Vista del paisaje del incendio forestal cerca de la autopista 63, en el sur de Fort McMurray. Foto: Darrenrd

Vista del paisaje del incendio forestal cerca de la autopista 63, en el sur de Fort McMurray. Foto: Darrenrd

Letras

'El tiempo del fuego': el colosal incendio de Canadá que mostró los efectos del cambio climático

David Enrich
Publicada

“¿Está vivo el fuego?”, pregunta el periodista y escritor John Vaillant (Cambridge, Estados Unidos, 1962) al comienzo de El tiempo del fuego. Pongo mueca de fastidio, mientras Vaillant enumera una docena de funciones vitales –crece, respira, viaja en busca de alimento– porque la respuesta parece evidente: no. Unas 300 páginas más tarde, la pregunta ya no me parece tan absurda.

El tiempo del fuego

John Vaillant

Traducción de David Muñoz. Capitán Swing, 2024. 472 páginas. 27€

Vaillant narra la historia de un colosal incendio forestal que, en la primavera de 2016, calcinó gran parte de Fort McMurray, una pequeña ciudad situada en el bosque boreal del centro de Canadá. Es una historia de bomberos, propietarios de viviendas y autoridades locales que se enfrentan a un fenómeno tan intenso que generó sus propios sistemas meteorológicos, incluyendo vientos huracanados y rayos.

Más que eso, es una fábula real sobre las causas y consecuencias del cambio climático. Fort McMurray, con una población de unos 90.000 habitantes, se creó para que las empresas energéticas pudieran extraer bitumen –una sustancia negra y pegajosa que puede convertirse en crudo sintético, gasóleo y una variedad de productos derivados del petróleo– de las arenas bituminosas del norte de Alberta.



Más del 40% de las importaciones estadounidenses de petróleo proceden de Fort McMurray. En otras palabras, la gigantesca explotación minera y de procesamiento –tan inmensa que puede verse a casi 10.000 kilómetros de la superficie de la Tierra– es una manifestación física de las fuerzas que han conducido a un mundo cada vez más cálido.

También es una manifestación física de las graves amenazas que plantea ese mundo cada vez más cálido. Hace décadas, este habría sido un escenario improbable para un infierno descontrolado, sobre todo en los meses frescos y húmedos de la primavera. Pero en mayo de 2016 las temperaturas se dispararon hasta rozar los 90 grados Fahrenheit (32 ºC) –casi 30 ºF por encima de lo normal– y el aire era tan seco como el del desierto.

El pequeño fuego fue avistado por primera vez en el bosque al suroeste de Fort McMurray, el domingo 1 de mayo. Como no se extinguió rápidamente, los bomberos le asignaron un código impersonal: MWF-009. El incendio creció exponencialmente, alimentado por árboles quebradizos y un viento adverso. Las autoridades tardaron en darse cuenta de la magnitud del peligro, a pesar de que las llamas cada vez más grandes se acercaban a toda prisa a la ciudad. Antes de que acabara, los lugareños rebautizarían al 009 como “la Bestia”.

Para describir lo que ocurrió a continuación, Vaillant aprovecha al máximo recursos con los que generaciones anteriores de periodistas solo podían soñar: cámaras de teléfonos móviles, cámaras de seguridad, peluches con cámaras espías en su interior. Innumerables personas colgaron miles de fotos y vídeos en las redes sociales, y el tesoro digital, así como las entrevistas con testigos, permiten a Vaillant describir vívidamente el incendio a medida que devoraba Fort McMurray.



Narra el instante en que un cielo azul y despejado quedó borrado por “una imponente nube negra atravesada por vetas anaranjadas y que hervía por las llamas”, transformando un soleado día de primavera en una larga y oscura noche.

Es una crónica apasionante, aunque a veces las divagaciones de Vaillant ralentizan la narración. Tenemos la detallada historia del uso del bitumen a lo largo de los milenios; el discurso sobre la naturaleza casi espiritual del fuego en sus múltiples formas, que acaba derivando en una meditación sobre el oxígeno y la respiración humana; y el largo repaso de las raíces de la ciencia del clima, el activismo y el negacionismo.

Un incendio descontrolado es difícil de comprender para cualquiera que no se haya enfrentado a él. Vaillant está claramente fascinado cuando detalla con pasión el funcionamiento interno de 009 y sus consecuencias apocalípticas.

El bosque que rodeaba Fort McMurray estaba formado en gran parte por abetos negros que goteaban savia inflamable. Al arder los árboles en lo alto, el fuego inhalaba oxígeno desde abajo. Esto generaba vientos fuertes y sostenidos que ascendían aullando hacia las copas de los árboles y luego lanzaban ráfagas de brasas a cientos de metros del fuego, alimentando su crecimiento implacable.

En el centro de la deflagración, un chorro de aire sobrecalentado que se elevaba rápidamente hacia el cielo succionaba cientos de miles de litros de agua procedentes de mangueras, tuberías rotas y ríos helados. A muchos kilómetros de altura, el aire se enfriaba y el vapor de agua se convertía en hielo carbonizado, y “corrientes descendentes huracanadas lanzaban descargas de granizo negro” hacia el suelo.

Vaillant antropomorfiza el fuego. según él, crece, respira, caza. Permanece al acecho meses, incluso años

Vaillant destaca que antes las casas solían estar repletas de materiales naturales: mesas y sillas de madera, cortinas de encaje... Inflamables, sí, pero nada comparado con las casas combustibles de ahora. Hoy los muebles están hechos de plástico o compuestos de madera, pegados con resinas y colas y recubiertos o rellenos de materiales sintéticos como el nailon y el poliuretano.

“Hoy en día”, escribe Vaillant, “es frecuente encontrarse sentado o durmiendo en muebles compuestos casi en su totalidad por productos derivados del petróleo”. No es de extrañar por tanto que, en cuestión de minutos, las casas recién construidas de Fort McMurray quedaran reducidas a cenizas.

Vaillant antropomorfiza el fuego. No solo crece, respira y busca alimento, sino que idea estrategias. Caza. Permanece al acecho durante meses, incluso años. El fuego, por supuesto, no está vivo en ningún sentido técnico. Pero eso no lo convierte en un antagonista menos temible. El cambio climático ha calentado el aire y secado el suelo, convirtiendo las condiciones en un polvorín.

Como señala Vaillant, “en todo el mundo los incendios arden durante temporadas más largas y con mayor intensidad que en ningún otro momento de la historia de la humanidad”. La catástrofe que asoló Fort McMurray es probablemente un presagio de lo que nos espera.

© The New York Times Book Review.
Traducción: News Clips

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