La pasada primavera, mientras Neuralink obtenía el permiso de la FDA, el órgano regulador estadounidense de los medicamentos y la tecnología sanitaria, para poder ensayar sus 'revolucionarios' chips cerebrales en humanos, un equipo de neurocientíficos anunciaba que un paciente con parálisis en las piernas conseguía caminar gracias a un implante que comunicaba el cerebro y la médula espinal.
A diferencia del anuncio de Elon Musk este martes del primer implante de Neuralink en humanos, el equipo de investigadores, de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza), lo había hecho al tiempo que publicaban su avance en la revista médica Nature, proveyendo todos los detalles de su trabajo que, además, había sido previamente evaluado por expertos independientes.
Musk, dueño de Neuralink, se ha valido de su propia red social (X, antes Twitter) para publicar un escueto mensaje: "El primer humano recibió un implante de Neuralink ayer y se está recuperando bien. Los resultados iniciales muestran una prometedora detección de los picos neuronales".
A decir verdad, el multimillonario visionario sudafricano va bastante por detrás de un buen puñado de investigadores y empresas de todo el mundo que están focalizando sus esfuerzos en obrar 'milagros' mediante implantes cerebrales.
No solo eso, sino que los resultados anunciados hasta el momento parecen más sólidos que las campanas al vuelo lanzadas por el emprendedor. Mientras Musk habla de una especie de panacea que permitirá desde que personas con ELA (esclerosis lateral amiotrófica) puedan hablar, recuperar el habla en afectados por ictus o devolver la visión a ciegos, otros ya han conseguido resultados en estos campos. Y los han publicado en revistas científicas para que todo el mundo los examine.
"El año pasado, 2023, fue pródigo en publicaciones sobre implantes cerebro-ordenador en la neurorrehabilitación de pacientes con ictus, ELA y otras enfermedades", cuenta a EL ESPAÑOL David Ezpeleta, neurólogo del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid y vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
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Aquí van unos ejemplos. En enero, la empresa Stentrode informaba que cuatro pacientes de ELA se habían pasado un año controlando un ordenador mediante una interfaz cerebro-máquina o BCI de forma segura, sin evidencias de deterioro.
Ese mismo mes, científicos de la Universidad de Stanford consiguieron que un paciente de ELA que había perdido la capacidad de hablar transcribiera sus pensamientos a texto mediante otra BCI a 62 palabras por minuto.
En marzo, un equipo de la Universidad de Texas lograba leer el pensamiento de una persona sin necesidad siquiera de implantes cerebrales. En agosto era otra BCI, esta vez desarrollada por las universidades de Stanford, San Francisco y Berkeley, los que lograban que otro paciente de ELA lograra hablar con mayor rapidez, precisión y vocabulario que los sistemas anteriores.
En noviembre, un equipo en el que participaba el neuroingeniero español Eduardo Martín Moraud lograba hacer caminar a un paciente de párkinson gracias a un dispositivo que conectaba su cerebro con la médula espinal, sin necesidad de electroestimulación ni de inyecciones de dopamina.
A pocos días de que finalizara el año, de nuevo en la Universidad de Stanford, consiguieron que cinco pacientes con secuelas neurológicas graves recuperaran su capacidad de memoria mediante dispositivos implantados en su cerebro.
Soluciones para todo
Estos son solo ejemplos de lo logrado en un solo año (no han sido los primeros hitos de este tipo) y se diferencian del anuncio de Musk en que se dirigen a un objetivo específico, han demostrado su eficacia y publicaron sus resultados en revistas científicas.
"Cuando tienes ensayos clínicos con chips, estos van a enfermedades concretas, pero él habla de forma grandilocuente, de un solo chip, cuando algo con el tamaño de una moneda de euro no puede valer para todo lo que dice", incide David Ezpeleta.
En su opinión, Musk "no tiene una solución ómnibus, que valga para todo, sino que es una forma hiperexpectante, publicitaria y amarillista de crear expectativa".
Generar expectación es algo en lo que el millonario sudafricano es especialista. Neuralink nació en 2017 con el objetivo de crear una BCI que permitiera controlar dispositivos con la mente utilizando inteligencia artificial que interpretara las señales del cerebro.
En 2021 logró su primer hito: las imágenes de un mono, Pager, jugando al famoso videojuego Pong con la mente dieron la vuelta al mundo. Tiempo después, un puñado de empleados y extrabajadores de Neuralink denunciaron que, para conseguir ese logro, la empresa había maltratado y provocado la muerte de unos 1.500 animales, principalmente cerdos y monos.
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En un primer momento, la FDA denegó la petición de Neuralink de iniciar ensayos clínicos en humanos con sus dispositivos porque dudaba de la seguridad que ofrecían sus implantes. Finalmente, obtuvo el visto bueno en mayo del año pasado.
