“Tú no mataste a Anakin Skywalker. Lo hice yo”. Con esas nueve palabras Darth Vader pone punto final al gran conflicto de Obi-Wan Kenobi, la irregular pero finalmente satisfactoria miniserie que recuperó al personaje inmortalizado en el cine por Ewan McGregor y Alec Guinnes. El spin-off desarrollado por Joby Harold y dirigido por Deborah Chow ha apostado por una mezcla de emoción, sorpresas y cuentas pendientes para el final - en teoría, definitivo - de un jedi que se sentía responsable de la caída al lado oscuro de su joven aprendiz.
El último capítulo ha sido, sin duda, el mejor de todos los en una miniserie que a menudo se ha sentido lastrada por una dirección sorprendentemente plana. A pesar de forjarse en el universo Star Wars en The Mandalorian, Chow se ha quedado corta en escala e imaginación con una serie que debía proteger y hacer aún más grande el legado de uno de los personajes más populares de la saga.
En su episodio final, el segundo duelo entre el maestro y el aprendiz ha superado las expectativas (y el gatillazo del enfrentamiento del tercer capítulo, interrumpido por un pequeño incendio que jamás debería haber parado a Darth Vader) apelando a la épica y la emoción que requería el segundo acto de una larga pelea que empezó en el volcán de Mustafar y acabó años más tarde en la Estrella de la Muerte. Ver a Obi-Wan recuperar el poder de la fuerza y asumir que su antiguo pupilo decidió abrazar el lado oscuro voluntariamente es uno de los mejores momentos de un episodio lleno de ellos.
La vuelta de tuerca de la compositora Nathalie Holt a los leit motivs más famosos de la franquicia, el juego con la fotografía nocturna y los colores de los sables y la coreografía elevan una espectacular escena de acción que, irónicamente, resulta más emocionante cuando la acción se detiene y los viejos amigos vuelven a hablar una (pen)última vez.
Es entonces cuando volvemos a ver la dualidad de uno de los villanos más importantes en la historia de la cultura pop. Después de ser derrotado por segunda vez por su maestro, un casco roto (una imagen inesperada que volverá locos a los fans e inundará en cuestión de días las redes sociales) subraya la naturaleza trágica de un personaje que literalmente está partido en dos: el joven que una vez fue y el monstruo en el que se ha convertido.
Ver y escuchar al mismo tiempo a Darth Vader y a Anakin Walker, a James Earl Jones y Hayden Christensen, es uno de los momentos que justifican la existencia de un proyecto que algunos fans y espectadores casuales habían cuestionado durante las últimas semanas. Vader promete que Sykwalker está muerto, pero no es así (como ya dejó claro el final de El retorno del jedi hace casi 40 años): esa batalla interior jamás ha abandonado ni abandonará al personaje.
Como le pasaba a su nieto Kylo Ren en la tercera trilogía de Star Wars, todavía quedan en él restos del amor que inspiró su existencia y que aquí vuelve a hacer acto de presencia en la escena en la que Obi-Wan reconoce a Leia que sí conoció a sus padres, y que ella tiene muchas de sus mejores virtudes.
La elocuente y silenciosa devastación que muestra el veterano jedi en el momento en que descubre que había perdido a su amigo mucho antes de darse cuenta y que la culpa que le había consumido en realidad no le pertenecía es otro de esos pequeños detalles que confirman a Obi-Wan Kenobi como la mejor interpretación del actor británico en la saga. Su fantástica química con la joven Leia (Vivian Lyra Blair) y el perfecto equilibrio entre liderazgo (que inspira la Alianza Rebelde, quizás la subtrama más interesante de la miniserie) y melancolía redondean el viaje de un personaje que parece haber terminado aquí su historia.
“Muera yo o muera él, esto se acaba aquí”. Minutos antes de la espectacular traca final, uno de los pocos “one liners” que se permite el final de la serie funciona en realidad como el perfecto resumen de uno de los problemas que ha perseguido al jedi en su regreso 17 años después del final de La venganza de los Sith. El espectador sabe de antemano que ninguno de ellos va a morir (porque ya han visto su batalla final en Una nueva esperanza) ni la saga Skywalker tiene vistas de terminar, porque Disney no parece tener interés en dejar a morir una historia que ya está agotada.
El otro fleco que debía cerrar Obi-Wan Kenobi es Reva, la aprendiz de jedi que se transformó en una inquisidora para saldar su sed de venganza contra Darth Vader y los que fueron capaz de impedir la matanza que cambió para siempre su vida. El final cierra de forma previsible pero eficaz el arco de un personaje que ha sido víctima de las vagas motivaciones que le han dado los guionistas. Aunque la historia de orígenes tenga fuerza y explore las consecuencias de uno de los momentos más impactantes de la saga (la orden 66), los medios han sido chapuceros y difíciles de justificar.
Al final de Obi-Wan Kenobi, todas las cuentas pendientes han sido zanjadas, hasta un inesperado cameo que se ha hecho esperar durante veinte años. Este debería ser el final para un personaje icónico en la mitología de Star Wars. Su regreso ha sido irregular (metiendo demasiadas ideas en la coctelera, como todo el arco de los Inquisidores, y cojeando en lo visual) pero ha terminado sobresaliendo en dos campos fundamentales: enriquecer la relación entre Anakin y su maestro y explicar por qué el viejo jedi era “la única esperanza” en la película que lo empezó todo hace ya 45 años. Gracias por todo, Obi-Wan.
Todas las series y películas de Star Wars, incluyendo 'Obi-Wan Kenobi', están disponibles solo en Disney+.
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