El punto de la felicidad es un concepto desarrollado por Howard Moskowitz. No se refiere a algún nuevo punto G, sino a la felicidad relacionada con otra fuente de placer: la comida. Moskowitz ha investigado durante gran parte de su vida cómo hacer los alimentos más atractivos para nuestro paladar. Con ello nos descubrió lo que para muchos era un misterio: cómo nos enganchamos a determinadas comidas ultraprocesadas.
Moskowitz es un investigador estadounidense de marketing y psicofísico, una rama que estudia nuestra relación con los estímulos. Licenciado en Harvard en Psicología Experimental, su interés ha estado durante mucho tiempo en la mercadotecnia gastronómica. Por ello, empresas como Campbell (la de las famosas sopas de Andy Warhol), Pepsi o Kraft han contado con sus servicios. Su trabajo más conocido ha sido con la marca Prego, que a muchos no les sonará lo más mínimo, pero que le dio la fama con el concepto del punto de la felicidad.
Prego es una marca de salsas para pastas. En los años 80, esta marca propiedad de la empresa Campbell requirió los servicios de Moskowitz para saber cuál era la favorita de los estadounidenses, en un momento en que perdían cuota de mercado. Años más tarde, en 2004, el periodista Malcolm Gladwell explicó en una charla TED cómo fue la investigación del psicólogo.
Moskowitz viajó por todo el país con hasta 45 salsas de espaguetis diferentes: por acidez, por cantidad de ajo, por dulzor… Tras meses de investigación, tenía datos de sobra para explicar la atracción de los estadounidenses hacia las salsas de espagueti. Con los resultados, para Moskowitz la población se podía dividir en tres grupos, prácticamente un tercio en cada uno: el grupo que prefería una salsa de tomate más sencilla, el que se decantaba por una más una picante y el último, que optaba por una con tropezones de cebolla, ajo u otras verduras. Y en aquel entonces, los primeros años 80, no existía esa última salsa en los supermercados.
Cuando Prego conoció los resultados y supo que un tercio de los estadounidenses estaban desatendidos en lo que a salsas se refiere, se lanzó a fabricar una nueva salsa que fue un éxito instantáneo en los supermercados. "Ese es el regalo de Moskowitz al pueblo estadounidense [...]. Cambió el modo en el que la industria alimentaria piensa en hacerte feliz", dijo Gladwell. También fue un regalo para la empresa: según el periodista, en 10 años obtuvieron 600 millones de dólares de la época.
Moskowitz había aplicado viejas investigaciones que había realizado con soldados estadounidenses. El Ejército del país estaba preocupado, porque los soldados no comían lo suficiente y no rendían. Moskowitz preguntó a estos con qué frecuencia comerían determinados alimentos y descubrió que el pavo crujiente les parecía muy delicioso, pero se cansaban enseguida de él. En cambio, el pan blanco era algo que podían comer durante mucho tiempo sin aburrirse o saciarse.
Fue entonces cuando descubrió que las comidas podían tener un punto de la felicidad: un sabor lo suficientemente atractivo como para que no llegara la sensación de saciarse y lo suficientemente atractivo para el cerebro como para que no se hartara de él, como a los soldados les pasaba con el pavo.
El punto de felicidad, por tanto, es la satisfacción máxima del cliente, la razón por la que come un producto: porque sabe que va a estar delicioso. Para llegar a este punto de felicidad, se suele regular la cantidad de azúcares (de ahí que tengamos variedades light que encanten a algunas personas y otras muy dulces que la gente rechaza), grasas, sal u otros componentes, como aditivos alimentarios.
En la actualidad, el azúcar tiene un papel muy importante en las salsas de Prego: después del tomate, suele ser el ingrediente principal. Hoy se habla cada vez más del poder adictivo del azúcar, pero ya había personas conscientes de eso hace varias décadas. Con las técnicas del punto de la felicidad que Moskowitz desarrolló, la industria hizo los alimentos más palatables… y más vendibles.
No hay "problema moral"
Mientras tanto, para este estadounidense, aquellas empresas que quieren seducir a los clientes en los supermercados deben buscar ese punto de la felicidad. Además, han de tener en cuenta que no existe el producto perfecto y que los consumidores a lo mejor no saben lo que quieren. Y, por último, tienen que complacer a cada individuo y no a una masa. Un ejemplo de esto es cuando trabajó para Pepsi buscando el punto exacto de dulzor para su refresco. No llegaron a una conclusión satisfactoria, y con el tiempo Moskowitz comprendió que no había que buscar la Pepsi perfecta, sino las Pepsis perfectas, según contó Gladwell en la misma charla TED. Y de hecho, desde que salió la salsa Prego con tropezones, se multiplicaron las variedades de salsas, como la mostaza, en las estanterías de los supermercados.
En 2010, Moskowitz le dijo a un periodista de The New York Times que aquel trabajo no le supuso ningún "problema moral" ("como investigador, me adelanté a mi tiempo"), a la vez que recordaba que había trabajado en campañas para promocionar productos saludables. También denunció que la industria podría hacer más por atajar el problema de la obesidad.
En 2016, después de que empezara a tantear el marketing político, Moskowitz dio consejos a Donald Trump sobre cómo ganarse a los votantes negros. Entre las recomendaciones estaban evitar hablar sobre el Obamacare o el aumento de impuestos. Pero su legado más importante es el punto de la felicidad. En la actualidad hay otras personas que buscan revertir lo que ha originado ese punto: un aumento de la obesidad.
[Más información: El peligroso síndrome que se esconde detrás de la comida basura]