La tarde de Victorinos en Sevilla presagiaba cosas buenas, pero no los acontecimientos paranormales que han sucedido este sábado primaveral de pescaíto en la que hasta el Giraldillo se ha emocionado por lo vivido.
Manuel Escribano, con el carné de experto en los cárdenos, ha traspasado los límites de lo humano demostrando que tiene dos huevos, perdónenme la expresión, más grandes que los del caballo del Espartero; Borja Jiménez que puede apuntar lo alto que quiera y Roca Rey que los vetos salen caros y las inseguridades también.
De acuerdo, manda porque llena las plazas, pero con el público en contra después de su gesta y del esfuerzo que ha hecho por primera vez delante de un Victorino ¿de qué le sirve? Y sobre todo después de que el vetado, Daniel Luque, saliera el día anterior por la Puerta del Príncipe porque así lo quiso el pueblo.
Pero volviendo a lo ocurrido en el ruedo, que es donde deben arreglarse las cosas, Escribano ha demostrado que con voluntad y amor propio todo, absolutamente todo, se puede.
Incluso, lo imposible, como era salir en el sexto con unos vaqueros prestados por el futbolista Chimy Ávila y cortarle dos orejas a un exigente cárdeno con un boquete de diez centímetros en el muslo. Su enésimo costurón fue cosido por cierto con la mínima anestesia local porque tenía claro que si había una mínima posibilidad, iba a aprovecharla.
En medio, Borja Jiménez ha vuelto a demostrar el buen momento en el que se encuentra, en el que si pasa una mosca la torea, pero en este caso eran dos toros, bueno tres, de Victorinos. Uno de ellos muy bravo pero exigente, como ha sido 'Baratero', al que le hubiera cortado las dos orejas si la espada no hubiera caído tan tendida.
Jiménez lo cuajó de principio a fin sabiendo hacerle las cosas, templándolo mucho, enroscándoselo en cada muletazo y entregando su alma a Sevilla y al toro en una faena llena de emoción. Los últimos naturales con la figura desmayada hasta la cadera fueron sublimes como los ayudados finales. Casi de pellizcarte.
Antes el de Espartinas tuvo que matar al que hirió a Escribano con su pitón derecho aún lleno de sangre. Un trance muy duro que resolvió con mucha dignidad. Por el derecho no tuvo ni uno y por el izquierdo había que tragarle y le tragó, tanto que cuando se relajó casi le echa mano.
Con el último se fue a los chiqueros porque sabía lo que se jugaba. Lo larga fue perfecta, pero después el animal se quedó muy corto y le apretó mucho, al igual que con la muleta. Le quitó el trapo varias veces, por eso los muletazos que le robó tuvieron tanto mérito porque en cada uno tiró la moneda.
En otras circunstancias el público sevillano hubiera reconocido la gesta de Roca Rey al matar por primera vez Victorino, pero no fue así. Más bien al contrario, a pesar del esfuerzo del peruano, sobre todo con su último toro, al que imprimió una faena sin alardes, de toreo claro y ciñéndose cada vez más.
Pero Sevilla no le perdonó lo desajustado que estuvo con el primero, ni por supuesto esa imposición en los despachos con cuestiones que deben resolverse en el ruedo.
La gran Fiesta con mayúsculas llegó en ese sexto cuando Escribano con camisa blanca, chalequillo y vaqueros a modo de taleguillas salió dispuesto a todo. Allí se fue, al mismo lugar, en el que dos horas antes había derramado su sangre para dar una lección de pundonor.
Con esa sensibilidad de Tejera, sonó 'Amparito Roca' mientras esperaba postrado de rodillas esos dos minutos que se hicieron eternos para lancear al Victorino que fueron subiendo los decibelios de la ya noche maestrante. Al igual que con los dos pares de banderillas que el diestro decidió poner visiblemente mermado, mientras el público le pedía que no lo hiciera.
Esto solo se entiende con el alma, la misma que le puso Escribano a su muleta para extraer los muletazos a un toro que le exigió lo imposible y al que nunca volvió la cara en la misma boca de riego.
Y el mismo alma que le entregó Sevilla pidiéndole a borbotones las dos orejas por todo lo que había ocurrido en dos horas y media. Esto es el toreo y no hay nada igual, ni parecido, porque es grandeza y el de Gerena hoy lo ha dignificado aún más.