“Tres películas. Tres semanas. Una historia asesina”. Desde el momento en que Netflix anunció por sorpresa su innovadora apuesta para el verano, la idea detrás de La calle del terror quedó clara. Durante tres viernes consecutivos, los fans del género podrían darse un homenaje con la adaptación de una de las sagas literarias más famosas de R. L. Stine, un especialista en la literatura de género juvenil que ha vendido más libros que el mismísimo Stephen King. El estreno de la tercera parte, ambientada en 1666, pone fin a la sorprendente trilogía dirigida y coescrita por Leigh Janiak con satisfactorios resultados.
Después de visitar la era más autoconsciente del slasher en la Parte 1 y revivir el espíritu de las películas más sangrientas del género en la Parte 2, La calle del terror tenía por delante el más difícil todavía: retroceder en el tiempo más de 300 años para revelar el origen de la maldición de la bruja Sarah Fiers y regresar a 1994 para saldar las cuentas pendientes de las dos películas anteriores y cerrar de una vez la traumática historia entre Shadyville y Sunnyvale.
El primer contacto con esta Parte 3 no resulta particularmente prometedor. Si las anteriores películas de la trilogía tenían a las sagas Scream y Viernes 13 como referentes más evidentes, el viaje en el tiempo hasta 1666 nos lleva directamente a un título muy distinto: La bruja. Es difícil no tener presente la atmosférica y enfermiza película que lanzó la carrera de su director (Robert Eggers) y su protagonista (Anya Taylor-Joy) al encontrarnos con el mundo de paranoia, superstición y perjuicios que dio origen a una maldición centenaria que ha seguido dejando víctimas mortales hasta el presente.
Una vez pasado el susto que nos da una dirección artística que no está a la altura de las más accesibles reconstrucciones de 1978 y 1994, la transición es mucho más orgánica de lo esperado a pesar de que ni Janiak presume del reconocible estilo detrás de la cámara del director de El faro, ni La calle del terror tiene las ambiciones de una película que ayudó a redefinir el terror de la última década. O precisamente gracias eso.
Tras un breve prólogo que nos deja claro que la actriz que interpreta a la superviviente Deena hará las veces de la bruja en el pasado (otros miembros del elenco vuelven a aparecer para interpretar a sus antepasados, esta vez con acentos distintos), el cierre de la trilogía encuentra rápidamente el tono y empieza a resolver todas nuestras preguntas. ¿Quién era realmente Sarah Fiers? ¿Cómo empezó la maldición? ¿Por qué los habitantes de Shadyville son las víctimas de una mala suerte centenaria? ¿Qué papel tiene Sunnyvale en el misterio?
Este viaje al pasado reserva a la audiencia respuestas ocasionalmente sorprendentes, como el cierre circular que recibe cierta relación afectiva que había sido cuestionada por algunos espectadores y que, sin embargo, se confirma aquí como algo más interesante que un simple guiño de Netflix a las sensibilidades actuales.
El tono sobrio, pero cercano que imprime la directora, la urgencia narrativa que desprende la caída en desgracia de Sarah Fiers y la envolvente banda sonora compuesta por Marco Beltrami y Anna Drubich (mucho más resultona en el pasado) dan pie a un oscuro y entretenido drama con tintes históricos que es capaz de plasmar la violencia y la opresión de la época sin explotarla directamente. Puede que como historia de brujería independiente esta Parte 3 no presenta nada que no hayamos visto antes, pero como parte de un conjunto más ambicioso, es la pieza que le faltaba al rompecabezas.
Una vez resuelto el misterio del pasado, La calle del terror parece recordar repentinamente que cuatro supervivientes siguen esperando en 1994 para poner punto final a una sangrienta maldición centenaria. El abrupto cambio de tono y estética pasa prácticamente inadvertido gracias a unas revelaciones que han invertido nuestras expectativas de cara a un final que la saga lleva tres películas construyendo.
El centro comercial en el que nos sumergimos por primera vez en esta historia se convierte también en el corazón del eficaz clímax de la trilogía. Mientras esperan la llegada del gran villano de la función, los supervivientes retuercen a su antojo las reglas del universo que tanto les ha costado aprender para crear un final que combina lo sangriento y lo sutilmente emotivo, como ya habían hecho con habilidad las dos primeras entregas de la trilogía.
La calle del terror se despide confirmando las buenas sensaciones que se intuían desde el disfrutón prólogo protagonizado por Maya Hawke. Sin llegar a virtuosismos formales o narrativos, Leigh Janiak se postula como la gran revelación del proyecto gracias a su sorprendente facilidad para cambiar de tono y estilo según las necesidades que iba pidiendo cada capítulo de la historia. La directora siempre se pone al servicio del relato y no al revés: su presencia en el guion y la dirección de cada una de las entregas le atribuye unos méritos que no deberían pasar desapercibidos.
Sin embargo, puede que la gran triunfadora de este experimento audiovisual sea la propia Netflix. La plataforma tiene la oportunidad de aprender una lección y seguir explotando las posibilidades que le permite su propio modelo de negocio. Sean cuáles sean sus consecuencias, la trilogía se ha convertido ya por méritos propios en la primera gran sorpresa del verano en el reino del streaming.
Las tres partes de 'La calle del terrror' (1994, 1978 y 1666) se pueden ver en Netflix.
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