Tras hacerse con el reconocimiento del Instituto de Ciencias Noéticas (IONS) de California (EE. UU.) sobre su propuesta de "una mente extendida", con el que considera que la mente es algo más que el cerebro, el físico teórico del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Álex Gómez-Marín (Barcelona, 1981) parte de las reacciones bipolares que ha causado su premio para acabar definiendo la tercera pata que, a su juicio, sostiene la ciencia si la entendemos como un taburete donde las otras dos son la evidencia y la teoría.
Sigamos el hilo de tu reconocimiento de EE. UU., de cual te has encontrado con dos reacciones, la habitual de los escépticos con este tipo de estudios y otra quizás más inesperada, la de los que aseguran que tus planteamientos no eran nuevos, que ellos ya lo habían adelantado.
Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. A veces incluso a gusto de nadie… Los escépticos tienen razón: hay que dudar. Los otros también: hay cosas que ya se sabían. Lo interesante aquí es seguir buscando ese “tercer espacio” entre los que niegan la mayor y los que afirman la menor. No es fácil.
Es decir, por un lado están, como decías, los que “no creen” -o más bien creen en otras cosas- y se sienten incómodos hablando de estos temas científicamente (podemos volver luego a este complejo adverbio, “científicamente”, pues hay mucho en juego).
Al hablar con ellos te das cuenta de la triple coraza de su cebolla protectora: el “no sé”, el “no puedo”, y finalmente el “no quiero”. Los “negacionistas” primero dicen que “no saben” de la existencia de tales evidencias (ojo, evidencia aquí significa indicio a considerar, en vez de prueba irrefutable). Cuando se las presentas, dicen que “no pueden” aceptarlas porque no encajan con su visión del mundo (que en realidad no es suya, pues la han heredado). Además, confunden la ciencia con ese materialismo caduco teñido de ateísmo alérgico.
El diálogo de besugos sesudos continúa y uno se topa con toda suerte de excusas razonables como el “no tengo tiempo” o “no entiendo lo que dices”. Si hay oportunidad de progresar en la conversación, uno se da cuenta de que simplemente “no quieren”. Después de despejar la paja de las razones hemos llegado al grano de las emociones: todos tenemos miedo a perder lo familiar. Algunos académicos temen más al ridículo que a la muerte.
Algunos académicos temen más al ridículo que a la muerte
Pero es que, por otro lado, están los que afirman que esto ya se sabía, que ellos ya hace tiempo que lo daban por hecho, que no hay nada nuevo en la propuesta, que eres el último en llegar, y que te pongas a la cola. Probablemente tengan parte de razón. Como le digo a veces a una amiga mía en tono jocoso: los neurocientíficos acaban de descubrir que para respirar hay que tomar aire y, a continuación, soltarlo. Pero la cuestión aquí es si queremos estampar el sello que dice “científicamente” o no. Si no, muchos de esos “afirmacionistas” pueden seguir simplemente por donde van. Si sí, no es suficiente con sentirlo o saberlo, hay que demostrarlo. La ciencia no se hace a golpe de buenas intenciones.
Y tú, ¿dónde te posicionas?
Entre los que afirman y los que niegan, ahí estoy yo, en medio, tratando de establecer puentes y evitando el fuego cruzado. A unos les falta benevolencia, a otros, rigor (¡yo tampoco soy perfecto!).
El verbo mágico aquí es “considerar”. Yo prefiero “considerar” la hipótesis de que la mente es más que el cerebro, en vez de darla por zanjada prematuramente (ya sea a favor o en contra). Entre el “¡sí, claro!” y el “¡por supuesto que no!”, ahí navego yo.
Son aguas curiosas, cuyas olas y mareas me invitan a navegar, sin fingir que soy marinero sin salir del puerto ni ahogarme en la tormenta. Para mí todo esto es una aventura tanto profesional como personal que se va desplegando en tiempo real.
Creo que recientemente se ha abusado de la frase “la ciencia dice” o “dicen los expertos” como retórica de autoridad
Vamos a volver al concepto de lo científico y a pararnos en ello, porque parece una palabra polisémica que cada uno arrima a sus intereses.
Como te decía, me parece que la clave está en el adverbio “científicamente”. Algo puede ser cierto científicamente, pero también jurídicamente, históricamente, experiencialmente, etc. Hay muchos “mentes”, y el “científica-mente” es uno de ellos.
Uno muy valioso y especial, pero nunca deberíamos permitir que se convirtiera en dictador totalitario de lo real. Creo que recientemente se ha abusado de la frase “la ciencia dice” o “dicen los expertos” como retórica de autoridad. Esto por un lado.
Por otro lado, insisto en que el adverbio “científicamente” es un adverbio mal entendido, tanto desde dentro como desde fuera. Unos niegan aquello que no les interesa por no ser científico (“indemostrable”, porque no hay nada que demostrar), y otros lo afirman dándolo por científico (“demostrado”, porque ya se sabía) cuando todavía no se ha establecido científicamente. El cientifismo y la pseudociencia son primos hermanos.
¿Qué necesitamos para no caer en esos extremos?
Muchas cosas… Confiar, trabajar, equivocarse, algo de suerte, y seguir trabajando. Hay una metáfora que me sirve para hablar de lo científico: un taburete. Si le cortas una pata, ya no sirve. Obviamente, la primera pata es el trabajo empírico: las observaciones, los experimentos, la evidencia, los datos.
