En España y en dieta mediterránea, así como en cualquier dieta variada y equilibrada, el papel de los lácteos es muy relevante, dado que son una excelente fuente de proteínas de alto valor biológico, aportando vitaminas y minerales, como el calcio y el fósforo. El consumo del yogur se cree que es anterior al comienzo de la agricultura, cuando aún los pueblos eran nómadas, pero conocían la ganadería y disfrutaban de todo tipo de productos lácteos.
En aquella época, se transportaba leche fresca en sacos realizados con piel de cabra, entonces entre estos dos componentes se producían reacciones ácidas que fermentaban la leche y la convertían en una masa coagulada. A partir de entonces, las bacterias alojadas en el material poroso, continuaban convirtiendo en yogur la leche que nuevamente colocaban en los sacos.
Al ser un alimento fácil de conservar, rápidamente se convirtió en un alimento básico y fuente principal de calcio, entre otros beneficios que en aquel momento desconocían, como el efecto calmante y regulador intestinal. Un hecho que demostró el microbiólogo Iliá Méchnikov, ganador de un Nobel en 1908, cuando descubrió que el yogur, aparte de ser rico en vitaminas del grupo B, contenía bacterias capaces de convertir la lactosa en ácido láctico, que impide el desarrollo de bacterias perjudiciales para el intestino procedentes de la descomposición de alimentos. Sin embargo, las propiedades nutricionales de los yogures han ido pervirtiéndose con el paso del tiempo y hacen que no todos sean recomendables.
Exceso de azúcar
El yogur fue descrito por el científico como un agente antienvejecimiento, ya que sus bacterias bloquean y atacan las toxinas, depurando así el organismo. Sin embargo, los yogures que encontramos en el supermercado no siempre se ajustan a este perfil de alimento nutritivo y saludable, como demostró Bernadette Moore, investigadora de la Escuela de Ciencias de la Alimentación y Nutrición de la Universidad de Leeds, Reino Unido, en un estudio de 2018 que analizó 921 yogures en distintos supermercados de su país de origen.
La investigadora reveló que más del 90% contenían una cantidad de azúcar mayor a la recomendada, algunos llegando al nivel de las bebidas azucaradas, a pesar de indicar en su etiqueta que eran aptos para el consumo infantil. Una gran mayoría de estos productos superaban el límite marcado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de cinco gramos de azúcar de cada 100.
La clave está en que estos yogures estaban catalogados como desnatados, de frutas o bajos en grasa, mientras que los denominados naturales o griego sí cumplen con la pauta fijada por la OMS. La razón es que los yogures desnatados o bajos en grasa suelen contener más azúcar que los naturales para mejorar su sabor, lo que es un problema. Contienen menos calorías en comparación, pero el exceso de azúcar siempre es un perjuicio más que un beneficio.
En 2019, Moore repitió el estudio, además intentando identificar si los mismos productos habían bajado su contenido en azúcar y solo el 32% había reducido el contenido de azúcar, siendo las categorías con una mayor mejora las de yogures para niños, bebibles y de frutas. Aunque solo el 15% de los productos de 2019 contenían menos de 5 gramos de azúcar por cada 100, la investigadora se muestra positiva respecto a los resultados ya que el contenido medio de azúcar de los yogures de Reino Unido se ha reducido en un 13% en tan sólo dos años.
Se puede obtener calcio de otros alimentos
El calcio es clave para la salud ósea que con los años se va resintiendo. También es fundamental para el mantenimiento de la hormona paratiroidea, una de las responsables de regular el metabolismo óseo garantizando la correcta mineralización de los huesos. "Lo ideal sería consumir entre 1 y 1,2 gramos cada día, siempre por encima de los 800 miligramos día", explica Concepción Álvarez, nutricionista especializada en deportes de alta intensidad. La experta señala que consumir por debajo de ese umbral, hace al organismo proclive a sufrir fisuras y roturas óseas.
Aunque siempre se ha vinculado el calcio a la leche, existen otros alimentos que también son ricos en este mineral como almendras, sardinas, brócoli, sésamo, garbanzos, higos secos o la soja; alimentos saludables que también son aptos para las personas con intolerancia a la lactosa. Por lo que no es tan indispensable recurrir a los productos lácteos para obtener el calcio necesario para el mantenimiento del organismo.
Menos calorías, pero poco saciante
Los aumentos de azúcar en sangre se relacionan con el aumento del apetito y un mayor consumo calórico, lo que convierte a los yogures bajos en grasa y azucarados en un alimento contraproducente que lejos de resultar saciante, abre más el apetito. Asimismo, aunque los yogures naturales no están exentos de azúcar, ya que contienen la lactosa de la leche, por sí solo no necesita azúcares añadidos al contar con todos sus componentes, incluida la nata.
Esta grasa es un macronutriente conocido por ser un potencial saciante que a su vez se ve multiplicado por las proteínas de la leche. De hecho, una investigación publicada en la revista BMJ Open Diabetes Research & Care, desvela que tomar al menos dos raciones de lácteos ‘enteros’ al día tiene un efecto protector, reduciendo el riesgo de sufrir síndrome metabólico, diabetes e hipertensión.
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