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El cineasta francés François Ozon tiene un reloj interior al que le suena la alarma cuando lleva un tiempo ya sin darles quebraderos de cabeza a sus adeptos: le gusta mantenerlos al quite, no dejar que les envejezca demasiado la mirada, estirar sus espíritus hasta la fascinación o la ofensa. Le gusta oír cómo tragan saliva y colocarlos ante imágenes de esas que a uno le da vergüenza contemplar delante de los propios padres -o de los propios hijos-. Ozon es una fábrica de generar caras imposibles, como la que el cumpleañero emite, angustiado, cuando los amigos le cantan los años y le acercan la tarta de turno. La incomodidad tolerable.

“Mucha gente me decía que con mi anterior filme, Frantz, me había puesto muy serio, muy maduro, que ya no hacía cosas sorprendentes ni malévolas, y pensé ‘ni mucho menos, vais a ver’. Quería demostrarles que sigue habiendo cosas violentas en mí”, cuenta. No se le ha ocurrido otra cosa para epatar que abrir su nuevo filme, El amante doble, con el primer plano de una vagina -palpitando como un corazón en su llegada al orgasmo- que se funde con una lágrima. Esto como declaración de intenciones.

“No es sexo por sexo”, apunta mientras sorbe su agua con gas en la terraza del Ocho y Medio -y los almodovarianos piensan en los labios verticales de Hable con ella-. “Este plano avisa del viaje que hace la película: explica que vamos a hablar desde el interior femenino y que vamos a apurar el inconsciente hasta llegar a los traumas”. La obra cinematográfica está basada en la novela Vidas gemelas, escrita por Carol Oates bajo el seudónimo de Rosamond Smith. Trata sobre una joven llamada Chloé -aquí tan frígidamente bella como Marine Vacht- que empieza a salir con su psicólogo, Paul, -Jérémie Renier-, con el que ya se ha abierto en canal mientras él la contemplaba guardando un silencio de sarcófago.

Química (y psicoterapia)

Ella le habla de sus recurrentes dolores de vientre, de la distante relación con su madre -con la que a veces sueña: sueña que la mira y la juzga-, de que ni siquiera conoce la cara de su padre porque no fue más que una historia de una noche, de que de algún modo le gusta ser la víctima mientras él, quien la escucha, se hace fuerte.

“Me documenté mucho para el papel de Paul. En la novela la psicoterapia era a la americana, pero yo la he adaptado a Francia. Paul es correcto y en un momento le dice que tiene que cortar con ella, que no puede enamorarse, que va a buscarle un sustituto para que continúe su terapia… aunque al final la besa y se van a vivir juntos”, sonríe. “Muchos de los expertos con los que hablé me confirmaron que sí, que te podías enamorar de una paciente”.

En la novela la psicoterapia era a la americana, pero yo la he adaptado a Francia. Paul es correcto y en un momento le dice que tiene que cortar con ella, que no puede enamorarse... aunque al final la besa y se van a vivir juntos

Pero, ¿podrá alguna vez la relación ser de igual a igual, si el paciente ya ha puesto un mapa de su cabeza sobre la mesa? ¿Sabrá el otro entregarse así? La tensión arranca cuando Chloé empieza a padecer esa deuda de secretos y se da cuenta de que Paul le está ocultando cosas sobre su vida. Como, por ejemplo, que tiene un hermano gemelo, también psicoterapeuta, que es su némesis perfecta -¿y qué más?-. Aquí Ozon se detiene en tejer un ecosistema de gatos y espejos, de sudores y dualidades, de fantasmas más o menos corpóreos; una isla para el sexo que expulsa las obsesiones y otra para el sexo que las ejecuta. Amores caníbales, desdoblamiento de identidades, heridas remotas.

Un tortazo a '50 sombras de Grey' 

A ratos los personajes deliran y algunos requiebros del filme no sólo resultan chirriantes, sino, sobre todo, inverosímiles, ridículos: uno se imagina por instantes en su sofá, en un fin de semana pocho, tragando sin masticar la oferta del mediodía de Antena3, entre la inercia y la siesta. Pero es cierto que el padre de Joven y bonita, 8 mujeres o En la casa se arriesga y eso le honra: ahí la escena en la que Chloé domina a Paul. “Me interesaba mostrar que una mujer también puede tomar las riendas del acto sexual.Y es curioso: a las mujeres espectadoras esta escena le gusta mucho, a los hombres, bastante menos. Nos falta mucho por ahondar”.

Estamos en una sociedad donde el patriarcado tiene un fuerte peso, y está claro que va a molestar a algunos. Bueno, no a algunos… cabreará a los machistas

¿Por qué al varón le hacen tan poca gracia estos giros? El director duda. Reconoce que “hay muchos actores en Francia que no aceptarían este papel” -refiriéndose al de Jérémie Renier- por escenas tan controvertidas. Y retoma. “Estamos en una sociedad donde el patriarcado tiene un fuerte peso, y está claro que va a molestar a algunos. Bueno, no a algunos… cabreará a los machistas. El típico machista no lo va a aceptar, pero yo intento señalar que la sexualidad es lúdica, que es un juego, y que los papeles se pueden invertir”.

Todos pensamos en 50 sombras de Grey, de Sam Taylor-Wood, el último gran taquillazo del género erótico. Entre las críticas que recibió el filme, la más recurrente fue su trato de la violencia y su misoginia practicante. Qué suerte que ha llegado Ozon a sofisticar el producto: una película olvidable pero entretenida que -aleluya- le presta la fusta moral a la protagonista.