El 13 de noviembre de 2015, 89 personas fueron asesinadas en un atentado en la sala de conciertos Bataclan de París. Dos de ellos eran españoles, pero podrían haber sido tres: Ramón González tuvo la suerte de salir con vida de un incidente que marcó un antes y un después en su vida. La reconstrucción de esa infame noche en el libro Paz, amor y Death metal convenció al director español Isaki Lacuesta de que merecía la pena lanzarse a la piscina para contar la historia de una devastadora tragedia desde el punto de vista de dos supervivientes.
El argentino Nahuel Pérez Biscayart (120 pulsaciones por minuto) y la francesa Noemi Merlant (Retrato de una mujer en llamas) fueron los elegidos para llevar a la pantalla en Un año, una noche, un torbellino de emociones que tiene a la sala de conciertos como el primer paso de un largo viaje. El resultado de esta experiencia arrolladora se puede ver en cines desde el pasado viernes.
En la ficción, Ramón y Céline son una joven pareja que se encuentra en el local Bataclan de París la noche del 13 de noviembre de 2015. Durante el asalto terrorista, ambos logran, cada uno por su lado, entrar en el camerino de los músicos y refugiarse allí. Al salir ya no son los mismos. Y no saben si podrán volver a serlo. SERIES Y MÁS habló en San Sebastián con el director y su actor protagonista de una de las películas que han hecho de 2022 un año memorable para el cine español.
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¿Cómo acaban haciendo un argentino y un español una película sobre los atentados de Bataclan?
Isaki Lacuesta: Ramón Campos y yo hablábamos bastante de lo que pasó en Bataclan. Yo sabía que él había estado en París esa noche, que tenía proyectos en mente sobre lo que había pasado y que había hablado con víctimas y varios atentados. Vimos una serie sobre el tema, pero el detonante fue conocer a Ramón y Mariana.
Un año, una noche no es una película sobre un tema. Yo no quería hacer una película sobre el terrorismo ni sobre el atentado de Bataclan. Decidí contar esta historia en el momento que surge la oportunidad de hacer una película sobre Ramón y Mariana, la inspiración de Ramón y Celine. A partir de ahí parto de algo concreto y puedo contar su vida. Quería retratarles a ellos. Luego sí eso se puede extrapolar, genial. En Euskadi, por ejemplo, hemos visto como se ha intentado siempre hablar de las víctimas como algo homogéneo y la verdad es otra. Cada una es un mundo. En esta historia había dos víctimas y lo habían vivido de forma completamente opuesta.
Nahuel Pérez Biscayart: En mi caso fue la posibilidad de trabajar con Isaki. Le dimos la Concha de Oro el año que estuve de jurado en San Sebastián [la segunda de sus victorias en San Sebastián, con Entre las aguas]. Nos encantó a todos. Fue muy unánime. Me parece un premio que dimos con muchas ganas y después de ahí al tiempo me llama diciendo: “hay una peli, no tiene guion todavía, pero pienso en vos”. ¿Qué mejor que haber premiado a alguien porque te gusta su cine y que luego te llame para hacer trabajar juntos una película?
Son eventos muy distintos y dices que a ti no te interesa tanto el suceso como las consecuencias que tienen los personajes. Otra tragedia reciente como los atentados de Noruega del 22 de julio han tenido versiones muy, muy diferentes. ¿Te planteaste varios enfoques para esa historia o tenías claro lo que iba a ser Un año, una noche?
Isaki: Fue un proceso. Vi todas esas adaptaciones sobre los atentados de Noruega, por ejemplo. Durante el proceso de escritura dimos muchas vueltas y creo que la clave fue cuando tomamos dos decisiones que implicaban cambiar el libro. En el libro la noche pesa muchísimo y el año era más breve, pero a medida que hablábamos con ellos vimos que el año nos interesaba mucho porque era lo más desconocido para nosotros. También fue clave el momento en que añadimos el punto de vista de ella, que en el libro no está. La otra decisión clave creo que fue el momento en el que apostamos por estructurar la película a partir de las imágenes tabú. Esta idea de que todo lo que intentabas oprimir y olvidar para que no exista empieza a emerger de forma contradictoria.
Como personas intentamos crear recuerdos de recuerdos inventados que en nuestra cabeza son lo mismo. Me encanta el cine tenga tanta facilidad para plasmar lo que hay en nuestra cabeza. De repente pones una imagen y una tiene el mismo peso que la otra. No es que el recuerdo inventado sea en blanco y negro o el pasado sea como fundido, encadenado. Todas son idénticas. Como espectador tienes que vivir intentando descodificar cómo funciona eso. Esa especie de caos que hay en la cabeza y que responde un poco a ese viaje emocional de cómo la imagen tabú va a salir a flote y rompiendo la coraza que quiere salir, sobre todo.
