El 30% de los adultos sanos la porta, se transmite principalmente a través de personas asintomáticas y, aunque en buena parte de la población no hace grandes daños, en aquellas personas con el sistema inmune deprimido o enfermedades crónicas puede causar estragos. De hecho, mata más de un millón de personas al año en todo el mundo.
No, no es el SARS-CoV-2, ni siquiera es un virus. Se trata de Staphylococcus aureus, una bacteria en forma de esfera que suele encontrarse tanto en la piel como en la nariz y se propaga por contacto directo con la persona portadora o con objetos que haya tocado. Un estudio publicado en The Lancet ha cuantificado el impacto de esta bacteria y otras que suelen pasarse por alto en las estrategias de salud y, sin embargo, son la segunda causa de muerte en todo el mundo, por delante de patologías tan devastadoras como los accidentes cerebrovasculares, las demencias o la diabetes.
El equipo del Instituto para las Métricas y Evaluación en Salud (IHME, por sus siglas en inglés), de la Universidad de Washington, ha estimado que son 7,7 millones de personas las que murieron por estas bacterias en 2019, el 13,6% del total. Es decir, son responsables de una de cada ocho muertes registradas ese año. Solo la cardiopatía isquémica supera la mortalidad de las infecciones.
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Los cálculos proceden del análisis de 343 millones de aislamientos bacterianos de 33 especies diferentes procedentes de 204 países del mundo, tanto de renta alta como baja. Cinco patógenos fueron causantes de más de la mitad de esas muertes: la mencionada S. aureus (1,1 millones), E. coli (950.000), S. pneumoniae (829.000), K. Pneumoniae (790.000) y P. aeruginosa (559.000). Son viejas conocidas pero hasta ahora no se había evaluado su impacto conjunto. Más del 75% de estas muertes ocurrieron por infecciones del tracto respiratorio inferior, del torrente sanguíneo o intra-abdominales y peritoneales.
Los patógenos no afectan por igual a todas las edades. S. aureus está más asociada a la muertes en mayores de 15 años, mientras que la Salmonella enterica (que no pertenece a las 'cinco grandes') lo hace a las infecciones mortales entre los 5 y los 15 años. Por debajo de dicha franja, K. pneumoniae es la más mortal en neonatos, y S. pneumoniae lo es entre ellos y los niños de cinco años.
Bacterias y desarrollo humano
Geográficamente, S. aureus es la que tiene una distribución más extensa. Según los expertos del IHME, es la principal causa de muerte bacteriana en 135 países, mientras que E. coli lo es en 37 países y S. pneumoniae en 24. K. Pneumoniae y A. baumannii lo son en 4 países.
En esta distribución hay un fuerte componente económico: mientras que los países de ingresos altos la tasa de mortalidad bacteriana es de 52 fallecimientos por cada 100.000 habitantes, en el África subsahariana se cuadruplica: 230 defunciones por cada 100.000 personas.
"Si pones el mapa de este estudio con el del índice del desarrollo humano, verás que son bastante parecidos", afirma Óscar Zurriaga, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología. "Es probable que la persistencia de estas enfermedades tenga que ver con el desarrollo de los países". En los países de altos ingresos juegan un papel principal como infecciones nosocomiales (las que se adquieren en los propios centros sanitarios).
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"El artículo habla de medidas de higiene, vacunación, etc. Pero la principal causa que hay que combatir es el escaso desarrollo de las sociedades donde se dan más", apunta, algo que echa de menos que no se mencione más en el texto.
Cuando se habla de la carga global de las enfermedades infecciosas se suele hablar de tuberculosis, malaria o VIH, que tienen sus propios indicadores entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. En cambio, las bacterias protagonistas del artículo de The Lancet no suelen ser objeto de programas especiales más allá del contexto de las resistencias a antibióticos.
Zurriaga achaca esta falta de foco a que no son patógenos tan reconocibles. "En un certificado de defunción, es más fácil poner tuberculosis, malaria o VIH que neumonía o diarrea debido a 'equis'. Es complicado hacer el etiquetaje microbiológico".
En el caso de S. aureus, puede provocar infecciones del tracto respiratorio inferior pero también dermatológicas. En ambos casos no se suelen realizar tests diagnósticos para establecer qué tipo de agente infeccioso ha provocado los síntomas. Lo mismo pasa con el resto. "Son muchos los patógenos que pueden provocar una diarrea. Podemos hablar de infecciones gastrointestinales de origen bacteriano, pero llegar a la bacteria en sí es más complicado. Hay un problema de categorización y el artículo de The Lancet indica que, si profundizamos en esta parte de patógenos, veremos un panorama muy distinto al que pensamos".
Resistencias antibióticas
Efectivamente, la Organización Mundial de la Salud, cuando establece las principales causas de muerte, distingue entre diferentes tipos de enfermedades cardiovasculares o de cánceres, así como de agentes infecciosos como el VIH. En cambio, otras infecciones están englobadas en el apartado 'vías respiratorias inferiores' o 'enfermedades diarreicas'. Ambos epígrafes contabilizaban algo más de 4 millones de muertes en 2019.
Evaluar el impacto de las bacterias en sí ha elevado la cifra a casi ocho millones, lo que colocaría estos patógenos como segunda causa de muerte, solo por detrás de las cardiopatías isquémicas (8,89 millones de muertes) y por delante del accidente cerebrovascular (6,19 millones), la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (3,23 millones), los cánceres de pulmón y tráquea (1,78 millones), las demencias (1,64 millones) o la diabetes (1,5 millones).
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"Los patógenos bacterianos que encontramos asociados con una mayor carga de mortalidad no son un foco principal de iniciativas de salud pública a nivel global", advierte Sara Soto, directora del Programa de Infecciones Víricas y Bacterianas del Instituto de Salud Global de Barcelona, ISGlobal.
Otro de los motivos por los que la carga de mortalidad asociada a estos virus se subestima es que no se reportan cuando están asociadas a una patología crónica "que inmunocompromete al paciente", como puede ser el cáncer. "Además, en países de renta baja, no se determina la causa de muerte en la mayoría de los casos".
Soto señala las resistencias a antibióticos juegan un papel importante en esta mortalidad a nivel mundial, ya que complica el tratamiento. Esta situación, en países de bajos ingresos donde la accesibilidad a antibióticos es mucho menor, es más complicada aún.
La microbióloga del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña María del Mar Tomás, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (Seimc), señala que este problema de las resistencias antibióticas se ha agudizado con la pandemia de la Covid-19, por lo que su impacto actual es mayor aún.
"Existe un infradiagnóstico poque los servicios de microbiología están full time con la Covid, hay un mayor número de ingresos por sobreinfecciones bacterianas en los hospitales y mayor uso de antibióticos de amplio espectro. Las enfermedades comunitarias han sufrido un incremento, son una pandemia silenciosa".
Por eso, indica que una forma de combatir estas infecciones es "cumplir las vacunaciones de gripe y Covid" para evitar sobreinfecciones que compliquen el estado del paciente. "También hay que invertir en innovación, tanto en diagnóstico como en tratamiento.
Sara Soto, de ISGlobal, añade la necesidad de desarrollar vacunas para estas bacterias, "para las que no existe ninguna", así como la accesibilidad a los servicios básicos de atención primaria. El desarrollo de nuevos antibióticos que derroten las resistencias antibióticas (y fuerzan a pasar de medicamento orales a intravenosos) debería ser otra prioridad para estas bacterias 'olvidadas'. Después de todo, apuntan los autores del estudio, a investigar el VIH se dedicaron 42.000 millones de dólares en 2019. A la E. coli, que provocó un número de muertes similar, 800.