Un tópico es que los urbanitas son, por lo general, menos serviciales, amables, simpáticos y amigables que las personas que viven en zonas rurales. Esta creencia se suele apoyar en que los estilos de vida urbanos están asociados a mayores riesgos para la salud mental, mayor estrés y menor nivel de confianza en los demás. Sin embargo, un estudio de 2020 de la University College de Londres tiró por tierra los estereotipos: la clave está en la riqueza.
Se ha sugerido que las personas de las ciudades están menos inclinadas a ayudar porque piensan que “ya lo hará otro”. Para comprobar este tipo de concepciones, el estudio puso de marcha varios experimentos: se analizó si la gente reenviaba una carta perdida, devolvía un objeto que se le había caído o si se paraba a dejar cruzar la calle a alguien.
De estos experimentos, los investigadores descubrieron que la gente, independientemente de dónde viva, era más propensa a ayudar si se les preguntaba directamente, pero no había diferencia alguna entre la ciudad y el pueblo.
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Otro de los descubrimientos fue que la cooperación depende fundamentalmente de la riqueza: los habitantes de zonas más desfavorecidas eran menos propensos a ayudar que los de comunidades más acomodadas.
Pedir ayuda
El temor a ser rechazado a menudo puede ser el principal motivo por el cual se evita pedir ayuda. Pero la cooperación humana, de acuerdo con una investigación del sociólogo de la UCLA Giovanni Rossi y un equipo internacional de colaboradores, es más frecuente de lo que se puede imaginar.
La gente accede a cumplir pequeñas peticiones siete veces más de lo que las rechaza y seis veces más de lo que las ignora. Es más, los porcentajes medios de rechazo (10%) e ignorancia (11%) son muy inferiores al porcentaje medio de conformidad (79%).
Diferencias culturales
La riqueza no es el único factor que condiciona la tendencia a la cooperación. El mismo estudio se planteó qué papel juega la cultura en la predisposición de las personas a prestar su ayuda. Y lo hizo con dos preguntas: ¿Están nuestras decisiones sobre compartir y ayudar moldeadas por la cultura en la que crecimos? O, por el contrario, ¿somos los humanos generosos y dadivosos por naturaleza?
Para responder a estas preguntas, los autores analizaron más de 40 horas de grabaciones de vídeo de la vida cotidiana de más de 350 personas en lugares geográfica, lingüística y culturalmente diversos: ciudades de Inglaterra, Italia, Polonia y Rusia, y aldeas rurales de Ecuador, Ghana, Laos y la Australia aborigen.
El ansia por ayudar, según los resultados de la investigación, trasciende las diferencias culturales. El estudio sugiere que, en el fondo, las personas de todas las culturas tienen comportamientos cooperativos más parecidos de lo que han establecido investigaciones anteriores. Pero las razones detrás del rechazo son muy diversas.
Por ejemplo, los cazadores de ballenas de Lamalera (Indonesia) siguen unas normas establecidas sobre cómo repartirse una gran captura, mientras que los forrajeadores Hadza de Tanzania comparten más su comida por miedo a generar cotilleos.