La patata es uno de los tubérculos más conocidos y consumidos en el mundo occidental, en todas sus versiones: fritas, al horno, al microondas, hervidas o al vapor. Es una fuente de carbohidratos simples, y si se fríen, aportan además grasas de escasa calidad, por lo que frecuentemente se la considera un alimento poco saludable, relacionado un mayor riesgo metabólico y cardiovascular.
Sin embargo, un reciente estudio ha querido poner a prueba esta asociación. Para ello han evaluado la relación entre el consumo de patatas -en general, y específicamente las fritas- con el riesgo cardiovascular, el de hipertensión o el de diabetes tipo 2.
El nuevo trabajo, publicado en el Journal of Nutritional Science, recuerda que las guías dietéticas de los Estados Unidos consideran a las patatas como un vegetal más, pero es vista como "poco saludable". Aún así, dentro de este grupo de "verduras", la patata representaría el 21% de la ingesta total de este categoría en el país.
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Los autores recuerdan que este tubérculo sí tiene beneficios: es rico en potasio, fibra dietética, magnesio y otros nutrientes indispensables. Y, dada su contribución a la ingesta total de energía, sugieren la necesidad de estudiar si realmente las ventajas superan a los perjucios de consumirlas.
En estudios previos se habrían detectado resultados contradictorios. Algunos trabajos, como este realizado en España, sugieren que un mayor consumo de patata -como parte de una dieta mediterránea- no daría lugar a una mayor tensión arterial. Pero otros, como el gran Estudio de Salud de Enfermeras, apuntan a que tanto las patatas fritas como el consumo total de patata sí se asociaría como un mayor riesgo de sufrir diabetes.
Así, los investigadores se plantearon los efectos reales de la ingesta de patata -total y frita- en adultos mayores de 30 años que participaban en el estudio Framingham de salud cardiovascular. Se buscaron relaciones entre el consumo de patata y la diabetes tipo 2, la hipertensión y los niveles elevados de triglicéridos o grasas sanguíneas. También se analizaron los efectos del consumo de patata en combinación con otros factores de estilo de vida.
Para el estudio se analizaron datos de 2.523 participantes cada 4 años, incluyendo medidas antropométricas, información demográfica, analíticas, tensión arterial, historial médico y hábitos de vida. Se incluyeron asimismo las posibles enfermedades que pudiesen producirse durante el seguimiento, que duró 16 años de media.
Según los datos del estudio, el 36% de las patatas consumidas fueron horneadas, el 28% fritas, el 14% en forma de puré, el 9% hervidas y el resto cocinadas de otras formas. En general, una mayor ingesta de patatas no se asoció con un mayor riesgo de diabetes tipo 2 o glucemia basal elevada. Tampoco con un mayor riesgo de hipertensión, ni de mayor cantidad de triglicéridos en sangre.
Por otra parte, se comprobó que el consumo de patata era de 400-1.200 gramos semanales. Pero aquellos que consumían más cantidad de patata también consumían un 25% más de frutas y verduras en total, respecto a los que consumían menos patata.
Así mismo, como resultados paradójicos, aquellos que consumían más patatas fritas, pero que a su vez realizaban más actividad física, tenían hasta un 24% menos de riesgo de sufrir diabetes que los otros grupos estudiados. Además, una mayor ingesta de patatas fritas en combinación con una menor ingesta de carne roja se asociaba con un menor riesgo de poseer niveles de triglicéridos elevados.
Sin embargo, el consumo de patata no frita no se asoció con ninguno de estos resultados beneficiosos. No obstante, los investigadores señalan que, a pesar de que las patatas fritas también son ricas en grasa debido a su aceite añadido, no han encontrado evidencias de que tengan efectos adversos para la salud. Como limitaciones del estudio, concluyen, los autores señalan que las ingestas dietéticas y la actividad física fueron autoinformadas, y podría estar sujetas a inexactitudes.