La ficción española siempre ha tenido miedo a ETA. Excepto Imanol Uribe, que con la banda en activo se atrevió a introducir el terrorismo como tema y telón de fondo, han sido sólo unas cuantas excepciones las que se atrevieron a tratar un tema tan espinoso. Algo cambió con el éxito de Patria, la novela de Fernando Aramburu que se convirtió en un extraño fenómeno transversal que conmovió a gente de casi todos los lados del tablero político.
Eso se consolidó en nuestra ficción audiovisual el año pasado, cuando coincidieron casi en el tiempo dos series como La línea invisible, de Mariano Barroso; y la adaptación de la obra de Aramburu, que se convirtió en un éxito de crítica y público en HBO. Ninguna escapó a la polémica. Que si blanqueaban, que si eran equidistantes… Han pasado diez años y la sombra del terrorismo sigue. La banda se sigue usando políticamente, y acometer un proyecto que toque el tema es muy complicado.
Por eso hay que destacar la valentía, la honestidad y el acierto con el que Icíar Bollaín se ha acercado a tema con Maixabel, su mejor película desde Te doy mis ojos y la mejor que ha abordado las consecuencias del terrorismo y la convivencia en el País Vasco tras el cese de la violencia. Puede que eso venga de la propia materia prima, del testimonio de Maixabel, alguien capaz de sentarse delante de los asesinos de su marido para pedir explicaciones y para escuchar cómo piden perdón.
Maixabel -la película, que llega a los cines el viernes 24 de septiembre- escoge sabiamente su punto de vista, y es el de ella, esa heroína llamada Maixabel Lasa. Con ella se sigue una de sus máximas: no hay nada más deslegitimador de la violencia de ETA como aquellos que se salieron de la banda.
La película de Icíar Bollaín tiene como corazón los dos encuentros que la protagonista, una excelente Blanca Portillo, realiza con los dos etarras. Pero para que estas dos escenas tuvieran la fuera necesaria, para que se conviertan en el torbellino que son, había que llegar a ellas. Y eso lo hace gracias a un guion austero, honesto, valiente y que escucha a todos. Maixabel explica como nunca se ha hecho en que consistieron estos encuentros. Lo hace gracias a esa figura de la mediadora, una figura real pero que aquí sirve para aportar un toque didáctico necesario.
El guion de Isa Campo, guionista de Isaki Lacuesta -de hecho el nombre de Isaki viene realmente del acrónimo de Iñaki e Isa-, es crucial para que este filme emocione sin meter el dedo en el ojo. Es riguroso, consigue que sus saltos en el tiempo no sean confusos, y elige muy bien el arco narrativo, que debe comenzar con el atentado y acabar con una escena tan emotiva como definitoria de su personaje.
Bollaín, aferrada al guion que ha coescrito con Isa Campo, también consigue su filme más austero. Se agradece. Este material era explosivo. En las manos erróneas podía ser pornografía emocional. Aquí todo está medido, desde la música, que nunca subraya, hasta la cámara, siempre acompañando a los personajes.
Nada de esto sería posible sin el reparto del filme. Blanca Portillo es una excelente Maixabel, pero lo que hace Luis Tosar deja sin palabras. En su mirada hay dolor, ese dolor del que no se perdona. Consigue lo imposible, que entendamos lo que había dentro de la cabeza del verdugo. Es un actor increíble que de nuevo con Bollaín saca lo mejor de sí mismo. Y es de justicia destacar las grandes sorpresas de este reparto. Urko Olazabal, como el otro terrorista que tiene el encuentro con Maixabel, es una revelación que rompe el alma del espectador. Igual que la joven María Cerezuela como la hija de la protagonista.
Aunque sea un adjetivo que se use con demasiada asiduidad, Maixabel no es sólo una gran película, sino que es una película importante en un momento donde ETA todavía se usa como arma política. Bollaín vuelve a mirar antes que nadie a sitios donde al cine le incomoda mirar, como antes hizo con Te doy mis ojos, o con la conciliación en Mataharis. Una cineasta que se hace preguntas y nos las devuelve con su cine.