El mundo se va a la mierda. No le demos más vueltas. A la gente le preocupa su propio bienestar. El individualismo ha asesinado a cualquier tipo de mirada por el bien común, y cosas que deberían unir a todos generan una brecha incomprensible. Ahí tenemos al cambio climático. Da igual que los científicos lleven años y años anunciando que o hacemos algo o no quedará planeta para los que vienen. La gente piensa que mientras aguante unas cuantas décadas más para que ellos lo piensan disfrutar, el resto no importa. Los hay que incluso niegan lo que dicen científicos de todo el planeta.
Esa lucha entre individualismo y ciencia se ha subrayado con la crisis del coronavirus, que ha multiplicado el número de negacionistas que cree que todo lo que hemos vivido el último año es fruto de una conspiración judeo masónica que quiere inyectarnos chips mediante vacunas para controlarnos o matar a parte de la población. Una teoría que sólo escribirla rezuma surrealismo, pero que en tiempos de populismo y argumentos de telepredicadores calan en una sociedad capaz de creer un mensaje reenviado por whatsapp antes que a un científico.
Por eso una película como No mires arriba, concebida como metáfora de la crisis del cambio climático y como reflejo del pasotismo de los políticos ante lo inevitable, llega ahora en un momento donde su mensaje se multiplica y duele más. Esta sátira mordaz, afilada e inteligentísima sobre unos científicos que descubren un meteorito que va a acabar con la tierra y no consiguen convencer a nadie para que haga nada es el mejor reflejo del momento actual de un mundo que está condenado a su extinción.
Adam McKay logra su película más fina. En esta no hay fuegos artificiales, recursos pops, rupturas de la cuarta pared ni juegos efectistas como en sus anteriores -y también brillantes- películas. Aquí sólo hay un retrato despiadado que fabula sobre lo que ocurriría en la sociedad de 2021. McKay tiene para todos. Para los políticos que retrasarían el anuncio para ganar unas elecciones –con una brillante Meryl Streep que bebe de Donald Trump, pero también de Hillary Clinton-. Su retrato de la política -cuya arma es la polarización- es tan pesimista como acertado.
Pasa lo mismo con su mirada sin compasión a unos medios de comunicación que han convertido todo en un espectáculo. En un momento brillante los dos científicos acuden a un programa televisivo que presentan unos hilarantes Cate Blanchett y Tyler Perry. Faltan Trancas y Barrancas. Aquí han venido a dar espectadores, no a alarmar a la gente. Como en toda la obra de McKay hay también una crítica al capitalismo, porque aquí todo es susceptible de convertirse en parte del mercado. Hasta una catástrofe natural puede aprovecharse para sacar dinero, y ahí entra en juego el personaje de un increíble Mark Rylance como un trampantojo de Steve Jobs, Elon Musk y todos esos magnates sociópatas que sacrificarían a la mitad de la población para mantener su emporio.
Dos horas y media que se pasan en un suspiro, entre bofetones a todos, chistes brillantes, bromas recurrentes fantásticas -esos snacks de la Casa Blanca- y un reparto que se nota que disfruta de la fiesta y en el que no falta nadie (por allí pasan Ariana Grande, Thimothée Chalamet y Jonah Hill). Jennifer Lawrence como una Greta Thunberg cabreadísima cumple, pero quien se adueña de la función es Leonardo DiCaprio como científico buenorro que prefiere formar parte del sistema y convertirse en una estrella a ser el señor maleducado que dé un grito para poner las cosas en su sitio.
Porque para McKay la solución -si es que la hay-, pasa por dejarnos de buenas formas. Nada va a cambiar con los tibios, y menos con los equidistantes, como ese actor con cameo que es mejor no desvelar y que dice que ni machismo ni feminismo. Que ni mira arriba ni mira abajo, que mejor mirar al centro. Es un placer que alguien le dé a McKay carta blanca para realizar una sátira a calzón quitado que hace que nos riamos a carcajadas de lo mal que estamos y que también dé ganas de cambiar las cosas.
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