La historia ha dejado siempre a la mujer en un segundo plano. También en el arte. ¿Dónde están las escritoras y las pintoras del siglo XVIII? Su ausencia se ve reflejada en cualquier antología, llena de nombres de hombres y que rara vez escarban para recuperar la figura de todas esas artistas que muchas veces firmaban como sus maridos para poder exponer y publicar.
En honor a todas esas mujeres ha dirigido la francesa Céline Sciamma su nueva película, Retrato de una mujer en llamas, una historia de amor en la Francia de antes de la Revolución, en un siglo XVIII donde las mujeres estaban condenadas a ser ‘esposas de’. Sciamma le da la vuelta al cine de época y plantea una relación de amor entre una pintora y la mujer a la que debe pintar. El cuadro resultante será lo que la madre enseñe a su futuro marido. Una unión que les ayudará a mantener su estatus social.
Sciamma realiza un filme de época donde todo suena a nuevo gracias a su mirada. Las dos protagonistas se conocen, se desean y hasta se amarán en una relación de iguales. No hay una posición de superioridad, ni hay musas, sólo dos mujeres conociéndose en la intimidad, algo que, por desgracia, cuesta ver en el cine. Esa forma de retratarlas también se plasman en el retrato del deseo de la directora, que consigue llenar de sensualidad la pantalla sólo con el juego de miradas de Adèle Haenel y Noémie Merlant. Una de las relaciones de amor lésbico más real que haya retratado al cine, gracias al activismo, la autocrítica y la inteligencia de esta directora destinada a grandes obras y que siempre habla con una franqueza que desarma.
Es su primera película de época, pero se siente como una película actual, casi política, e incluso con constantes en una filmografía activista.
La constante es intentar pensar de la forma más contemporánea posible sea cual sea la época. El cine es una reconstitución del mundo, veamos lo que veamos, y así he abordado el trabajo. No quería hacer una película de época, sino que quería crear imágenes nuevas, y creo que cuando eso se hace, y especialmente cuando faltan esas imágenes del pasado, se puede hacer un poco de memoria. Tenía ganas de contar una historia inédita a diferentes niveles. Una historia de amor entre dos mujeres, una historia de artistas mujeres, y me documenté sobre la historia del arte, sobre las mujeres artistas. Me sentí impactada por ese periodo de la segunda mitad del siglo XVIII, antes de la revolución, donde hubo cientos de pintoras, y yo lo desconocía, y eso provocó más urgencia si cabe en hacer la película en este momento.
Es una película de amor, pero también es sobre el amor recordado, y en ese sentido sobre la memoria, la memoria de mujeres olvidadas por la historia y de cómo el arte y el amor han sido de alguna forma los motores rescatadores de la mujer en la historia.
Sí, tiene ese doble efecto, de hablar de la memoria, porque la película es un diálogo con el presente y es radical con la idea de que primero nace el deseo y luego el amor. Se hace una crónica orgánica de ese presente amoroso, y es también el recuerdo de un amor y su huella en el tiempo. Y ahí también intentamos salir de lo convencional cinematográficamente, y no hablar de un amor imposible, de la cuestión de la posesión, sino hablar más del vínculo, y del amor como una emancipación, un amor que se escribe en el tiempo. Esa dinámica del amor emancipador y motor de las grandes curiosidades de nuestra vida es una idea luminosa y nueva.
La película está construida para ver como se encarna esa sensualidad en su mirada, en su boca, en su respiración, en la coreografía de los rostros más que en los cuerpos
La relación de ellas y el deseo que surge, está tratado con mucha delicadeza, pero también con sensualidad, con erotismo, ¿cuál fue la decisión respecto a la puesta en escena?, ¿cree que existe eso que se llama ‘mirada femenina’? Lo digo porque, además, en el Festival de Cannes se alabó precisamente su retrato del cuerpo de la mujer mientras que se criticó el que hacía Kechiche en Mektoub, my love: intermezzo.
El ‘male gaze’ (la mirada masculina según el término acuñado por Laura Mulvey) se basa en la objetivización, y es una triungulación entre la mirada del director, el personaje femenino y el espectador, que goza con esa cosificación. La historia del cine está construida así respecto a los personajes femeninos. Para mí la mirada femenina significa no hacer objetos de las personas, mirarlas como sujetos. Si tenemos dos sujetos que se miran en pie de igualdad hay erotismo, porque hay una vibración mutua. Y la película está construida para ver como se encarna esa sensualidad en su mirada, en su boca, en su respiración, en la coreografía de los rostros más que en los cuerpos. La película quería mostrar el erotismo del consentimiento.
El primer beso está concebido así, cada una desvela su boca, y surge un erotismo nuevo de eso, y la mirada femenina hace que sea una mirada anticonvencional, por eso no disocio las dinámicas políticas de las miradas estéticas, porque ahí tenemos una nueva emoción. No se trata de intentar ser acertado, porque eso es lo que hacen nuestros adversarios, intentar reducirnos a un programa de pureza, el programa de la desazón. Yo no miro como objetos, sino como sujetos y el espectador las mira así. No podemos disociar la creación de la mirada política.
Cuando se pregunta a los artistas si el cine puede cambiar el mundo, hay una falsa modestia que me sorprende. Dicen que no. Pues yo creo que sí, al menos hay que tener ese objetivo
¿Cómo de importante es una película como esta en un tiempo donde en Francia está LePen y en toda Europa vivimos el auge de la extrema derecha?
