Crítica: 'Men', la misoginia es la fuente de la que emana el terror alegórico de la nueva película de Alex Garland
El director de 'Ex Machina' y 'Aniquilación' atrapa a Jessie Buckley en un perturbador lugar en el que todos los hombres son iguales.
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En Men, Jesse Buckley (La hija oscura) interpreta a Harper, una mujer que buscando alejarse de un trauma reciente alquila una casa de campo inglesa. Lo que esperaba fuera una escapada, se convierte rápidamente en emboscada, cuando se encuentra atrapada en un mundo de hombres. Un lugar en el que todos los hombres son iguales. Literalmente.
La nueva película de Alex Garland nos lleva a un paraje idílico, capturado con gran belleza por Rob Hardy (su director de fotografía habitual) en la construcción de una pesadilla feminista en la que la protagonista por el mero hecho de existir es víctima de acoso, insultos, sexualización, paternalismo y luz de gas. Y por si fuera poco, se la culpa de todas las agresiones que recibe como si fuera ella quien las provocara, simplemente, por ser mujer.
Caminar sola por un bosque, una mano no invitada que se posa en la rodilla, la incredulidad burlona de quien minimiza nuestros miedos, micromachismos disfrazados de comentarios casuales e inofensivos... quienes hemos convivido con el machismo nos sentimos identificados inmediatamente con Harper (Buckley vuelve a demostrar que es una de las mejores intérpretes de su generación) y su experiencia de la misoginia como terror cotidiano.
En ese sentido Men es muy efectiva, como también lo es el recurso de utilizar a Rory Kinnear (Years and Years) para interpretar a cada uno de esos hombres que invaden todos los espacios físicos y figurativos de la vida de Harper. Una alegoría en la que todos los hombres son iguales, porque para su protagonista lo son.
Atmosférica, perturbadora y provocadora, Men a veces parece tan sencilla en su discurso como su título. Su tesis explora la masculinidad tóxica que ha dominado las esferas personales e institucionales de la sociedad generación tras generación. Y mientras vemos en pantalla sus representaciones más cotidianas, nos enfrentamos a una dicotomía constante en la que podemos calificar a la película de literal y ambigua, básica y profunda, misógina y misándrica.
Yo me he movido en esos espectros mientras intentaba escribir esta crítica, que confieso he vuelto a empezar en un par de ocasiones. Todas esas lecturas podrían ser válidas y al mismo tiempo no lo son. Men es una propuesta ambiciosa que interconecta conceptos históricos, religiosos y culturales en un devenir eterno, cuyo fin no solo es que su protagonista procese su trauma, sino que con esa liberación rompa las cadenas ancestrales que la responsabilizan del pecado original.
Hay que mencionar, por supuesto, ese tercer acto en el que la historia pasa del home invasion para entregarse al body horror, mientras fusiona estudios de género con simbología cristiana, la leyenda del Hombre verde y la historia completa de la humanidad. Men confirma a Garland como uno de los cineastas más estimulantes de nuestro tiempo.
Su última película no deja a nadie indiferente e inevitablemente nos obliga a pensarla al terminar. No es efímera y eso siempre se agradece. Os guste o no el conjunto, os garantizo que habrá escenas que os costará borrar de vuestras retinas, ya sea por evocadoras (la preciosa creación de armonías con eco en el túnel) o perturbadoras. Men es una de las películas más esperadas del año y la experiencia de verla en pantalla grande no decepciona. Está hecha para ser disfrutada en las salas de cine.
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