En 2020 por primera vez en este siglo el porcentaje del sector público sobre el PIB superó el 50% (llegó al 51.9%). Desde entonces se ha mantenido. En 2021 fue el 50%, en 2022 más o menos lo mismo y aunque en 2023 bajo un poco para 2024 se espera que subirá.
Es decir, que el sector público ha sido un motor importante de la economía sanchista. Tanto como el privado o más. Sector público que, fundamentalmente, consume. Sus más de 3,5 millones de empleados (en progresión constante desde hace años) tienen salarios que se trasladan al consumo. Además, paga las pensiones (10 millones), a los desempleados (algo más de 2 millones) y subvencionados varios, incluyendo el millón aproximado de la renta mínima básica.
También supone inversión en instalaciones (carreteras, ferrocarriles, hospitales, colegios, …). Algo que realiza normalmente en conexión con el sector privado.
¿Cómo se obtiene el dinero para todo ello? Básicamente por tres conceptos: impuestos y tasas; déficit público -financiado en parte por deuda pública- y los ingresos procedentes de la UE, en particular los procedentes de Next Generation.
¿Qué ha pasado con los impuestos? Han crecido estos años también. Según el IEE (Instituto de Estudios Económicos) entre 2019 y 2023 han subido en casi 50.000 millones de euros, un 23,4% mientras el PIB creció un 11,5%. La misma entidad estima que para 2023 la presión fiscal será del 42,3% del PIB debido a nuevos impuestos.
El sector público ha sido un motor importante de la economía sanchista.
Todo esto ahoga al sector privado. Sobre todo al sector empresarial. La misma fuente indica que las empresas aportan el 32% de todos los impuestos, mientras en la Zona Euro es sólo del 23,9 y tienen una presión fiscal del 10,8% frente a una media del 10,3% de la UE. Con estos datos, se puede decir que es demagogia la acusación a la empresa de que aporta poco a los impuestos.
El déficit es otra de las formas de financiar ese gasto público creciente. Un déficit que se conjuga con un incremento de la deuda pública. Deuda pública que ha pasado del 98% del PIB en 2019 al 112% en 2023. Y aunque ese porcentaje ha bajado en 2023 respecto a 2022, en valores absolutos ha subido de 1,2 billones en 2019 a 1,5 billones en el último año. Algo que en un entorno de intereses altos es peligroso.
Los ingresos procedentes de la UE (a la que también aportamos) y ahora los Next Generation son la tercera fuente. Llegan una parte a fondo perdido y otra como deuda. Casi nadie sabe dónde están, menos los interesados. La falta de transparencia es notable. Pero ahí están. Muchos millones llegan al sector público y de ahí se trasladan al privado por gasto e inversión.
De momento la tesorería del sector público aguanta. Su déficit lo permite. ¿Hasta cuándo? Los expertos indican que cuando las instituciones comunitarias apliquen la disciplina fiscal se verá que la pelota es insostenible.
Entonces la UE exigirá restricción del gasto público, bajada del déficit y disminución de la deuda. Incluso una deflación de las pensiones, alargando la edad de jubilación otra vez o reduciendo las nuevas.
Pero Alemania, la locomotora europea está gripada, y no está en disposición de apretar. Es en lo que confían los gestores de la macroeconomía española. El gobierno Sánchez no cree que la sangre llegue al rio hasta dentro de dos años y, para entonces, puede que sean otros los que tengan que arreglar el desaguisado.
De momento la tesorería del sector público aguanta. Su déficit lo permite. ¿Hasta cuándo? Los expertos indican que cuando las instituciones comunitarias apliquen la disciplina fiscal se verá que la pelota es insostenible.
Mientras tanto la "ciudad alegre y confiada" (como diría Benavente) que es España y sus dirigentes se dedican a tirar la pelota hacia adelante y el que venga detrás que arree.
Así que los ciudadanos del futuro algún día lo pagarán. Al menos eso piensa el Gobierno Sánchez. Pero entonces se le podrán pedir explicaciones que no servirán para nada. El tiempo los amnistiará. Amnistía es una palabra preferida para este gobierno para otros y ¿por qué no para ellos?
Las cátedras de historia macroeconómica analizarán el suicidio económico de este periodo, que pudo ser la plataforma de la modernización de España y quedará en el pan et cirquenses de la caída de Roma. Pero sólo será historia ¿aprenderemos?
** J. R. Pin Arboledas es profesor del IESE.