Los fieles seguidores de los dramas de época están de suerte. Mientras esperan el regreso de Los Bridgerton, Apple TV+ les invita a ver la encantadora y entretenida serie The Buccaneers: aristócratas por amor, una serie creada por Katherine Jakeways que cuyos primeros seis episodios ya están disponibles en la plataforma.

Se trata de la historia de un grupo de chicas estadounidenses y marchosas que irrumpen en la escena del encorsetado Londres de 1870, dando pie a un choque cultural angloamericano. Enviadas a hacerse con maridos y estatus, los corazones de las chicas buscan mucho más que eso.

En realidad, aunque The Buccaneers tenga todos los ingredientes para ser un éxito entre los fans de Los Bridgerton, es una serie más dramática. De hecho, esconde una fascinante historia que va más allá de la trama y que, si bien está basada por completo en la novela de Edith Wharton -que dejó sin terminar tras su muerte en 1937 y fue completado por la escritora Mary Mainwaring en 1993-, sigue estando profundamente enraizada en hechos históricos reales.

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La trama de la serie

The Buccaneers se sitúa en la Era Eduardiana de Reino Unido y en la Edad Dorada en Estados Unidos. Un periodo concreto en el que las familias estadounidenses se enriquecían gracias a la industrialización, y una época de declive para la aristocracia inglesa, que tuvo que ver cómo su riqueza se le escapaba de las manos.

En este contexto aparecen las hermanas Nan (Kristine Froseth) y Jinny St. George (Imogen Waterhouse), y las hermanas Mabel (Josie Totah) y Lizzy Elmsworth (Aubri Ibrag), que viajan a Europa para encontrar pareja después de que les cerraran de golpe y en la cara las puertas que daban acceso a la riqueza estadounidense.

Las protagonistas de 'The Buccaneers: aristócratas por amor'. Apple TV+

La historia comienza con la boda de Conchita Closson (Alisha Boe) con Lord Richard Marable (Josh Dylan), en Nueva York. Al darse cuenta de que las damas de honor de su prometida no son exactamente bienvenidas en la alta sociedad de su tierra natal por su estatus económico, Richard decide invitarlas a ellas y a sus madres a pasar la próxima temporada de matrimonios en Londres.

Al otro lado del Océano Atlántico, las jóvenes perciben un mundo que las desprecia y les da la espalda, aunque sea por diferentes razones, y en la Gran Bretaña eduardiana, todos los estadounidenses son considerados inferiores. Sin embargo, el hecho de dejar atrás su hogar les ayudará a conocerse más a ellas mismas, y también les llevará a descubrir que el aamor podría estar esperándolas donde menos se lo esperan.

Las princesas del dólar

Aunque The Buccaneers no se está basada en ninguna historia real, la serie sí que se inspira en un fenómeno histórico que existió en realidad. Se trata del conocido como el de las "princesas del dólar", las llamadas mujeres estadounidenses que eran despreciadas por la élite establecida y se casaron para pasar a ser mujeres británicas de la aristocracia.

Según una edición de 1915 de The Titled American, un periódico dedicado a facilitar este tipo de matrimonios, fueron alrededor de 454 herederas estadounidenses las que acabaron casándose con aristócratas ingleses entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Esto daría pie a que casi 25 mil millones de dólares entrasen directos en las cuentas bancarias de los aristócratas británicos.

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Esta tendencia comenzó en 1874, cuando Jennie Jerome, hija de un financiero de Nueva York, se casó con Lord Randolph Spencer-Churchill. Jerome, que hoy en día es más conocida por ser la madre del exprimer ministro británico Winston Churchill, era una mujer muy adelantada a su época y que incluso tenía un tatuaje de una serpiente en su muñeca izquierda, algo extremadamente raro y que no estaba bien visto por las mujeres de su época. Además de esto, Jerome era conocida por ser una mujer de gran belleza y su retrato fue muy demandado en las décadas de 1870 y 1880.

Su compañera en este juego a ser conocida como "princesa del dólar" era Consuelo Vanderbilt, que describió a Jerome como una mujer con ojos grises que "brillaban con la alegría de vivir y que cuando, como solía ser el caso, sus anécdotas eran atrevidas, era en sus ojos y en sus palabras donde se podían leer las implicaciones".

