• Esta crítica de la película 'Nomadland' de Disney+ no contiene spoilers.
El pasado domingo los Oscar dictaban sentencia. Nomadland -que llega ahora a Disney+- era, según la Academia de Hollywood, la mejor película del año más raro de la historia del cine. Con las salas cerradas y el coronavirus provocando la huida de casi todos los estrenos potentes, la película de Chloé Zhao ha tenido vía libre para hacerse con la preciada estatuilla. Un premio que se daba casi por seguro desde que se presentó en el pasado Festival de Cine de Venecia, donde logró el León de Oro.
La película de Zhao es una dignísima vencedora. No se puede decir lo contrario. Una adaptación inteligentísima del ensayo periodístico de Jessica Bruder que daba voz, y datos, a las personas que el sistema de EEUU había expulsado en la crisis de 2008 y que vivían en caravanas al no poder pagar sus casas. Lo que hace la directora, y guionista, es introducirse dentro de esta comunidad para sacar su verdad y su dignidad. La mirada poética de Zhao, que ya estaba en su increíble The Rider, envuelve todo y convierte este filme sobre los expulsados del sistema en un canto humanista que consigue algo que el cine no suele hacer: mirar a los ojos de la clase obrera. Gente a la que normalmente se demoniza o se mira por encima del hombro.
La directora lo logra gracias a que consigue ser parte de ellos. Ella, junto al director de fotografía y Frances McDormand, se recorrieron de verdad el trayecto de la película. Vivieron lo que vive la protagonista e interactuaron con sus protagonistas. Por eso no hay impostura, sino verdad y emoción. La mayoría de ellos no sabía ni quién era la actriz de Fargo, la única intérprete profesional junto a David Strathairn. McDormand realiza un trabajo naturalista, sin adornos no florituras, de una pureza y honestidad brutal. Pocas actrices podrían haberlo hecho así.
La cámara de Zhao envuelve todo, lo cubre de belleza y sólo la banda sonora de Ludivico Einaudi chirría. Cuesta creer que una directora tan sensible (que no sensiblera) haya decidido que su película mejoraba con el piano machacón que subraya lo que ya conseguían sin ella. Una decisión cuestionable que a veces empaña los grandes logros del filme.
Una de las mayores polémicas del filme es si es una película política o si embellece la pobreza y la dureza de lo que ocurre. Zhao nunca ha rehuido el tema, y en una entrevista con este medio aseguraba que para ella Nomadland habla de cómo el sistema capitalista expulsa a los mayores cuando no son rentables. Por supuesto que podría haber hecho más hincapié en esto, pero sería otra película diferente y, lo más importante, no sería suya. Su mirada es otra, y saca lo político desde lo poético.
Lo hace desde ese comienzo en el que cuenta cómo un pueblo entero quedó asolado por el cierre de una fábrica. Todos perdieron sus casas y ese código postal incluso tuvo que desaparecer. Todos habían sido expulsados. Zhao deja claras las cartas de lo que va a contar, el marco donde se mueven sus personajes, pero deja que a partir de ahí sean ellos los que hablen y cuenten su día a día.
Hay algo muy potente, y que también es político, que ella cuenta y potencia, y es el sentimiento de comunidad. En un mundo indivudualista, donde el capitalismo empuja hacia ese individualismo y echa fuera al que no sigue el ritmo, estos nómadas han encontrado en el grupo, en lo común y en lo social, la fuerza para sobrevivir, pero sobre todo, la fuerza para encontrar su dignidad. De eso habla Nomadland, y es ahí donde el filme alcanza sus mejores momentos, esos que emocionan de verdad, sin la necesidad de ningún piano.
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