A finales de los años 70 todas las niñas soñaban con ser princesas. Querían un castillo, un traje deslumbrante y un príncipe azul que la defendiera de las brujas y la besara para despertarlas. Disney había creado un imaginario en el espectador y había modelado una imagen de la mujer siempre a la sombra del hombre. La cosa cambió en 1977 cuando llegó ella, la princesa Leia, uno de los personajes más icónicos de la historia del cine y de los que más contribuyó a cambiar la figura de la mujer en la gran pantalla gracias al a la trilogía de La guerra de las galaxias creada por George Lucas.
Ayer nos dejó Carrie Fisher, la actriz que dio vida de forma inigualable a esa princesa respondona, valiente, atrevida. Una mujer que no necesitaba a nadie para ser salvada, sino que ella era la que organizaba a toda una rebelión para salvar a una galaxia. La fuerza de Leia no hubiera sido la misma si hubiera estado interpretada por otra actriz, porque Fisher era como ella. No era la clásica estrella que disfrutaba paseando por las alfombras rojas ni se hizo famosa en comedietas de medio pelo buscando el amor de su vida. Y eso que mamó el cine desde niña -es hija de Debbie Reynolds y Eddie Fisher.
El carácter de la actriz agrandó el personaje hasta límites que nadie sospechaba. Su primera aparición no dejaba lugar a dudas,la 'chica' del taquillazo del año era capaz de contestar y soltarle cuatro burradas al mayor villano de la historia del cine. En otra voz, en otro cuerpo, con otra persona, ni siquiera hubiera sonado desafiante. Sólo hay que recordar esa primera frase que espeta a Luke cuando este le rescata en el Episodio IV: “¿No eres un poco bajo para ser soldado de asalto?”. En una frase dio la vuelta a todos los tópicos de las princesas. Ella no iba a caer rendida al primero que pasara por allí, aunque la hubiera salvado de una muerta segura. Carrie Fisher acabó en una película con el monopolio de Disney y su mundo de color de rosa. Las niñas ya no querían ser Blancanieves, querían ser Leia y empuñar una pistola.
Carrie Fisher acabó en una película con el monopolio de Disney y su mundo de color de rosa. Las niñas ya no querían ser Blancanieves, querían ser Leia y empuñar una pistola
Fue capaz incluso de enfrentarse a Lucas y a los productores en cuanto su personaje parecía tornarse en cualquier prototipo machista, de hecho fue muy aireada su reticencia -contada por ella después- para vestir el bikini dorado de El retorno del Jedi. Su valentía no se quedó en su personaje. Nunca cedió a las normas de una industria que devora a sus actrices y las convierte en despojos a partir de una cierta edad. Ella no entró en la rueda y sus apariciones más allá de la saga creada por George Lucas se limitaron a unas cuantos papeles secundarios.
Fisher demostraría una y otra vez que no había muchas como ella. Fue de esas pocas personas que se atrevió a hablar abiertamente de sus adicciones con el alcohol y las drogas, pero principalmente a hacerlo sobre el trastorno bipolar que sufría y que marcó siempre su vida. Unos problemas que no ocultó y del que hasta se reía en su libro de memorias Wishful drinking. HBO produjo un formato versión El Club de la Comedia en el que la actriz desgranaba sus vivencias con mucha ironía. Hasta de la fama de Star Wars se rió en un momento mítico en el que confesaba que un día se encontró duchándose con un bote de champú que tenía su figura y al que tuvo que decapitar para abrirlo.
Hasta su presencia y aspecto iban contra las normas de Hollywood. Nunca fue esa actriz que pasa horas en el gimnasio y anuncia champús en la televisión, Fisher fue una mujer que marcó sus normas, y en los últimos años era normal verla con sus gafas tintadas en cualquier estreno y acompañada siempre por su compañero fiel: su perro Dylan, que lo mismo iba a un late night que a una alfombra roja. Su capacidad de reírse de sí misma llegó hasta el último minuto, ya que antes de coger ese vuelo donde sufrió el paro cardíaco venía de rodar la tercera temporada de Catastrophe, la comedia británica donde da vida a la madre de uno de las protagonistas. Una señora antipática, borde y sin pelos en la lengua que siempre va acompañada, cómo no, de su perro.
Mucho más que la princesa Leia
La imagen de Carrie Fisher quedará unida siempre a la de la princesa Leia, pero la interpretación nis siquiera era el mayor de sus talentos. Fue como escritora donde demostró un don que fue demostrado en novelas como Postales desde el filo, de la que Meryl Streep llegó a protagonizar su adaptación cinematográfica, pero sobre todo como 'script doctor', o doctora de guiones.
Esta labor, fundamental en la industria de Hollywood, aunque desconocida para el gran público y no presente en los títulos de crédito, consiste en arreglar los guiones de las películas. Leerlos antes de rodarlos y coser lo que falla. Muchos grandes guionistas como Joss Whedon, Aaron Sorkin o John Sayles comenzaron así antes de saltar a la fama. A Fisher no le hizo falta ni dar ese salto. Gracias a su mano y sus arreglos disfrutamos de muchos de los grandes éxitos de los años noventa como Sister Act, Arma Letal 3, El último gran héroe o Hook.
Hoy Hollywood está de luto, como lo está el feminismo, la cinefilia y todas aquellas niñas que hoy dan gracias por haber querido llevar dos ensaimadas en el pelo y ser la princesa Leia en vez de esperar sentadas al príncipe azul.