Toni Servillo forma parte de la realeza del cine italiano. El inolvidable Jep Gambardella de La gran belleza estrena este viernes su nueva película, presentada en la Sección Oficial a concurso del último Festival de Venecia. En Ariaferma, el napolitano interpreta a un funcionario de prisiones de una vieja prisión del siglo XIX que está siendo abandonada. Por problemas burocráticos, los traslados están bloqueados y en la cárcel quedan una decena de presos, con pocos agentes, esperando nuevos destinos.
El nuevo trabajo de Leonardo Di Costanzo supone el primer cara a cara entre dos titanes del cine italiano: Silvio Orlando y Toni Servillo. Los dos tienen dos cosas en común: sus primeros pasos profesionales en los escenarios y haber interpretado a dos trasuntos del controvertido Silvio Berlusconi en Il Caimano (Nanni Moretti, 2006) y Silvio (y los otros) (Paolo Sorrentino, 2018).
“Era muy interesante que los dos hayamos hecho papeles que van a la contra de lo que hemos interpretado en el pasado. El público seguramente me hubiera imaginado a mí como detenido y al señor Orlando como funcionario de prisiones”, reconoce Servillo por teléfono a SERIES & MÁS. “De hecho, el director nos asignó los personajes a la inversa al principio. En los ensayos previos al rodaje, un trabajo muy profundo en el que investigamos sobre cómo era la cárcel y las experiencias que se formaban ahí dentro, el director decidió cambiar los personajes para crear algo más emocionante, para la audiencia y para nosotros mismos como actores”.
A partir de los problemas de sobrepoblación de las cárceles italianas en los últimos años, el documentalista Di Costanzo decidió construir su tercera película de ficción alrededor de una atmósfera extraña en la que, poco a poco, las reglas parecen tener cada vez menos sentido, los protocolos se relajan y se vislumbran nuevas formas de relación entre los hombres que allí quedan.
Para el cineasta, Ariaferma no trata de las condiciones en las cárceles italianas, sino de lo absurdo de la prisión en sí. Su actor está de acuerdo. Servillo lamenta cómo en realidad la prisión no permite a los presos redimirse y reinsertarse en la sociedad. “En la cárcel se pasan muchísimas horas sin hacer nada: sin salir, sin perspectiva y sin esperanza. Eso es terrible para una persona, la anulas por completo. Creo que la cárcel debería ofrecer oportunidades a los presos de reconsiderar su propia personalidad, reflexionar sobre sus propios errores y ofrecer una nueva oportunidad en la vida. Repito, las cárceles son terribles”, insiste el intérprete de 63 años.
La prisión que vemos en la película existe en la realidad y lleva cerrada desde hace diez años. Orlando y Servillo, dos maestros de la interpretación, estuvieron trabajando durante meses con actores no profesionales. “Algunos de ellos habían estado en prisión”, recuerda el actor. “Estuvimos haciendo ensayos durante mucho tiempo y ahí compartimos los días y esa experiencia con ellos. Eso nos permitió conocernos mucho mejor, hablar, comer juntos… compartimos nuestras experiencias y eso ha permitido que pudiéramos entender mejor la realidad de una cárcel y ser lo más sinceros posibles para hacer llegar eso al espectador”.
Hablar del poder de la ficción en tiempos de guerra puede ser visto como algo frívolo, reconoce Servillo. “Una película es algo muy pequeño en relación a los grandes problemas que estamos viviendo en el mundo actualmente. Pasa lo mismo con la música, un cuadro o un libro, pero la cultura puede transmitir unos pensamientos que pueden ir de una manera casi contraria a lo que nos permite la vida normalmente, sobre todo cuando hablamos de situaciones violentas”.
Carmine Lagioia es el líder de los presos que siguen en la prisión de Montana. Gaetano Gargiuolo, el más veterano de los funcionarios de la cárcel, es nombrado encargado del incómodo problema burocrático. Los dos conviven en el mismo espacio, pero una distancia tan invisible como notable les enfrenta. Las barreras acaban cayendo cuando descubren que tienen más cosas en común de las que creían. “Hay un gesto muy elocuente en la película, de piedad, cuando se invitan a partes opuestas a sentirse a una misma mesa a compartir algo sin recurrir en ningún momento a la violencia. Ojalá sea un mensaje que se pudiera hacer llegar en estas situaciones”, reclama el italiano.
El pasado mes de diciembre Ariaferma fue la encargada de inaugurar la última edición de la Mostra de Cine Italiano de Barcelona. El actor es optimista sobre el estado actual de la industria audiovisual de su país. “En general tengo la sensación que desde hace años hay un gran interés desde fuera por nuestro cine. Su presencia en los grandes festivales internacionales es muy habitual, tanto para los actores como para los directores. A nivel de resultados también hemos recibido muchos premios. En la misma Biennale de Venecia, Servillo estrenó una película que acabaría recibiendo el Gran Premio del Jurado y una nominación al Oscar a la Mejor Película Internacional.
Fue la mano de Dios fue su quinto trabajo a las órdenes de su inseparable Sorrentino. “Es una película muy íntima para Paolo, seguramente la más personal de todas las que ha hecho. Que me haya escogido para interpretar en la ficción a su padre es la prueba de que tenemos una relación que va más allá de lo profesional”, presume el intérprete. “Tenemos una gran amistad y hemos recorrido una parte de nuestros caminos juntos. Hemos tenido la suerte de compartir experiencias como el Oscar de La gran belleza. Cuando te pasan estás cosas, te unes más todavía. Hemos crecido en paralelo y nos hemos ayudado mutuamente”.
La primera incursión del cineasta en la autoficción, un género al que le han hincado recientemente otros autores como Pedro Almodóvar, Alfonso Cuarón y Kenneth Brannagh, se estrenó directamente en Netflix. Toni se muestra preocupado por la crisis de las salas de cine que ha dejado la pandemia. La situación en Italia no es muy diferente a la española. “El público ha dejado de salir de casa y se ha acostumbrado a consumir cine desde el sofá de su casa. Esto no es bueno porque el cine se debería experimentar en una sala y con una gran pantalla. La propia discusión y la experiencia social que genera es mayor que si la ves en tu casa. Tenemos que superar esta situación”. Cruzamos los dedos porque así sea.
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