'Un año, una noche' no es una película sobre un tema. Yo no quería hacer una película sobre el terrorismo ni sobre el atentado de Bataclan
Isaki Lacuesta, director de ‘Un año, una noche’
¿Te preocupaba caer en el morbo al retratar algo así?
Isaki: Al principio podía haber la tentación de no mostrar nada del atentado. Algunos amigos llegaron a decirme que no hacía falta mostrarlo, pero a mí me parecía que era algo esencial por la experiencia que habían tenido ellos. Hubo un momento en el Festival de Berlín que Noemi Merlant empezó a hablar con Ramón. Era la primera vez que se encontraban después de que estuviera acabada y ella le preguntaba a Ramón qué era lo más importante de la película para ti. Ramón dijo: el atentado. “Es tal y como os lo conté, es tal y como lo viví y me gustaría que la película dedicara una hora y pico a contar ese atentado”.
La película no podía ser así porque no la hace él, porque no tenemos esa legitimidad que tiene él. Sí que queríamos que ese atentado estuviera. Lo único que quería era encontrar la forma de no espectacularizarlo. Había como unas ideas previas, como solo mostrar a los terroristas a través de los ojos de él.
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Tampoco queríamos caer en ese fuera del cuadro complaciente del cine de autor que a veces sabes que se hace porque te van a aplaudir por la elegancia y en el fondo es una especie de cobardía. Tampoco queríamos impactos de bala sobre los dos cuerpos. Fíjate en la violencia de la escalera, que me parece la más terrible porque es la que terminan ejerciendo sobre ellos mismos intentando sobrevivir y que crea les acaba provocando todo ese sentimiento de culpa. Eso me parecía que tenía que estar.
Aprendimos otras cosas a medida que rodábamos. Con Irina Lubtchansky hablamos mucho de la película El hijo de Saúl, que a nosotros parece un poco más tramposa de lo que se ha dicho de ella. Al final muestra todo, es como que hay un fuera de foco, pero terminas viendo todo igual. Sí que hablábamos de ese recurso que podía funcionar en un momento cuando Noemí salía del camerino. Ahí entonces se veía la sala fuera de foco, pero al al final no lo usamos. Lo montamos en la primera versión y era súper obsceno. Se lo enseñé a un amigo que vivía en París y fue clarísimo. Lo que funcionaba igual retratando el Holocausto, con algo tan reciente no era así. Todo fue un aprendizaje sobre la marcha.
¿Cómo fue rodar como actor algo tan traumático como un atentado?
Nahuel: Siento que fue más duro para Noemí, que vivió toda la parte de la escalera y la parte de la escapada. Yo aparezco directamente en el suelo. Esas escenas tienen siempre una dualidad: es muy técnico todo y muy fragmentado. Estamos haciendo cosas con las que hay que tener mucho cuidado, pero a la vez, la crudeza de la imagen que creas, por más artificial que sea el momento, cobra una veracidad que es casi como escatológico. Es muy escalofriante.
Cuando empezaste a hacer la película, ¿buscabas un actor que fuera francoparlante para hacer de Ramón que también hablara español o no era imprescindible?
Isaki: Era importante que fuera francoparlante y hablara español. Quería que fuera una actor que pudiera ser extremadamente preciso. Si yo de repente recurría a cosas que hecho a veces de jugar, improvisar… pensaba que ahí me entendería bien con alguien como Nahuel. Luego al final no improvisamos tanto.
Nahuel: La escena del amigo invisible. Ahí sí. La gente flipa y me manda mensajes para hablar de ella. Ahí te das cuenta de la potencia de la improvisación. Aunque salga peor o mejor, hay algo en el tono que conecta y que corta con la ficción establecida.
Isaki: Es mi escena favorita de la película. No es fácil encontrar a los actores y los técnicos que sepan jugar a las dos cosas, a la planificación y a la libertad de probar cosas.
A Nahuel le vi por primera vez en Glue, una película de Alexis Dos Santos que me flipó. Me encontré un actor muy joven y muy impresionante. Luego seguí viendo sus películas y siempre tuve un deseo de trabajar con él. Por fin lo he podido cumplir con Un año, una noche.
Nahuel, ¿qué clase de acceso tuviste a Ramón?
Nahuel: Nos vimos muchas veces. Charlábamos, comimos, nos emborrachamos e intercambiábamos mensaje. Mi trabajo en la película no tenía nada que ver con la imitación. No intentaba recrear quién es Ramón, sino lo que había pasado. Conocerle fue un punto de partida. El Ramón que hago en la película no tiene nada que ver con él en realidad. Hay puntos en común, por supuesto, en la trayectoria del personaje y en cómo lidia con este hecho dramático. Mi personaje es músico, él es escritor Son cosas diferentes, pero sí tuve acceso a todo el relato y la vivencia de esa noche. Eso contado en primera persona no se parece en nada a los titulares periodísticos.