Según la información que Musk ha facilitado a potenciales inversores y que ha sido recogida por Bloomberg, la idea es realizar 11 intervenciones este mismo año, 27 en 2025 y 79 en 2026. Para 2030 ya se estarían implantando 20.000 chips.
El vicepresidente de la SEN no duda de que las tecnologías que conectarán cerebros y ordenadores han llegado para quedarse, pero todavía hace falta un largo camino, el de los ensayos clínicos.
"Cuando se investiga en seres humanos tienen que seguirse los pasos de la investigación clínica, como si fuera un fármaco. El chip de Elon Musk está en fase de factibilidad, de ver si es viable y seguro, si tiene complicaciones de sangrado, de crisis epilépticas, problemas con la batería o incluso empeorar la enfermedad que quieren tratar".
El principal reto al que se enfrentan estas tecnologías (tanto la de Neuralink y como las del resto), más allá de la eficacia y la seguridad, es demostrar que son miniaturizables: no es posible ir por la calle con un aparato que haga resonancias magnéticas.
El problema de los neuroderechos
Todos estos problemas acabarán solucionándose más tarde o más temprano. Tras ellos, quedarán otros retos más profundos, los que implican a los llamados neuroderechos, es decir, la capacidad de una persona de tomar decisiones de forma libre o autónoma, de conservar su intimidad y su identidad.
"Esta tecnología coquetea peligrosamente con cuestiones tan importantes como la identidad personal, la privacidad mental y la capacidad autónoma del paciente para decidir su libre albedrío".
Ezpeleta advierte de la distinta velocidad a la que se mueven el desarrollo tecnológico, por un lado, y "la investigación clínica, las cuestiones bioéticas que deben respetarse y otros conceptos básicos en neurología clínica que tendremos que adoptar a su debido tiempo".
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Estas cuestiones deberán ser abordadas cuanto antes porque, a pesar de que el futuro en el que empecemos a llevar implantes cerebrales parece lejano, el neurólogo dice lo mismo de la inteligencia artificial.
"Antes de noviembre de 2022, cuando apareció la versión 3.5 de ChatGPT, hablar de inteligencia artificial general o superinteligencia era algo más propio de una discusión entre amigos a los que les gusta la tecnología. Pero desde la aparición de ChatGPT-4 en marzo de 2023 y el resto de modelos que integran lenguaje, imágenes, etc. se habla de esto sin pudor".
"Hace poco muchos esperaban estas tecnologías para la segunda mitad del siglo XXI", continúa, "pero ya hay quien habla de que van a ser posibles de aquí a cinco años. Todo parece indicar que va a ser más pronto que tarde", advierte.
"Es más arriesgado de lo que parece"
"La estimulación cerebral profunda mediante electrodos en el centro del cerebro se lleva haciendo desde hace unos 25 años para problemas como la distonía o los temblores esenciales", explica Eduardo Martín Moraud, neuroingeniero de la Universidad de Lausana (Suiza). El español participó en el ensayo que ha permitido volver a andar a Marc Gauthier, enfermo de párkinson, mediante un neuroestimulador en bucle cerrado.
"Cuando el motivo es terapéutico, sabiendo que 'meter algo en el cerebro' es la única solución para el paciente y la probabilidad de infecciones es relativamente baja, vale la pena intentarlo. Le va a aportar mucho a su vida. Pero ponerse un chip en el cerebro para medir la actividad cerebral y controlar un robot es un concepto un pelín distinto", valora el especialista.
Uno de los aspectos más delicados es el de las secuelas, y especialmente la idea de Musk de poder cambiar y "actualizar" el implante por modelos más modernos. Las autopsias de los primates usados en los ensayos, apunta Martín Moraud, sugieren que el uso crónico induce a lesiones del tejido cerebral. "Conlleva más riesgos de lo que puede parecer", advierte. Por ese motivo, las piezas de los implantes usados para tratar el párkinson que deben cambiarse con el tiempo se implantan fuera del cerebro.
¿Sería posible cumplir las promesas de una interfaz que permita 'leer' y 'transmitir' nuestros pensamientos? "Sería ignorante decir que no", opina el especialista. "A lo mejor de aquí a 50 o 100 años sabremos estimular todas aquellas zonas del cerebro para mejorar diferentes funciones". A día de hoy, sin embargo, detectar "pensamientos o memorias" suena "bastante a ciencia ficción".
No obstante, Martín Moraud pone en valor el papel de "visionario" de Musk. "A día de hoy, no estamos en eso. No hay riesgo cero en poner un implante en el cerebro. Pero de aquí a 100 años, es posible que sí lo sea. Hay que transmitir que es algo a largo plazo. Y habrá que plantearse cuestiones sociales y éticas. ¿Dónde termina mi cuerpo y dónde empieza el robot?