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El 3 de abril de 2016 una noticia sacudió los cimientos de la economía. El consorcio internacional de periodismo de investigación hacía públicas las primeras informaciones sobre lo que se denominó Los papeles de Panamá. Una filtración que descubría la forma en la que empresas, deportistas, cineastas, políticas y entidades evadían impuestos. Creaba sociedades offshore para evitar pagar las cantidades que les correspondían por sus grandes ingresos. El sistema perpetuando su desigualdad, con los ricos pagando cada vez menos mientras los pobres se apretaban el cinturón con las medidas de austeridad para salir de una crisis económica que había acabado con el estado de bienestar.

Pero, ¿quién descubrió realmente este complejo entramado de sociedades pantalla que otorgaba impunidad legal para que la gente estafara impuesto?, ¿realmente nadie sabía de estas prácticas o es que se miró a otro lado mientras se usaban para lavar dinero de negocios ilegales? A la primera pregunta intenta responder Steven Soderbergh en The laundromat, su nueva película producida por Netflix. La segunda no le interesa nada, porque a la película le interesa poco las implicaciones reales, el drama que supuso, y se centra en la cuchufleta, el truco fallero y en contar como una señora viuda de un pueblo de EEUU (interpretada por Meryl Steep), descubrió este sistema a pedir el seguro por la muerte de su marido en un accidente de barco.

Soderbergh adapta el libro de Jack Bernstein Secrecy World: Inside the Panama Papers Investigation of Illicit Money Networks and the Global Elite, pero se queda en la superficie y toma decisiones cuestionables. La heroína, por supuesto, es una americana media, mientras que los ejemplos que se ponen de gente que usaba las offshore son chinos, africanos y gente del extranjero. Tampoco se pone el foco en ningún asunto turbio, ni en cómo los gobiernos permitieron esto, y sólo cuando se descubre el pastel salen los nombres de los famosos que se lucraron.

Gary Oldman y Antonio Banderas en la película.

Ha realizado un Ocean’s eleven con un asunto que merecía más enjundia. Un Papales de Panamá para principiantes que comparada con aproximaciones a la crisis como La gran apuesta, de Adam McKay, queda en una broma de mal gusto. El filme da también la palabra (rompiendo la cuarta pared) a los cínicos Fossack y Monseca, creadores del famoso y caído en desgracia bufete de abogados, pero les muestra como dos timadores encantadores con los rostros de Gary Oldman y Antonio Banderas.

Una oportunidad desaprovechada para poner el foco en un sistema que no funciona, y que sólo saca mordiente política en su último minuto. Soderbergh cree que con el monólogo fina de Meryl Streep mirando a cámara y explicando porque hay que impedir los beneficios fiscales de empresas que, además, financian de forma salvaje las campañas de sus políticos, y las consecuencias de que las empresas esquiven sus obligaciones, ya ha cumplido con su deber como ciudadano, pero no puede resumir en un minuto y una cartela cuando ha acabado la película, todo lo que ha evitado contar con su obra. Si eso era lo que de verdad les interesaba, ¿por qué no lo incluyeron en el guion?

Ese final hizo que la prensa aplaudiera un filme fallido que además, levanta alguna pregunta viendo quien la produce, Netflix, una empresa que produce en nuestro país éxitos como La casa de papel pero que el año pasado pagó 3.146 euros gracias a su sede en Holanda. Una hipocresía que muestra que los Fossack Monseka de todo el mundo siguen actuando de forma legal y de muchas maneras.

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