Virtuosismo extremo versus preciosismo colosal
En el primer concierto que ofreció ADDA Simfònica para inaugurar el nuevo año, se eligió como base programática el contraste estilístico y las diferentes corrientes musicales que se dieron y se sucedieron en los inicios y a lo largo del siglo XX. Fue protagonista, en la primera parte de la velada, el gran compositor ruso Dimitri Shostakovich del que el maestro Josep Vicent es gran admirador y suele estar presente en la programación de cada temporada.
En esta ocasión se sirvió como preámbulo la breve, que no por ello menos deliciosa, Jazz Suite Nº1 estrenada en 1934, donde el compositor ofrece su particular concepto del ritmo y sonidos americanos. Fantástica interpretación de una orquesta habituada a un variado repertorio, y, sobradamente, ha demostrado ser líder nacional por su dominio de los diversos estilos e impresionantes cambios de registro.
Con suprema atención se acogió la salida a escena del afamado violinista Fumiaki Miura que dio vida al Stradivarius de 1704 interpretando el segundo Concierto de Violín Op. 129 del citado maestro ruso. Miura regaló una magistral ejecución y, pese a valorar la calidad sonora y el gran despliegue virtuosístico del solista, la obra, de inmensa dificultad técnica, es a su vez, de dura y compleja significación, por lo que no consiguió conectar con la totalidad del público.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada a otro de los compositores fetiche del camaleónico director, capaz de mimetizarse espiritualmente y en cuestión de segundos con otra obra diametralmente opuesta. De las numerosas piezas preciosistas que compuso el divino Ravel se escogieron dos de las mayormente aclamadas y reclamadas por los fervientes aficionados.
Concebida para ballet y basada en la novela del escritor griego Longo, Daphnis et Cholé narra el descubrimiento del amor de dos jóvenes, que Ravel plasmó dotando a su Música de apasionadas y exuberantes armonías junto con la maestría y el absoluto dominio del colorido orquestal que lo hicieron único.
Dominio absoluto fue el demostrado por una orquesta que no duda, situación que sí se apercibió en un cohibido coro cuyos murmullos fueron apenas intuidos, sin que ello restase espectacularidad a la belleza de la interpretación, que alcanzó su máxima cumbre con ese auténtico "Tratado de orquestación" que es el imponderable Bolero.
Numerosas han sido las ocasiones en las que ADDA Simfònica ha ejecutado esta maravilla sideral alcanzando tal nivel de éxtasis y paroxismo que en cada una de ellas el edificio del Auditorio peligra de "venirse abajo" ante la explosión de un coso enfervorizado. Josep Vicent junto a la colosal elegancia orquestal de Ravel nunca defraudan.