Cristian Mungiu ('R.M.N.'): "La corrección política de Europa no cambia lo que la gente piensa de verdad"
El director de '4 meses, 3 semanas y 2 días' estrena en España 'R.M.N.', un impactante drama basado en hechos reales sobre la xenofobia que asola la Unión Europea.
24 diciembre, 2022 21:17Cristian Mungiu quiere hablar de esos temas incómodos que nadie quiere tocar. Otra vez. El líder de la nueva ola de cineastas rumanos pone su afilada mirada en la xenofobia y racismo que ha asolado la Unión Europea durante la última década con R.M.N., un impactante drama inspirado en un caso real ocurrido en Rumanía. En 2020, Rimetea, una pequeña localidad de Transilvania, entró en crisis social, política y moral cuando una panadería local contrata a unos trabajadores extranjeros y la población local se une en su contra.
Tras su ya habitual première mundial en Cannes (un certamen donde ha ganado la Palma de Oro con 4 meses, 3 semanas y 2 días, el premio a mejor dirección con Los exámenes y los reconocimientos a mejor guion e interpretación femenina con Más allá de las colinas), Mungiu se pasó por la 70 edición del Festival de San Sebastián para hablar de su último trabajo, una película que forma un deprimente y fascinante díptico sobre las miserias de la nueva y la vieja Europa con As bestas, de Rodrigo Sorogoyen.
En R.M.N, Matthias vuelve a su pueblo natal en Transilvania unos días antes de Navidad para recuperar el contacto con el hijo que abandonó mientras trabajaba en Alemania. Mientras intenta implicarse más en la educación de su hijo, la tranquilidad se verá truncada cuando una empresa local decide contratar a trabajadores extranjeros. Las frustraciones, los conflictos y las pasiones volverán a aflorar, rompiendo la paz aparente de la comunidad.
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R.M.N. está inspirada en una historia real. ¿Qué fue lo que te llamó la atención de esa noticia para querer hacer una película a partir de ese suceso?
Hubo un incidente real que no se aleja demasiado de lo que ves en la película. En una pequeña comunidad étnica y multiétnica de Transilvania, habitada principalmente por una minoría húngara, la dueña de una panadería decidió contratar a algunos trabajadores extranjeros porque no podía encontrar empleados de la zona. Eso iba en contra de las costumbres de la zona. Pertenecía a una comunidad muy tradicional que no se abre al mundo para defender sus valores, su idioma y su religión. Cuando llegaron estos trabajadores, la comunidad reaccionó con violencia a su presencia. Se reunieron con el alcalde, al que exigieron que echaran a los trabajadores de la empresa. Alguien grabó la reunión y la subió a Internet.
Desde el primer momento se convirtió en noticia. Se convirtió en un simbolismo de la xenofobia e intolerancia actual. Me llamó mucho la atención que esto sucediera en una región habitada por una minoría. Uno esperaría que otra minoría tuviera más empatía por las personas que vienen en busca de nuevas oportunidades. Así es como me enteré de lo que había pasado. Esto pasó en 2020. Esa situación fue el germen de una historia que me servía para hablar sobre el estado del mundo hoy y cómo somos como personas y cómo nos sentimos acerca de los demás. Me pareció un relato universal que podría suceder en todas partes.
La película pone en duda la gestión de la Unión Europea de todos los problemas relacionados con la xenofobia. ¿Crees que han fallado a la sociedad europea?
No creo que lo estén gestionando demasiado bien pero, al mismo tiempo, tampoco creo que sea fácil de gestionar. Con esta película quería hablar de cómo, a pesar de que la xenofobia vaya en contra de los valores comunes europeos, los resultados del Brexit, de Marine Le Pen en Francia y de todos los partidos de derecha deberían dejar claro a la clase política que necesita prestar más atención a cómo se siente esta gente. Deberían entender por qué pasa esto. Estábamos tan seducidos por estos ideales valores europeos de tolerancia y empatía que alcanzamos un estado de corrección política que incluso intentó prohibir que la gente expresara opiniones diferentes. Pero, por supuesto, esto no cambia lo que la gente pensaba de verdad. Todo esto ha llevado a una esquizofrenia en la que la gente dice algo cuando cree otra cosa completamente diferente. Luego llega la oportunidad de votar y aparecen estas sorpresas. Los políticos deberían escuchar sin estar tan seguros de que tienen la razón y han llegado a las conclusiones adecuadas.
