"Ser sacerdote no es una profesión, es un servicio"
El diácono diocesano Antonio Carreras Sánchez-Granjel recibe este 24 de junio, Natividad de San Juan Bautista, el sacramento del orden sacerdotal de manos del obispo de Salamanca, Carlos López. De esta forma, la provincia charra contará con un nuevo cura en plena crisis de vocaciones.
Hace un año y medio se ordenó diácono en la parroquia de San Pedro Apóstol en Alba de Tormes, donde está realizando su etapa pastoral. De 36 años, es uno de los tres jóvenes que están formándose en el Seminario diocesano San Carlos Borromeo. Ingresó en el curso 2014-2015 y en 2016 concluyó su formación teológica en la Universidad Pontificia de Salamanca e inició su etapa pastoral. Anteriormente ha colaborado como catequista en la parroquia de Carbajosa de la Sagrada y está muy implicado en las actividades que se desarrollan en la pastoral juvenil diocesana y en la vocacional.
“Recuerdo bien la primera enseñanza que me dio mi formador al entrar en el Seminario: déjate hacer por el Señor, ten siempre buena voluntad y sé transparente. Tres indicaciones concisas, dos obvias para cualquier proceso formativo que se tome con un mínimo de exigencia, y una más misteriosa e inquietante, dejarse hacer por el Señor. Dejarse hacer por el Señor, para ser desde el primer día un buen seminarista y llegar a ser, si Dios lo quiere, un santo sacerdote, un sacerdote unido siempre a Cristo y a su Iglesia. Eso es lo que pensaba cuando comencé el Seminario y eso es lo que he estado pidiendo al Señor todos estos años: ser el sacerdote que Dios quiere. Y no buscar ser el sacerdote que a mí más me gustaría, o el que más guste y contente a todos”, explica Antonio Carreras.
Todo ello “sin olvidar nunca que el ministerio que se me ha confiado no es algo mío, porque ser sacerdote no es ni un derecho ni una profesión clerical, sino que es un ministerio referido a nuestro Señor Jesucristo y a los hombres. Un servicio que lleva a plenitud mi existencia, configurándome con Cristo Sacerdote en el envío que la Iglesia hace conmigo para que sirva y acompañe a su pueblo”.
Porque, añade Antonio Carreras, “a pesar de las renuncias, de los sacrificios o de los encargos difíciles que nos confíen, Dios actúa en los sacerdotes, respetando siempre nuestra libertad, y nos hace capaces de llegar a ser lo que por nuestras limitaciones o debilidades nunca podríamos alcanzar. Y aunque lo que hagamos parezca a los ojos del mundo, poco, escaso e insignificante, el sacerdocio ministerial, imprescindible en la vida de la Iglesia, se pone siempre al servicio del sacerdocio común de todo bautizado para el desarrollo de su gracia bautismal, sosteniendo y alimentando siempre su vida”.