Solo son necesarios unos segundos para que el actor y guionista Joel Kim Booster verbalice a través de una voz en off los dos elementos más interesantes de Fire Island. La comedia romántica de Disney+ es una actualización confesa del clásico que inspiró todas las películas y libros que llegaron detrás de ella (la obra completa de Jane Austen en general y Orgullo y prejuicio en particular). La propuesta funciona a la vez como un divertido y estimulante recordatorio de que una de las máximas sobre las que giran cada año las reivindicaciones del Orgullo LGTB+ no es exactamente cierta: amor es amor.
Esas tres palabras que se convirtieron en el eslogan de la campaña para conseguir la aprobación del matrimonio igualitario en Estados Unidos son tan ciertas como incompletas. Todos tenemos el mismo derecho a amar y a ser amados, pero las circunstancias que a menudo afectan a una pareja entre dos personas del mismo sexo (y en concreto entre dos hombres, como en la película de Andrew Ahn) son diferentes a las que influyen en la relación entre dos personas heterosexuales.
Después de celebrar la existencia de una película como Con amor, Simon (un romance adolescente cuyo aspecto más revolucionario era que no era más que clásica fantasía teen protagonizada por primera vez por un chico gay), era necesario que Hollywood pasara página y se alejara de la heteronormatividad para contar sus propias historias con relatos que fueran interesantes para un público universal pero, sobre todo, que resultaran reconocibles para un colectivo que durante décadas ansío ser representado en una pantalla.
Fire Island y la inminente Bros (otra película escrita y protagonizada por un actor abiertamente gay, Billy Eichner, que llegará a los cines españoles el 28 de octubre) juegan con los elementos más característicos de la comedia romántica, un género con tantas reglas y lugares comunes como el slasher o el cine negro, y los llevan a un universo propio y más pegado a la realidad del siglo XXI.
Booster se ha inspirado para su primer guion en sus experiencias con sus amigos en uno de los destinos turísticos favoritos de la comunidad gay en Estados Unidos: Fire Island, una isla de Nueva York que durante una semana al año se llena de jóvenes homosexuales que buscan diversión y libertad sin ser juzgados por nadie.
El detonante de la película no es más que una excusa para capturar el espíritu de una generación muy concreta (los milenials gays que viven en las grandes ciudades) y contar dos romances muy distintos. Sus protagonistas son Howie, un treintañero que nunca ha tenido pareja y que no renuncia al amor a pesar de no encajar en los delirantes cánones de su comunidad, y Noah, su mejor amigo, alguien que utiliza el sexo como vía de escape y obstáculo para que nadie se le acerque demasiado.
Boyen Yang (estrella del Saturday Night Live) y el propio Booster (de actualidad también por el estreno de la comedia de Apple TV+ Loot) lideran el coral reparto de la película, habitado en su totalidad por actores que también son LGTB+ en su vida privada. Sin embargo, Fire Island nunca llega a mencionar el hecho de tener protagonistas que pertenecen a una minoría, la comunidad asiático-americana, particularmente infrarrepresentada en Hollywood. Está demasiado preocupada por explorar todo eso que no aparece en las comedias románticas que hemos visto una y otra vez.
El retrato más casual y desprejuiciado del sexo, el impacto en las relaciones de apps como Grindr y OnlyFans, la obsesión por la cultura pop (el hilarante chiste de Marisa Tomei y Alicia Vikander durante una partida al Time’s Up) y el uso recreacional de las drogas hacen de Fire Island una comedia mucho más interesante y auténtica que otras incursiones de la comunidad LGTB+ en el género romántico.
Los que busquen esas historias más convencionales, pueden estar tranquilos. La referencia inicial a la obra de Austen no es casual. La relación de Noah y Will, un hombre aparentemente áspero con el que coincide una y otra vez para disgusto (o no) de los dos, está inspirada directamente en la historia de Elizabeth Bennett -con un toque de Emma- y el inexpresivo señor Darcy.
Los prejuicios y choques de clase también aparecen en esta historia en la que la pandilla protagonista, un grupo de amigos que solo puedo ir a la isla gracias a la generosidad de una mujer lesbiana de más edad que los trata como si fueran sus propios hijos, es víctima de algunas de las discriminaciones que también lacran la comunidad homosexual. Desgraciadamente, la propia película cae por momentos en lo mismo, relegando a un papel muy secundario al resto de amigos de la pareja protagonista, en particular a la única persona con sobrepeso del grupo.
Las nuevas generaciones de cineastas ya no parecen interesadas en pedir perdón ni permiso por querer verse en pantalla y hacerse cargo de sus propias historias. En un momento en el que algo tan inocente como el beso entre dos mujeres en Lightyear ha causado un absurdo revuelo en redes sociales y medios de comunicación, Fire Island es una celebración de lo queer, en el amor y fuera de él, que no pretende satisfacer a nadie más que a sí misma.
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