Cada vez que estrena película, Steven Spielberg confirma que está en otra liga. Incluso cuando no propone nada especialmente nuevo. El puente de los espías es una cinta clásica en el sentido más amplio. De hecho, lo más moderno en ella es que, en tiempos de personajes (reales y cinematográficos) corruptos, cuenta la historia de un hombre íntegro. Pero es de una perfección apabullante a todos los niveles. Su historia es precisa. Su ejecución, prodigiosa. Y, aunque parece pertenecer a otra época, no es un ejercicio rígido de recreación y nostalgia: su sensibilidad es muy contemporánea.
Ambientada en la Guerra Fría, El puente de los espías cuenta la historia real de James Donovan (Tom Hanks), abogado estadounidense que acepta la defensa de un espía soviético (Mark Rylance) y, en una cadena alucinante de acontecimientos, se convierte en el protagonista de una de las operaciones más temerarias de la CIA. La película se sitúa directamente entre los títulos de Spielberg que reproducen episodios históricos de una forma tan documentada como emocional y emocionante (El imperio del sol, La lista de Schindler o Munich). Y sus puntos fuertes son un guion soberbio, en el que destaca el preciso dibujo de los personajes principales, y la incontestable habilidad de Spielberg para filmar la palabra.
Así como en la espléndida Lincoln (2012) el texto asfixiaba ocasionalmente las escenas, en El puente de los espías, película también basada en la conversación, el equilibrio entre imagen y palabra es perfecto. Son tan poderosas visualmente las acciones (la escena que resuelve la negociación es, sencillamente, magistral) como las muchas charlas a puerta cerrada. La dirección de Spielberg, sobria, precisa y llena de ideas, la música inolvidable de Thomas Newman y la alucinante fotografía de Janusz Kaminski amplifican la riqueza del guion. Un texto extraordinario, coescrito entre Matt Charman y los hermanos Coen, que habla con lucidez —y ocasionales y muy acertados toques de comedia— de temas como la paranoia, la fidelidad a un ideal y la negativa a sacar de la ecuación, tanto en situaciones íntimas como a gran escala, el diálogo y las soluciones civilizadas.
Es posible detectar cierto candor en el empeño de director y guionistas por demostrar la integridad del protagonista. Sobre todo, como decía al principio, porque un presente como el nuestro invita más a hablar de corruptos. Pero no es exactamente así. El puente de los espías confía en el ser humano, eso es innegable. Pero el protagonista está lo bastante matizado —tanto desde dentro como por los que le rodean— para no ser un personaje rematadamente ingenuo. Hay algo en él de los antihéroes de Capra, básicamente su percha, su tozudez y su negativa a dejar de confiar en la humanidad.
Pero no es un iluso, y Spielberg calibra muy bien las emociones esta vez para contar su historia. Encarnado por Tom Hanks, en uno de sus mejores trabajos en tiempo, James Donovan es un personaje complejísimo, honrado pero con miedo, con dudas y ultraconsciente de los riesgos (para él y para los demás) que toma. Es un hombre íntegro del pasado en cuyos empeños, sacrificios y acciones temerarias se refleja la desesperación del presente.