Hay que escuchar al otro, ver cuáles son sus argumentos, y entonces sí puedes tener la esperanza de cambiar su forma de ver las cosas de forma significativa. Hoy falta este diálogo y estas personas no se sienten realmente representadas. Me he encontrado con mucha gente que, después de ver la película, me ha dicho que es bueno que por fin alguien hable de cosas que normalmente la sociedad no quiere escuchar.
Los personajes en tu cine siempre se mueven en grises morales. En el caso de R.M.N., su protagonista es particularmente desagradable. ¿Era una forma de desafiar al espectador?
Siempre empiezo por la historia. No parto de un concepto. Para esta historia, por ejemplo, ficcioné a los dos personajes principales. No existían en la historia original. Es verdad que Matthias no es el clásico protagonista que cambia al final de la historia y se vuelve mejor persona, tal y como nos ha enseñado siempre Hollywood. R.M.N. es una película con dos personajes protagonistas. Necesitaba un equilibrio entre diferentes puntos de vista y opiniones sobre los temas de la película. Matthias me gustaba como personaje precisamente porque no es típico. Él representa toda la ansiedad, la angustia y el miedo que todos tenemos ante un futuro que es impredecible, un mundo que está cambiando ante una serie de noticias catastróficas. Especialmente cuando eres padre, no sabes qué decirle a tu hijo y para qué tipo de futuro lo estás preparando.
Él es un buen ejemplo de alguien bien intencionado que no usa los medios correctos para llegar allí. Matthias consigue evolucionar hacia el final de la película, tiene más dudas al final que al principio. Sin embargo, no creo en el cine que cuenta esas transformaciones de personas que en dos semanas se convierten en seres más sabios y racionales. Nada de esto pasa en la vida real. La gente entra y sale de la vida más o menos con las mismas ideas. Los cambios pequeños son difíciles de hacer. Creo que, incluso si no quieres involucrarte socialmente y no quieres expresar una opinión, sigues siendo responsable de la dirección en la que van las cosas. Es algo que aprendes, tarde o temprano. Al final de la película, Matthias debe decidir entre este lado más animal que algunas personas llaman masculinidad y el lado más luminoso. Como espectadores no sabemos lo que él decide.
Estábamos tan seducidos por estos ideales valores europeos de tolerancia y empatía que alcanzamos un estado de corrección política que incluso intentó prohibir que la gente expresara opiniones diferentes
Hay una escena muy impactante en R.M.N., un plano secuencia de 17 minutos en un ayuntamiento. ¿Cómo fue el planteamiento de la escena?
No tenía demasiado tiempo para rodarla. Desde el principio supe que iba a ser un momento crucial en la historia. Escribiendo el guion me di cuenta de que estaba escribiendo la película como una serie de planos secuencia. Tenía dudas sobre cómo abordar esa escena en particular. Ensayé un poco con los actores antes de empezar el rodaje. Quería que tuvieran un primer contacto con la secuencia. Fue difícil plantear su puesta en escena. Le pedí al equipo que me dejara solo en ese espacio. Necesitaba pensar. Cogí veinte troncos de madera y los usé para situar a cada actor en la escena.
Quería saber cómo necesitaba colocar a 25 personas que hablaban durante el pleno en el ayuntamiento. El espectador tenía que poder seguirles a todos. Tenía 26 páginas de diálogo y se me ocurrió plantear la conversación como si fuera una torre de Babel en la que la gente habla diferentes idiomas y nadie escucha a los demás. Todo el mundo cree que tiene razón. Animé a la gente a hablar al mismo tiempo y pisarse los unos a los otros. Durante los primeros 5 minutos, unas 10 páginas, los personajes hablan al mismo tiempo. Creamos un momento muy polifónico. Si lo escuchas en la versión original, puedes decidir lo que quieres oír, escuchar, entender. También animé a los actores a comportarse como si fueran un personaje colectivo. Todas esas decisiones dieron la energía adecuada a la escena y a los actores, creando esa sensación espontánea, natural y realista.
En la película suena de forma recurrente un tema muy conocido de la banda sonora de Deseando amar, de Wong Kar-Wai.
Elegí esa canción de forma muy concienzuda. Esa melodía no solo pertenece a Deseando amar. Cuando hacen este ruido de los vasos (choca dos vasos) es una referencia a Love Story. Es una referencia a cómo lo único que puede hacer del mundo un lugar mejor es el cariño, el amor y la tolerancia. También es algo que habla de nuestra necesidad de pertenecer a un grupo que funcione como nuestra tribu. Hay una escena en la película en la que Csilla se acerca a los trabajadores extranjeros y descubre las cosas que tiene en común con ellos.
