Ángela Cervantes como Valeria en 'Valenciana'.

Ángela Cervantes como Valeria en 'Valenciana'.

Cine

Corrupción, asesinatos y bakalao en los 90: 'Valenciana', retrato de una generación

Ángel Mora
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Los años 90 de la Comunidad Valenciana son los años del miedo. En un caso que se ha quedado grabado a fuego en la memoria popular, tres muchachas de la localidad de Alcácer desaparecieron un día de noviembre. Meses después aparecieron muertas en un monte, lo que generó un escándalo mediático. Aquel episodio permaneció suspendido en el aire como un vapor fétido a lo largo de toda la década. El terror de los padres de que aquella tragedia se volviera a repetir encerró en sus casas a muchas adolescentes durante demasiado tiempo. 

También son los años de la fiesta. Pero no solo por esas raves que comenzaban un viernes para acabar un lunes. Tampoco por aquella Ruta del Bakalao de excesiva música electrónica y clorhidrato de cocaína. La clase política valenciana estaba asimismo enfrascada en su propia bacanal. Aquellos años fueron testigos de los casos más vergonzosos de corrupción de la región, en los que los pelotazos inmobiliarios y los proyectos babilónicos eran la orden del día. 

Al cineasta Jordi Núñez (Valencia, 1991), que el viernes 18 de octubre estrena la película Valenciana, apenas le habían salido los dientes de leche cuando todo esto estaba ocurriendo. Criado en Pinedo, al sur de la ciudad de Valencia y a tan solo unos kilómetros de Spook, una legendaria discoteca de la Ruta del Bakalao, dice haber crecido teniendo como telón de fondo "los murmullos que hablaban de los peligros de la Ruta y de asesinos como los de Alcácer".

Valenciana es una adaptación al cine de la obra de teatro homónima del dramaturgo Jordi Casanovas. La historia sigue los pasos de tres amigas en Valencia durante los años 90. La fiesta, la corrupción política y los asesinatos de Alcácer, cada una de las tres ramas que definieron la región durante aquella década, viene reflejada en la película por una de las tres jóvenes. 

Lo hace huyendo de la glorificación a la que se tiende cuando se recuerdan cuestiones como la Ruta. "Mi mirada en esta película, aunque no está exenta de cierta ternura, deja espacio para la reflexión crítica. No es un pasado que fue mejor", afirma Núñez. El cineasta niega abordar ese recuerdo desde un punto de vista idealista. Al contrario, le ha interesado sobre todo "abordarlo desde el punto de vista de la fábula, tratando de buscar lo que tienen en común los jóvenes de ahora con los de entonces". 

En lo que recuerda de aquellos días, Núñez ve entremezclados, casi como una misma cosa, "la ilusión de la inauguración de Terra Mítica, sin saber lo que había detras" y "el miedo que generó lo de Alcácer. La estela que dejó en los adultos. Los niños estábamos aterrorizados y no sabíamos por qué". Valenciana es, en cierta manera, una forma de reconstruir aquel pasado, esta vez como un adulto, a través de las piezas de recuerdos infantiles y "la información que se sabe ahora de lo que ocurría entonces". 

En los primeros fotogramas de la película se puede ver a unos jóvenes saliendo de una discoteca de la Ruta a plena luz del día. Mientras tanto, un anciano -interpretado por el abuelo del director- se dedica a quemar la paja del arroz, ahumando a los chicos, que le insultan. Una modernidad cada vez más decadente colisiona con una tradición que se niega a desaparecer y que, dice Núñez "pervive incluso después de ese falso progreso".

Valeria (Àngela Cervantes) es el personaje que representa aquella faceta festiva de la Valencia de entonces. Su madre muere a los pocos minutos de comenzar el largometraje y ella, DJ, trata de "sortear el luto a través de la fiesta, de marcharse a Ibiza y de una relación sentimental". El dolor sigue ahí, no obstante, "sin que aquella vida anestesiante funcione y necesitando otra forma de estar en paz". 

"En la idiosincrasia valenciana hay una propensión al sainete. Se manifiesta mucho en la política", dice Núñez. En la historia de Encarna (Conchi Espejo) encontramos ese ridículo. Jefa de prensa del nuevo alcalde de Benidorm (Fernando Guallar), del que está enamorada, promueve el ascenso astronómico del político pese al despliegue de mezquinas corruptelas y excesos que desfilan frente a ella. 

"En la idiosincrasia valenciana hay una propensión al sainete"

Ana (Tània Fortea) es, probablemente, la que tiene la mirada más preclara de las tres amigas. Periodista de profesión, sigue de cerca el caso Alcácer. No obstante, conforme se pierde el control de la opinión popular y se observa una decadencia moral en la forma de tratar el tema por parte de los medios, ella comienza a tomar distancia. 

Núñez asegura que "se identifica con cada una de las tres protagonistas". Cada una de ellas es una parte de un todo indivisible. Aún y todo, el cineasta desea "que cada espectador reciba de ellas una revelación que tenga que ver con sigo mismo". 

Algunos planos de la ciudad cierran el filme. En ellos se ve la Ciudad de las Artes y las Ciencias. También el Puente de la Peineta. Pero no se realizan desde la propia urbe. Es una mirada que viene desde la Huerta Sur, desde Pinedo. El mismo lugar donde el anciano del comienzo ahumaba a los jóvenes. "Me interesaba poner la cámara en lo que ha quedado de aquellas promesas y aquellos años, sin juzgar más allá", dice Núñez. 

Es una mirada humilde y tradicional que deja al descubierto la decadencia de aquellos proyectos faraónicos y megalómanos que dejaron a la ciudad al borde de la bancarrota. Pero no están desprovistos de belleza. Del encanto de una urbe contradictoria; un Ícaro que ha querido volar demasiado alto y que, incluso después de estrellarse, sigue vivo.