Camino por el centro de la ciudad y al pasar por la Plaza de la Libertad escaneo el QR de la esquina. A decir verdad, primero parpadeo, me acerco incrédula, confirmo el hallazgo a la altura de una cornisa y, qué remedio, escaneo. En el intervalo de segundos que pasan hasta desembocar en un sitio web una vez capturado el código, mi mente calenturienta imagina que el móvil revelará la historia entera del edificio recién rehabilitado con un generoso apéndice sobre el Penicilino, galería de fotos incluida. Es lo mínimo que cabe esperar tras el exabrupto urbanístico. Sin embargo, al menos de momento, la promesa de un relato fascinante se desvanece en un escuálido "Plaza de la Libertad. Portugalete."
Me voy, melancólica, recordando cómo lamentó la ciudad y recogió la prensa local los estertores y el cierre del que había sido un bar icónico (no, la RAE no ha recogido aún esta acepción, la cojo con pinzas y ofrezco a cambio un "emblemático" de curso legal para los puristas). Si ese QR no se espabila y obra la trascendencia, en la fachada ya no habrá rastro de aquellos vinos, aquellas zapatillas y aquellos buenos y bulliciosos ratos.
Ahora hay materiales de calidad, lujo -quedan seis viviendas a la venta según la web, no llegan al medio millón de euros, corran- y esa inquietante heráldica tecnológica (el QR está enmarcado en la forma de un escudo). Me recuerda de inmediato al astronauta de la Catedral de Salamanca, ese que siempre nos acercamos a mirar y a enseñar como curiosidadgamberra a los de fuera y a los niños. Un signo de los tiempos para la posteridad, la hazaña de un viaje cósmico sobre un templo del siglo XVI. Tal vez esa sea la intención: dejar para el futuro en la calle un símbolo de la vida actual. Vuelvo sobre mis pasos para confirmar si el QR está tallado en piedra y no, su esperanza de vida no llega a la del viajero espacial. Me recuerda más bien ahora a todos los cargadores y conectores sepultados en un cajón con sus correspondientes y obsoletos aparatos, una rabiosa novedad tras otra.
Avanzo unas calles, cruzo la plaza y al llegar a Pasión, miro como siempre el escaparate ya yermo de Cubero, para alzar la vista a su letrero en vilo. Esos deliciosos minicilindros, poderosos, signo de un tiempo, patrimonio tipográfico que cuidan y protegen, recuerdo, desde Valladolid con carácter. No hace falta apuntar con el móvil para capturar nada. Basta mirar, y esas letras hablan.