Hubo un tiempo en España en el cual no era una idea descabellada servir angulas para cenar en Nochebuena. Los platos con decenas de pequeñas crías de anguila no salían tan caros como están ahora. Es probable que, si no estás prevenido, te desmayes al comprobar que pueden llegar a pedirte hasta 1.000 euros por un kilogramo de esta variedad de pescado. De todas formas, este producto cuenta con un sucedáneo mucho más popular.
Estas angulas de mentira son lo que conocemos como gulas y, aunque todos llamemos así a estos fideos sean de la marca que sean, se trata de un nombre registrado por la compañía Angulas Aguinaga. Las gulas se han convertido en un producto muy habitual en las cestas de la compra de muchas familias al ser bastante más baratas: 200 gramos de La Gula del Norte —la marca más característica— pueden adquirirse al precio de 5 euros.
Aunque se trata de un bocado que se ajusta a los presupuestos más apretados, la gula se ha ganado una plaza entre los "alimentos especiales de la Navidad". Probablemente, por sustitución directa de las, otrora, tradicionales angulas. Sin embargo, aunque visualmente den bastante el pego —por fuera sólo se diferencian en que las angulas tienen ojos— se trata de dos productos muy diferentes y, por desgracia, el más barato no es mejor.
Un manjar procesado
Para Carlos Ríos, el dietista-nutricionista que ha dado lugar al movimiento Realfooding, este alimento es un ultraprocesado en toda regla. Es decir, que más que alimentos son una preparación industrial a base de una larga lista de ingredientes entre los que se encuentran grasas de baja calidad, aditivos y otras sustancias poco relevantes. De hecho, Ríos considera a las gulas como un surimi, similar a los palitos de cangrejo, que "llevan de todo menos cangrejo y angulas".
Concretamente, la angula falsa se obtiene con "proteína de pescado, agua, aceite de girasol, harina de trigo, sal, proteína de soja, proteína vegetal, proteínas de la leche, albúmina de huevo, aromas, potenciadores del sabor, goma xantana, ácido láctico y tinta de cefalópodo", según su lista de ingredientes. Como resultado, su contenido más abundante son las grasas, que forman el 10% de su composición, seguido de las proteínas, que alcanzan el 9,5% del alimento.
A pesar de que los ácidos grasos saturados no son los más abundantes, las grasas de las gulas no pueden considerarse tan saludables como las que encontramos en los pescados. Básicamente, porque proceden en mayor medida de los aceites vegetales que se utilizan como ingrediente que del pescado con el que se ha elaborado esta pasta.
Una ocasión especial
Cenar gulas en una fecha tan señalada como la Navidad no presenta un problema para nuestra salud. Ahora bien, al igual que pasa con los palitos de cangrejo, las gulas no son un producto recomendable para el día a día y no debemos considerarlas como un alimento saludable. No deben contar en nuestra dieta como una ración de pescado, ya que, la presencia de este producto en su composición es insuficiente y sus beneficios se ven enturbiados por la ristra de ingredientes que lo acompaña.
Afortunadamente, durante las Navidades se consumen tradicionalmente pescados de una mayor calidad nutricional que pueden ser muy interesantes y sabrosos. La lubina, por ejemplo, es un pescado con un valor energético bajo —100 gramos sólo contienen 84 kilocalorías— y un aporte de proteínas de alto valor biológico que alcanza casi el 20% de su composición. Se trata de un pescado blanco y, por tanto, apenas contiene grasas. Sin embargo, contiene ácidos grasos omega-3, minerales como el selenio y el fósforo y vitamina B12.