A Mohammed todos le conocen como Moha. Vive en un piso compartido en Barcelona. Lleva años en España, y aunque hable español, catalán y tenga muchas ganas, le cuesta que le den un trabajo. Sabe de fontanería, de electricidad… pero nunca es suficiente. Valero lleva décadas en el oficio. Es fontanero profesional, de los que saben hasta el último recoveco de la profesión. Se ha creído todos los mantras que le han hecho llegar. Que la inmigración es mala, que les van a quitar el trabajo, que son unos vagos… Aunque intente que no sea así, el racismo estructural corre por sus venas.
Valero y Moha son personas reales. Y también son los dos protagonistas de Seis días corrientes, la nueva película de Neus Ballús, que vuelve a romper los límites de realidad y ficción con este filme que acaba de triunfar en el prestigioso Festival de Locarno, donde ha logrado una mención del jurado joven, el reconocimiento como mejor filme europeo y un premio mucho más importante: el de mejor actor.
Estos dos fontaneros españoles, tan reales como la vida misma, han enamorado al jurado y al público de Locarno. La humanidad con la que Ballús cuenta una vida que es la de ellos, pero que también es una ficción en al gran pantalla, roba corazones. Lo hace gracias a la habilidad de la directora de mirar a los ojos de la clase obrera para encontrar la verdad. No la dulcifica, no es paternalista. Podría haber convertido a Valero en un villano de libro, podría haberle salvado y redimido. Pero lo que cuenta apesta a realidad. El choque de estos dos fontaneros está contado, además, desde el humor. Desde el choque, pero también desde la necesidad de escuchar, de mirar y de entender.
Para ello tenía que encontrar a sus protagonistas. Fontaneros reales pero capaces de trasladar magia a través de la pantalla. Para ello, su directora se sumergió en “un trabajo de cásting gigante”. “Llegué a un acuerdo con la escuela de instaladores de Barcelona y me metí en las clases de gas, de fontanería… y observaba a los alumnos, hablaba con ellos en las pausas… y a los que me gustaban más les invitaba a un ‘encuentro filmado’. Vi a más de 1.000 personas. Moha y Valero salieron de este proceso de meses, y luego para completar todo, les pruebo con los actores que ya tengo elegidos, porque en las películas hay que probar las relaciones, que pueden ser de complicidad, de choque…”, cuenta la directora a su EL ESPAÑOL.
Una vez escogidos tuvieron que conocerse. Para ello dedicaron dos años. “Quedábamos una vez a la semana, haciendo improvisaciones, jugando y, sobre todo, hablando mucho sobre muchos temas y sobre nuestra vida. Esto tenía un doble objetivo. Primero, prepararles para que se sintieran libres para jugar, para rodar, pero también para que se atrevieran a ir al fondo de la cuestión pero sin sentirse juzgados, en un entorno seguro. Y por otro lado me servía para ir escribiendo el guion, porque el guion está hecho a su medida, porque no me he inventado una historia y les he encajado, sino que está escrita para ellos y todo el dispositivo de la película está hecho para facilitar este espacio de expresión para que los personajes puedan aparecer con la máxima autenticidad y potencia”, apunta.
Hemos convertido a dos fontaneros en actores, y esto es algo de lo que habla la película, que nuestra vida no es ordinaria, que pasan cosas increíbles en el día a día
El premio en Locarno reconoce a los actores, pero también todo este trabajo detrás con el que Ballús se confirma como una voz a tener muy en cuenta en nuestro cine. Ella es de esas directoras que mira a la clase obrera, normalmente infrarrepresentada en nuestra ficción, algo que para ella es normal: “Yo vengo de este contexto. El compañero de mi madre es fontanero y he vivido este universo toda mi niñez y adolescencia, por lo que ha sido mi contexto natural. Los cineastas debemos hablar de lo que conocemos bien, y es evidente que es difícil dedicarse a hacer cine si vienes de in contexto no favorecido. Yo soy la primera mujer de mi familia que ha podido estudiar en la universidad, soy de la periferia de Barcelona, de una ciudad obrera, con mucha inmigración, mi madre viene de Aragón…”, cuenta Ballús sobre esas historias que le interesan.
El reto de Seis días corrientes era tratar este cine social, más comprometido, sin caer “en la perspectiva dramática”. “Siempre he huido de estas dualidades de bueno o malo, de apuntar al espectador lo que tiene que pensar, que es lo que más me molesta del cine político. Mi reto era hacerlo desde el humor, preguntarme esto si esto se podía hacer desde otro tono”. Se podía y lo ha logrado. También ha convertido “a dos fontaneros en actores, y esto es algo de lo que habla la película, que nuestra vida no es ordinaria, que pasan cosas increíbles cuando un fontanero entra en tu casa, pero hay que fijares, porque la normalidad no existe, simplemente es que no miramos bien, porque ocurren cosas increíbles todo el rato”.
La importancia de un premio como este puede también crear demasiadas expectativas, pero Neus Ballús se encarga de “bajarles a la tierra a menudo, porque yo desde mis cortos trabajo con ‘no actores’ y lo normal es que no repitan, aunque sean multipremiados, y esto ocurre porque normalmente se les hace un papel a medida y eso no quiere decir que luego vayan a ser actores versátiles”. A ellos les hace ilusión pensar en una segunda aventura cinematográfica, pero “son conscientes de que son fontaneros”.
Este proceso les ha regalado algo más importante que un premio en Locarno, les “ha transformado a nivel personal”: “Valero dice que él juzgaba mucho a priori y ya no tanto, y le hemos enseñado a escuchar, porque hablaba todo el rato, y en las improvisaciones se lo prohibimos y le hicimos escuchar. Y Moha, todo lo contrario, era alguien que casi ni se experesaba y que se ha sentido visto por primera vez. Esto es realmente significativo. Alguien que lleva 15 años en España y a quien nadie había mirado como un igual, y con un potencial artístico y humano como el que tiene. Se ha sentido visto por primera vez y esto le ha transformado, y esto es lo que más me emociona”.
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