Pero como hemos comentado en otras ocasiones, esa evidencia tiene que tener un soporte teórico, un marco, que permita no sólo interpretarla sino incluso poderla pensar para poderla mirar para poderla ver. Por mucha evidencia que te traigan, según las gafas o el antifaz que lleves puesto puedes no ver apenas nada.
La segunda pata es pues la teoría, que es siempre algo más intangible, más abstracto. Pero quien diga que no tiene teoría alguna, miente o es un ignorante. Otra cosa es que no sepa que la tiene, que su teoría sea tan pobre que apenas pueda articularse y se confunda una burda caricatura con la realidad. Es como aquel que cree que puede andar sin pisar el suelo.
La tercera pata es, como dicen los americanos, “el elefante en la habitación”: una cuestión importante, pero a menudo evitada como tema de discusión. El científico es un ser humano, y los seres humanos somos animales racionales, pero también sociales y políticos. La verdad incómoda es que, sin el apoyo de tus colegas, sin el buen ojo de los editores de las revistas científicas, sin suficiente financiación, sin apoyo institucional, sin consenso, sin alianzas, en definitiva, sin “pertenecer a la tribu”, por muy buenas evidencias y teorías que traigas (las dos primeras patas), si no conviene dentro del “statu quo”, tu ciencia tendrá muchísimas más dificultades para abrirse camino. Es como tratar de que se dé una combustión cuando apenas hay oxígeno.
Dejemos de comprar la idea de que “la ciencia” es un taburete de una pata, o de dos. Necesita tres, bien fuertes, y equilibradas
En resumen, dejemos de comprar la idea de que “la ciencia” es un taburete de una pata, o de dos. Necesita tres, bien fuertes, y equilibradas.
Entiendo entonces que la tercera pata que mencionas tiene que ver también con la percepción de la ciencia que tiene el ciudadano de a pie.
Totalmente. Y fíjate que hoy en día nos encontramos en una encrucijada muy particular. Tras la gestión de la pandemia, toda la importancia que se le dio a la ciencia parece estar desinflándose. Espoleado por las redes sociales, hemos pasado del mensaje monocromático de la televisiones a una explosión de informaciones contradictorias. La gente tiene “su” opinión más a flor de piel que nunca.
¿Qué posición tomar desde “la ciencia”? Una estrategia conservadora podría ser la mano dura, es decir, trazar una fuerte línea divisoria entre lo correcto y lo incorrecto, la verdad y la mentira, lo científico y lo anticientífico. Pero los filósofos, sociólogos e historiadores de la ciencia saben que esa demarcación ha sido y es en realidad gradual y móvil, en vez de una suerte de impertinente y enquistado blanco y negro.
Otra estrategia, de mano firme pero amorosa, sería la de invitar a posiciones distintas a la dominante a la luz de lo que la ciencia puede ofrecer como “tecnología mental”. Darles un puntapié y meterlas de nuevo debajo de la alfombra no creo que funcione a medio y largo plazo. Quizás así, en vez de estrangular a los pájaros que no nos gustan, podamos observarlos de cerca y, quién sabe, hasta aprender algo de ellos.
Claro, la ciencia se ha construido a base de indagar más allá de la frontera. Sin esa curiosidad seguiríamos creyendo que la Tierra es plana o que no existen otros planetas. En este caso parece que nos hayamos quedado instalados en la máxima de que si no se ve, no puede ni siquiera estudiarse porque ya solo simplemente estudiarse significa que no es científico y te estás extralimitando.
Así es, y la palabra que utilizas, “extralimitarse”, es muy interesante porque evoca la idea de que hasta aquí llega el límite, pero ¿cuál es el límite? ¿y el límite para quién? ¿El límite de “lo científico” o el límite de lo que yo desde mi creencia decido que no quiero explorar y, como consecuencia, pretendo imponer a los demás que no exploren? Y, ¿qué pasa cuando uno va más allá del límite: se extralimita o expande los límites para que los que vienen detrás no tengan que extralimitarse?
Volvemos a lo que hablábamos al principio: unos te dirán que has ido demasiado lejos y otros te dirán que te has quedado corto. Cada uno que diga lo que quiera, pero que dejen hacer a los demás. Si no te sientes cómodo, no vayas. Pero no obstruyas la senda de los que están de camino. Es un desfiladero, en efecto, con vistas preciosas, pero con el riesgo constante de caer en los dos extremos que te comentaba al principio.
El equilibrio no solo parte de lo externo, de lo que te pueden decir de un lado y del otro, de ahí no te metas o eso yo ya lo he investigado, sino también de lo que en el periodismo llamamos la autocensura, entiendo. Aquí hay campo de cultivo…
Está bonito lo del campo de cultivo: el terreno, los nutrientes, la lluvia, el sol… ¿Qué semillas plantamos? ¿Qué fertilizantes usamos? ¿Se compele al monocultivo o se fomenta que cada uno tenga su jardín?
Si hablamos de “autocensura”, pues que cada una se la aplique, es decir, ya me censuro yo, no hace falta que lo haga alguien por mí. Eso sí, necesitamos al otro como espejo para ver nuestros propios puntos ciegos. Por eso insisto en el diálogo, en ir a la guerra en son de paz. El samuray prefiere no tener que desenfundar su katana… A ver si somos capaces de tomar las objeciones de ambos polos como regalos, integrar lo que hay de lícito en posiciones opuestas para poder trascenderlas. Te agradezco de nuevo la oportunidad de poder hacer parte de este trabajo aquí, en este medio de comunicación.