Puede que incluso sea demasiado tarde… Creo que cuando se pregunta a los artistas si el cine puede cambiar el mundo, siempre hay una gran modestia que me sorprende. Dicen que no. Pues yo creo que sí, al menos hay que tener ese objetivo. Esa falsa modestia es como decir si la cultura puede cambiar la cultura. Sí, claro que puede. Y películas como esta está tienen la voluntad de hacer cultura, y hacer cultura es crear comunidades en torno a las películas más allá de las fronteras, que se piense en el cine como nación. Europa se ve atravesada hoy por los mismos antagonistas, y que yo este hoy aquí es muy importante. Hace dos días estuve en Reino Unido, y en todos estos sitios aprendo mucho de los puntos comunes y también de mí país, un país de una gran misoginia, y eso creo que lo subestimaba.
¿Cómo ha llegado a esa conclusión?
Veo la misoginia en la crítica… No sé si esto está bien decirlo, pero creo que es la película mía que peor va a funcionar en taquilla. Ha ganado un premio de Cannes, tiene actrices conocidas, con vestuario cuidado, la prensa es buena… parece que todo está conmigo. No puedo decir que la gente es misógina, pero creo que hay algo en la película que les parece peligroso, y por eso es importante hacerla, pero no creía que fuera tan vanguardista. Y será la que tenga mas éxito a través del mundo, pero vivimos un momento político tan difícil que eso no me tranquiliza, porque no se trata de una cuestión de éxito personal.
La historia oficial está contada por el patriarcado, ¿se ha planteado cómo hubiera cambiado el mundo si no se hubiera silenciado a tantas mujeres?
Sí… creo que el hecho de que no hayan tenido la oportunidad de ser artistas, hace que falten obras en la historia del arte, pero es más grave, porque eso hace que no se hayan contado nuestras intimidades, nuestras luchas, nuestros deseos, nuestra ciudadanía… el hecho de que vivamos en un mundo donde todos me felicitan por hacer una historia de aborto, o que yo como espectadora sólo haya visto dos escenas de aborto en mi vida, me parece aterrador, y más cuando vemos que es un derecho cuestionado, ya sea por la ley o por el acceso que se da a esta práctica. Por lo tanto la dramatización del aborto en las mujeres, el que siempre sea un conflicto, un dilema, algo para lo que estamos infantilizados... es la ficción la que produce eso, o la ausencia de ficción. Por eso la ficción tiene un gran poder. Cuando descubrí la historias de estas pintoras me puse muy triste, porque sin imágenes que me han faltado incluso para saber cómo sonreír o qué postura adoptar.
Una falta de referentes...
Sí, y también una falta de alegría, porque no sólo faltan imágenes, sino que en esas imágenes que faltan está el amor, el placer, el humor. Nos han construido un mundo demasiado grave. Creo que la película tiene humor, y me molesta que me califiquen sólo como militante, lo soy, pero también somos vulnerables y divertidas.
Creo que la industria va a ser cada vez menos machista y menos racista porque la gente no irá a ver sus películas, pero es una pena que sea el mercado y no el arte el que haga eso
¿Nota un cambio en la ficción?
Quiero creer que sí, creo que la industria va a ser cada vez menos machista y menos racista porque la gente no irá a ver sus películas, pero es una pena que sea el mercado y no el arte el que haga eso, pero mira lo que ha hecho Netflix en términos de representación cuando hace una serie como Creedme. Y eso lo hace Netflix, el algoritmo, el mercado, pero ocurre... así que tenemos nuestra responsabilidad en la creación de las imágenes del arte, porque sino será el mercado el que lo haga.
En la película la mujer mira, pero también disfruta de ser mirada, como mujer en una industria machista como la del cine, ¿ha deseado que la miren por su arte y no por el hecho de ser ‘una mujer directora’?
Sí, pero no creo que debamos arrepentirnos de la época que vivimos. Hace dos años que el debate se ha hecho más interesante tras el ‘me too’ y ahora la batalla cultural se lleva a cabo en colectivos. Estamos menos solas, y eso no pensaba que fuera a vivirlo. Cuando te etiquetan como feminista o como ‘cine de mujer’, puede ser deplorable si pensamos que eso es algo pequeño, porque el imaginario queer y feminista es positivo, subversivo. Son reservorios de ficción, de poesía, y por eso prefiero que me etiqueten como mujer que como una cineasta más.
Hace poco Martin Scorsese dijo que el cine de superhéroes no es cine, me gustaría saber su opinión.
Yo interpreto lo que quiere decir, y no es el cine de superhéroes, es Marvel. Yo he crecido en una época llena de héroes, pero eran creaciones originales. Esto es una franquicia, es una forma de repetición, vivimos reboots perpetuos, con los mismos personajes. No se inventan nuevos héroes o heroínas, de hecho cuando los hay ya es otra cosa. Black Panther es cine, pero el enésimo Batman no. Esa dinámica de la franquicia en el cine americano de hoy es deprimente, es depresiva, pero no tiene nada que ver con la dinámica del blockbuster o del cine de superhéroes, sino esa declinación de la franquicia. Black Panther y Wonder Woman son cine, se plantean preguntas, y cuando las vemos no estamos en el despliegue infinito de un universo que se autocita.