"Muchas de las personas que conozco en Los Ángeles creen que la felicidad y prosperidad de los años 60 terminó ese 9 de agosto de 1969, exactamente en el momento en el que la noticia de los asesinatos en Cielo Drive se extendió por la ciudad como un incendio”. Joan Didion fijaba en su ensayo The white album la fecha en la que la inocencia acabó y el mundo se hizo un lugar peor. No se trataba sólo del asesinato de Sharon Tate, sino de las heridas de una generación que creía que podía cambiar el mundo, y comérselo, y se dio cuenta de que el mundo les comió a ellos.
Paul Thomas Anderson no había nacido en aquella época. Lo hizo un año después, en 1970. Creció, por tanto, en una sociedad que había cambiado radicalmente. Su cine, de hecho, parece preocupado en radiografiar un lugar y un momento concreto, Los Ángeles a través de toda esa década. Su comedia detectivesca y fumeta, Puro Vicio, en la que adaptaba a Thomas Pynchon, se desarrolla justo ese año. Boogie Nights mostraba la decadencia de la sociedad a través del auge y caída del cine porno a finales de los 70 y comienzos de los 80. Ahora, en Licorice Pizza, su última película y quizás la más autobiográfica, coge las anécdotas de su amigo y actor infantil Gary Goetzman para reconstruir un momento concreto, un lugar concreto y un estado de ánimo concreto: el Valle de San Fernando, en Los Ángeles, 1973 y el paso de la juventud a la madurez de una joven perdida.
Licorice Pizza es, en su envoltorio, el filme más luminoso, optimista y brillante de Paul Thomas Anderson. Una historia de amor entre un adolescente de 15 años y una joven de 25 (o eso dice ella), que no es más que una versión hermosa de Peter Pan y Wendy. Wendy es Alana, una joven que a pesar de que debería estar independizada y con un trabajo estable sigue haciendo fotos a los chicos del instituto para ganar unos cuantos dólares. Un momento de confusión que retrata a la perfección Paul Thomas Anderson y que es el núcleo de esta historia. Aunque muchos vean en ella una obra menor, casi un divertimento lúdico, que lo es, hay una forma de plasmar un estado de ánimo en un momento concreto. Un momento de desánimo de toda una generación que al ver que su futuro no existe, prefiere regresar a la adolescencia y seguir pasándoselo bien.
Muchos han definido Licorice Pizza como una ‘coming of age’, pero realmente el viaje de su protagonista es a la inversa. Viaja de la madurez a la adolescencia porque no tiene nada interesante. Y en esa regresión, nuestra Wendy encuentra un Peter Pan al que da vida con carisma y encanto Cooper Hoffman (hijo del amigo del director, el fallecido Phillip Seymour Hoffman). Un actor con ínfulas de empresario que viaja siempre con sus niños perdidos en busca de nuevas experiencias, ya sea con el sexo, las drogas o el alcohol. La estructura de Licorice Pizza es la de un filme de aventuras con corazón romántico. Los dos protagonistas se enamoran casi irremediablemente mientras son detenidos por la policía, viajan, inauguran negocios, discuten, o mientras conducen un camión sin gasolina marcha atrás por las colinas de Los Ángeles en una escena para el recuerdo con un Bradley Cooper memorable como Jon Peters, pareja de Barbra Streisend.
Alrededor de esta banda en su viaje al país de nunca jamás aparecerán tramas secundarias que van completando el retrato del momento. El de una sociedad obsesionada con el dinero, con triunfar pronto, con montar negocios, donde los jóvenes de Los Ángeles están locos por ser estrellas de cine (el cásting de Alana Haim junto a Harriet Sansom Harris es hilarante y divertido hasta la carcajada), por el dinero rápido. No hay ideales, porque incluso los políticos mienten a una sociedad que no les acepta. Todo ello animado por cameos de Sean Penn, Tom Waits o Benny Safdie.
Lo divertida y placentera que es Licorice Pizza hace que muchos se atrevan a calificarla como inocua o inofensiva, cuando en ella están las obsesiones sociales y políticas que siempre han estado en el cine de Paul Thomas Anderson, el capitalismo, la especulación urbanística o el petróleo, tema que ya estaba en Pozos de Ambición. Aquí, la guerra del golfo golpea a los negocios de los jóvenes protagonistas y redefine su vida. Es este momento en el que Alana se da cuenta de que tiene casi 30 años y sigue jugando con niños, y es en ese momento, cuando Gary no la entiende cuando decide meterse en política. Lo político afecta desde lo íntimo a lo colectivo e Licorice Pizza.
Todo ese desencanto está envuelto de una forma tan brillante, divertida y arrebatadora. Paul Thomas Anderson hace correr a sus personajes sin sentido, porque así se encuentran hasta que finalmente se encuentran. Nosotros les seguimos en esos maravillosos planos secuencia marca de las primeras películas del director, y acompañados por la excelente selección musical. Uno pasa más de dos horas junto a Alana y Gary -unos excelentes y carismáticos Alana Haim y Cooper Hoffman que deberían haber sido nominados al Oscar-, pero pasaría otras tres, porque su desencanto lo hemos vivido todos. Porque todos hemos corrido bien sin saber hacia dónde.
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