también se ha detectado un mayor uso de pantallas en este rango de edad.
Eso sí, parece que existe un rango de uso de pantallas que sí aumenta la felicidad, una limitación que debería tenerse en cuenta: menos de una hora de pantallas al día. Por ello, como bien esgrime Twenge, la respuesta es conocida y esgrimida en casi cualquier ámbito de la vida: moderación.
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