¿Cómo podría entrar una obra de Shakespeare en el algoritmo de Netflix? ¿Cómo un texto clásico, complejo y lleno de profundidad y aristas puede destacar entre Stranger Things o la película de Breaking Bad? Está claro que la fidelidad a cada punto y coma de Kenneth Branagh no entra dentro de los planes y el público de la plataforma, así que la única forma posible es encontrar un término medio entre la épica en plena fiebre de Juego de Tronos y el drama familiar e histórico.
Eso es lo que intenta The king, adaptación sui géneris de Enrique IV y V que ha dirigido David Michod, prometedor director que destacó con Animal Kingdom y que parece haberse domesticado según avanza, aunque siempre algún fogonazo de talento en sus películas. También en esta película cuyo principal problema es su interminable duración, sus tiempos muertos y su falta de ritmo, provocada por intentar buscar ese punto intermedio de querer ser Shakespeare sin serlo.
Lo que queda es una película que bebe de los temas del autor inglés pero los rebaja en un guiño millenial y los riega con unas espectaculares batallas que parecen sacadas de algún capítulo de la serie de George R.R.Martin. Es aquí donde Michod se luce, en esas peleas sucias, sin ninguna estilización, llenas de barro, sudor y sangre, con el sonido de las armaduras chocando y donde el golpe más bajo puede ser el definitivo.
La película comienza contando la vida de Hal, príncipe y adolescente que no quiere seguir los pasos de su padre y ser rey, sino vivir en los suburbios, bebiendo en tabernas de mala muerte y acostándose con prostitutas. Una vida de lujuria en vez de riqueza y protocolo que se ve alterada por azares del destino y le llevarán al trono, a donde exigirá que le acompañe la única persona en la que confía, su escudero (e igual de vividor que él), Falstaff.
En este personaje que interpreta Joel Edgerton -que también ha coescrito el guion- descansan las mejores frases, los momentos más eminentemente shakespearianos y una de las cuestiones centrales del filme, la confianza y las traiciones en todos los juegos de poder. Una vez llegue Hal al poder y se convierta en Enrique V verá que en las altas esferas hay más navajazos que en los bajos fondos, y los intereses por declarar (o no) la guerra a Francia provocarán una red de engaños y planes maquiavélicos que irán desencadenando cada vez en más violencia.
La elección del actor principal también parece responder a encontrar ese equilibrio entre una adaptación millenial con ecos de Juego de Tronos y un filme adulto basado en la obra de Shakespeare. Timothée Chalamet era, sobre el papel, una elección perfecta. El actor ha demostrado con sólo 23 años que es uno de los más solventes de su generación. Capaz de bordar una interpretación compleja como la de Call me by your name -por la que fue nominado al Oscar- y de sonar más ligero y relajado en Día de lluvia en Nueva York, aquí tampoco parece encontrar su sitio. Cumple, pero nunca destaca como se esperaba de un papel de estas características.
Los secundarios lucen más, empezando con Ben Mendehlson como Enrique IV y siguiendo con Sean Harris -un actor a reivindicar que siempre actúa de secundario de lujo- como William Gascoigne. No se puede decir lo mismo de Robert Pattinson, que había encadenado una racha magnífica trabajando con autores como los hermanos Safdie, Ciro Guerra o Claire Denis, y que aquí patina como el Delfín de Francia, un papel en el que se entrega al exceso sin control en una interpretación sobreactuada y con un delirante acento francés. The king no es un fiasco, pero sí una oportunidad perdida y otro título de Netflix que pasará al cajón esperando que el algoritmo la rescate.