Mary Leiter y Nancy Langhorne, dos de las conocidas princesas del dólar.

Después llegaría Vanderbilt, que se casó en 1895 con Charles Richard John Spencer-Churchill, sobrino de Jennie y Randolph, y pasó a ser una de las herederas estadounidenses más famosas que se abrió camino en la alta sociedad británica a principios del siglo XX.

Junto a ella también estaban otras mujeres como Mary Leiter, que se convirtió en virreina de la India unos años después de su matrimonio en 1895 con Lord George Curzon; Nancy Langhorne, una mujer de Virginia, que se casó con William Waldorf Astor en 1879 y se convirtió en la primera mujer votada para asumir un cargo en el parlamento inglés; y Frances Work, más tarde conocida como la Honorable Sra. Frances Burke-Roche, bisabuela de la princesa Diana, que fue también una princesa del dólar, nacida como hija de un magnate de Wall Street.

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El trato era simple: mientras estos hombres de la aristocracia británica necesitaban dinero para mantener a flote su riqueza y su hogar, sus parejas estadounidenses, así como sus padres y madres, codiciaban los prestigiosos títulos de nobleza que poseían.

Y de esos intercambios nacería toda una industria, con casamenteras dedicadas a emparejar a solteros y solteras elegibles en ambos lados del Atlántico, e incluso revistas que publicaban anuncios personales sobre hombres británicos que buscaban esposas estadounidenses.

Realidad vs. ficción

Este escenario es ideal para un drama romántico de época como The Buccaneers, donde se muestra que la vida de estas mujeres quedaba lejos de ser precisamente un cuento de hadas. De hecho, los aristócratas británicos a menudo daban la espalda a estas jóvenes y sus familias, que abandonaban sus hogares para vivir en lugares menos habitables y que carecían de cosas básicas como la electricidad, la fontanería interior o la calefacción central.

"Después de casarse, [sus casas] se convirtieron en castillos donde para poder bañarse una criada tenía que hacer cinco viajes desde la cocina al sótano, cargando jarras de agua caliente para llenar una bañera", explicaba en una entrevista la autora de The American Heiress, Daisy Goodwin. 

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Pero la falta de comodidades modernas no es lo único que dificultaba la vida de estas parejas. Muchos de los matrimonios fueron meros acuerdos financieros, sin una sola pizca de amor o afecto involucrado en la relación.

Se dice que Jennie Jerome, por ejemplo, fue engañada por su marido varias veces, y que se vengó al encontrar sus propios amantes, entre los que estaba el Príncipe de Gales. Después de pasar la mayor parte de su matrimonio separada de su marido, Jerome quedó viuda cuando él murió de sífilis en 1895.

Consuelo Vanderbilt

Sin embargo, la historia más trágica es sin duda la de Consuelo Vanderbilt, que al igual que Conchita, se casó en Estados Unidos con el duque de Marlborough y poco después se mudó a Inglaterra. Sin embargo, a diferencia de Conchita, Consuelo no estaba en absoluto enamorada de su marido.

De hecho, incluso había estado comprometida en secreto con otra persona antes de la boda, pero la relación terminó porque su madre se dedicó a encontrar un marido aristócrata para su hija. Una caricatura que apareció en los periódicos de la época mostraba a la heredera con las manos esposadas a la espalda, atadas a una larga cadena que sostenía su madre. Para empeorar las cosas, se sabía que el duque era un hombre esnob y a menudo frío, cuyo principal interés era su propia imagen. La pareja se acabó separando en 1906.

Este fenómeno de "la princesa del dólar" empezó a decaer hacia el año 1911, cuando tuvo lugar la coronación del rey Jorge V. Como el monarca no veía con buenos ojos este tipo de uniones, la aristocracia británica empezó a cerrar sus puertas a las herederas americanas. No obstante, este período de la historia sirvió de inspiración para muchos escritores, desde Henry James hasta Anthony Trollope y, por supuesto, Edith Wharton.