Dormir es un hábito que hace bien a cualquier persona, puedes dormir cuando quieres desconectar un rato del mundo, cuando te encuentras mal e incluso cuando te aburres y no tienes nada mejor que hacer.
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Hasta aquí, son todo ganancias, pero ¿duermes lo suficientemente bien como para beneficiarte de ello? Según una encuesta realizada en 2020 por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, más de una tercera parte de los adultos del país no duermen las siete horas o más recomendadas cada noche.
Esa falta de sueño, según los expertos, puede llegar a estar asociada a riesgos de la salud como la obesidad, hipertensión, diabetes o trastornos mentales, entre otros. No solo el tiempo que dormimos es relevante, sino también cómo dormimos ese tiempo que estamos en la cama.
Es normal pasar una mala noche de vez en cuando, pero cuando esto se convierte en un problema ocasional puede derivar en problemas de salud graves. Pero la realidad es que una siesta no puede salvar el sueño que no logras conseguir durante la noche.
Sumar las pocas horas de sueño que tienes por las noches y las de siesta durante el día no va a beneficiar a tu salud. De acuerdo con Rebecca Spencer, investigadora de la ciencia del sueño en la Universidad de Massachusetts Amherst, las siestas no cuentan como sueño profundo y reparador.
Cuando dormimos por la noche, pasamos por varios ciclos de sueño de 90 minutos y cada ciclo se compone de cuatro etapas, las dos primeras se consideran sueño ligero, la tercera ya es sueño profundo y la última etapa: la fase REM, en la cual se producen los sueños.
Si hacemos una siesta corta, de menos de 90 minutos, es posible que no lleguemos a las fases de descanso, que son las dos últimas. En cambio, si hacemos una siesta larga puede acarrear muchos más problemas.
¿Ventajas o desventajas?
Si es cierto, según los expertos, que las siestas breves son beneficiosas en muchos casos. Una siesta de 20 a 30 minutos, aunque nos parezca corta, puede devolverte energía sin dejarte aturdido y no alterará tu sueño por la noche, logrando así dormir con absoluta normalidad.
Este hábito de forma breve no solo benefician en el descanso, sino que también se asocian con un mejor rendimiento, memoria y menor riesgo de enfermedades cardiovasculares o crónicas, como la obesidad.
Un estudio publicado en la revista Obesity señaló que el riesgo de obesidad aumenta un 23% cuando las siestas son largas. En cambio, las personas que hacen la siesta de tan solo unos minutos tienen menos riesgo de presión arterial alta.
Lo malo y perjudicial no son las siestas, sino el tiempo que invertimos en ellas. Otros estudios fijados en el impacto de la siesta según la duración aportan que las personas que toman siestas largas tienen más probabilidad de sufrir un ictus: tienen un 88% más de riesgo que aquellas que no tienen este hábito, según la Academia Estadounidense de Neurología.
Si hacemos siestas muy largas, aparte de no ser beneficiosas para nuestra salud, nunca llegaremos a descansar debido a que por las noches no tendremos el mismo sueño. Parecerá que has dormido, pero tu cuerpo realmente seguirá cansado.
También es fundamental no hacer de las siestas una necesidad. Tu cuerpo cree que solo va a descansar cuando llega la tarde para dormir esas horas, pero la realidad es que si estás cansado todo el tiempo o tienes problemas para pasar el día sin tomar una siesta, deberías acudir a un especialista del sueño.
Estos profesionales, capacitados en psicología del sueño, pueden ofrecer ciertos ejercicios o estrategias, como la terapia cognitivo-conductual, que podrán ayudarte a conseguir el descanso que necesitas.
Es cierto que muchos días necesitamos una siesta revitalizante para mejorar nuestro estado de ánimo, pero es importante saber de esta información para diferentes cuestiones como descubrir por qué por las noches no dormimos bien o por qué deberíamos reducir nuestro tiempo de siesta.
En resumen, las siestas son buenas cuando son cortas, porque como ya bien sabemos, todo en exceso es malo.