Recuerdo buscar reacciones en la película y hubo una que me llamó la atención decía que Un año, una noche era como Secretos de un matrimonio protagonizada por una pareja que tiene un trastorno de estrés postraumático.
Isaki: Puede ser, sí, totalmente. Lo que más me interesaba era la historia de ellos, que precisamente eran las cosas que no estaban en los medios de comunicación. Me acuerdo de la primera vez que cenamos con Ramón y Mariana en París. Lo primero fue encontrarnos con ellos y ya después fue quedar con Nahuel antes de escribir el guion ni nada. Me acuerdo de cuando Ramón nos decía, y es algo que sale en la película, que lo primero que pensó en el camerino es que si lo hubieran matado esa noche, hubiera muerto como un fracasado. Lo que lanza ese comentario, la reflexión sobre cómo moriríamos cada uno de nosotros si nos pasara ahora y si estamos viviendo como queremos vivir esperando, es la gran pregunta que me empujó a hacer la película.
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Antón es un crack. Cuando vi 'Un veneno' me dije: “quiero filmar a este tío como sea”. Le llamamos sin esperanzas de que quisiera aceptarlo, pero dijo que sí. Todavía no ha visto la película porque le da miedo verse. Me gustaría volver a rodar con él
¿Qué importancia tuvo el proceso de ensayos en una película tan intensa como esta?
Nahuel: Leímos, ensayamos bastante e hicimos unas improvisaciones medio largas como para intentar desmenuzar un poco los temas y tocar como esos nudos más como irresolubles cuando el conflicto de pareja empieza a girar y no hay salida. Hicimos un ensayo muy bueno con Stephanie Chen, una coreógrafa de París. Recorrimos toda la trayectoria de los personajes y de la película desde el cuerpo sin un texto, justamente para ver cómo este hecho traumático modificaba, despertaba, anulaba, calcificaba…,
Isaki: De ahí salieron muchas cosas de la película: cómo caminaban con las mantas, a qué distancia se relacionaban en cada momento de la película, como dormían juntos, cómo reaccionaban al cuerpo ajeno. Yo nunca había trabajado con la coreógrafa y me pareció obvio que había que hacerlo.
Las películas rara vez se forman de forma cronológica por motivos de producción. ¿Cómo fue en este caso?
Nahuel: Fue un desastre la cronología de este rodaje (ríe, medio en serio, medio en broma). Fue como hacerle la vida imposible a los actores. Fue lo peor porque empezamos con las escenas de la psicóloga. Empezar el rodaje por un lugar que tenía que estar completamente habitado por algo que viviste fue muy duro. De alguna manera impregnarse de toda esta cosa que está invadiendo, como que te está habitando constantemente. Cuando actúas en orden cronológico tienes mucho trabajo hecho, porque la experiencia te va configurando lugares que ya no tienes ni que pensarlos. Pero a veces el cine es así. Es la magia del artificio.
Sabemos cómo llegó Nahuel al proyecto. ¿Cómo pensaste en Noemí?
Isaki: A medida escritura se estrenó Retrato de mujer en llamas y nos alucinó. La llamamos y le interesó el proyecto. Fue una cosa rarísima. Cuando hicimos Los pasos dobles estábamos documentándonos en África y había una chica que era hija de un traductor aventurero que nos dijo que quería estudiar teatro en Francia. Resulta que es la mejor amiga de Noemi. “Ayer estuve con una amiga, le dije que iba a hacer una película con un español” y ahí se dieron cuenta de la casualidad. “La chica que estaba en el desierto cuando era adolescente era mejor mi amiga”. Como director de actores ha sido una de las experiencias favoritas de toda mi carrera.
La película respira con su escapada a España. ¿Cómo fue rodar con C. Tangana?
Iisaki: Antón es un crack. Cuando vi Un veneno me dije: “quiero filmar a este tío como sea”. Cuando estábamos haciendo casting para el hermano de Ramón, Antón sacó otro videoclip. Le llamamos sin esperanzas de que quisiera aceptarlo, pero dijo que sí. Fue algo muy bonito. El otro día quedé con él y recordamos el primer encuentro cuando le dije: “pues me gustaría escucharte cantar y tocar”. “Sería muy raro porque nunca cantó”, me dijo. Que ahora sí canta, claro. La primera vez que te pones delante de una cámara… estar con Nahuel, Noemí, Natalia, Enric… La sensación es que está superpancho, preguntando mucho, muy curioso y con ganas de aprender sin ninguna vergüenza. Todavía no ha visto la película porque le da miedo verse. Me gustaría volver a rodar con él.