Para llegar a esa conclusión, se necesita paciencia para conocer a los demás. Esta canción de Deseando hablar también habla de lo irracionales que somos como personajes. Aunque Csilla y Matthias sean muy diferentes, se sienten atraídos el uno por el otro. Es otra forma de retratar personajes muy realistas que no solo toman decisiones racionales. Todas nuestras elecciones son el resultado de la circunstancia o las emociones y muchas otras cosas. Quería que los personajes siguieran siendo realistas y no protagonistas hasta el final de la película.
No creo en el cine que cuenta esas transformaciones de personas que en dos semanas se convierten en seres más sabios y racionales. Nada de esto pasa en la vida real. La gente entra y sale de la vida más o menos con las mismas ideas
Te has especializado en hacer radiografías de Rumanía en todas tus películas, pero hablas inglés perfectamente y siempre se ha recibido con interés tu obra fuera de tu país. ¿Te han llamado de otros países para hacer películas en otros países e idiomas?
Después de cada película me pregunto cuál será la próxima historia que voy a contar y en qué idioma voy a hacerlo. No es sólo una cuestión del lenguaje. Realmente no importa si hablas otro idioma. La clase de cine que hago se basa en observar la realidad e intentar entender cómo se comporta la gente, cómo habla. Hay un código en cada sociedad que influye en cómo las personas se relacionan con los demás. Hay muchos estereotipos y clichés que cito frecuentemente.
No descarto contar historias en otros idiomas, siempre y cuando haya una historia que, desde un punto humano, sea lo suficientemente cercana para saber de lo que habla. Desafortunadamente, hay demasiados ejemplos de directores que ruedan en otros idiomas y hacen peores películas que antes. No pretendo llegar a más público cueste lo que cueste. Lo que importa es que la película siga siendo honesta y realista. Si podemos hacer esto en otro idioma, bien. Si no, simplemente seguiré haciendo lo que he hecho hasta ahora.
Almodóvar iba a hacer una película en inglés con Cate Blanchett, la adaptación de Manual para mujeres de la limpieza, hasta que cambió de idea.
Lo sé. Tenía mucha curiosidad por esa película. He hablado con muchos agentes y productores en los últimos 15 años. Me han enviado muchos proyectos y algunos de ellos son realmente interesantes, pero hasta ahora nunca he sentido que pueda conocer lo suficientemente bien la historia, los personajes, las situaciones de las que voy a hablar, para poder hacer esas películas. De alguna manera, siento que tengo algún tipo de responsabilidad con lo que hago. Hay un público para mis películas. Hay una serie de expectativas hacia mi cine. Me importa seguir haciendo un cine que sea auténtico y que no decepcione a los espectadores que ya se han acostumbrado a mis películas.
Hace más de 10 años hiciste una película muy impactante sobre el aborto: 4 meses, 3 semanas y 2 días. ¿Te sorprende el rumbo que ha tomado el mundo desde entonces?
La verdad es que, si soy sincero, sí me ha sorprendido. Hace diez, quince, veinte años teníamos la sensación de que estábamos más tranquilos que hoy. Parecía que la caída del comunismo era el final de, no sé, las cosas malas que estaban pasando en Europa. De alguna manera habíamos llegado a ser más sabios y menos violentos. Fue un período muy hermoso. Todo el mundo viajaba en paz. Durante un tiempo, pensamos que todos estos valores liberales iban a continuar naturalmente, pero eso no es lo que está sucediendo en estos momentos. Es lamentable ver cómo seguimos siendo la misma especie violenta e irrazonable capaz de hacer cosas horribles. Solo necesitamos un poco de propaganda y unos pocos argumentos que no tienen nada que ver con la realidad para sacar a relucir nuestro lado más violento. El estado del mundo hoy en día es bastante preocupante, si me preguntas.
Creo que también hay una que viene de todos estos cambios que se han aplicado en los últimos años. Todo esto ha puesto a la gente en tensión y no saben cómo reaccionar. Es más difícil volverse empático y tolerante. La gente se vuelve más egoísta e individualista. La película también habla de este conflicto entre pensar solo en uno mismo o pensar en la comunidad y en el mundo que vamos a dejar los niños del mañana. Este futuro lejano y difícil no va a suceder dentro de cien años. Parece que podría llegar pronto. Hay una especie de pánico generalizado que debemos abordar como sociedad. Como pasa al final de la película, hay una serie de criaturas que nos invitan a unirnos a ellas. Espero que el personaje y nosotros como sociedad acabemos escogiendo el lado más luminoso de la civilización.