La fruta desecada, como hemos teníamos ocasión de plantear recientemente al hablar de las nuevas uvas pasas de Mercadona, es una gran incomprendida en nuestros tiempos. Con técnicas milenarias, los pueblos del Mediterráneo y de Oriente Medio han deshidratado desde tiempos inmemoriales los alimentos para mejorar su conservación y transporte. Los beneficios para las sociedades y el desarrollo de las civilizaciones han sido incontables, proporcionando una fuente de nutrientes esenciales, como la fibra alimentaria y determinadas vitaminas, sin depender de la proximidad y la temporalidad de las cosechas.
Hoy en día, el problema tiende a ser el contrario: la sobreabundancia de alimentos a nuestro alcance puede hacernos optar por algunos más económicos y palatables, como los ultraprocesados, al tiempo que incumplimos la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de consumir al menos 400 gramos de productos de origen vegetal al día. Y la fruta seca, fácil de llevar encima para un 'picoteo' o merienda, provoca suspicacias: se considera demasiado calórica y con un alto contenido en azúcar, con tendencia a hacer engordar a quien la toma.
Hay una parte de verdad: sea cual sea la técnica por la que se deshidrata, sea por liofilización o en túneles de secado, el resultado será un alimento que ha condensado sus nutrientes porque la mayor parte del volumen de la fruta está compuesta por agua. La manzana seca ejemplifica a la perfección este problema: una pieza de unos 150 gramos aportaría 73 kilocalorías, 13 gramos de azúcar intrínsecos y saludables y 2,5 gramos de fibra alimentaria. Pero 100 gramos de manzana seca ya suponen 363 kcal y 65 g. de azúcares, cuando la UE recomienda no superar los 50 diarios y la OMS lo rebaja hasta los 25 g.
Controlar las raciones, por tanto, es esencial cuando estamos consumiendo fruta seca. Además, a la hora de elegirlo, es conveniente optar por el producto que no contenga aditivos: la desecación sería en principio suficiente para garantizar una conservación satisfactoria, y otros añadidos como los edulcorantes acabarían perjudicando a su calidad nutricional. En 2021, Mercadona ya presentó los dátiles sin hueso de Hacendado mejorados, que eliminaban el azúcar (glucosa), la grasa (aceite de girasol) y el conservante E-202. Ahora, Hacendado cierra el círculo con los dátiles con hueso desecados sin aditivos y 100% naturales.
Estos dátiles vienen de Túnez y los manufactura la alicantina AGROSERC. ¿Qué ventajas pueden ofrecer con respecto a los deshuesados, más fáciles de comer? Intuitivamente, es una forma de reducir costes: se venden en paquetes de medio kilo, pensados no solo para un consumo habitual, sino para su uso en repostería saludable. Como sustitutivo del azúcar, van a terminar triturados y hechos pasta, por lo que, puestos a cocinar, puede compensar el tiempo invertido en quitar el hueso.
Por otro lado, que sean más laboriosos de consumir juega a nuestro favor a la hora de controlar el consumo. Sin su semilla, se convierte en "golosinas" que pueden disparar nuestro consumo de azúcares por muy naturales que sean. Como fruto del desierto, el dátil es de por sí seco y denso en nutrientes. Así, cien gramos de este producto aportarían casi 300 kilocalorías y unos descomunales 63 gramos de azúcar.
A cambio, es rico en fibra, un ingrediente esencial para nuestra salud general que tiende a falta en nuestra dieta, con casi nueve gramos por cada 100 de producto. Otros motivos interesantes para optar por el fruto de la palmera son los nutrientes como el potasio, el magnesio y la niacina, un tipo de vitamina B. Y aunque se puede ajustar en función de nuestras necesidades energéticas, un puñado diario sería una ración adecuada.