Una vida atravesada por el dolor y un despertar emocional entre diversas generaciones. Para Ángeles González-Sinde (Madrid, 1965), El Comensal -la exitosa novela de Gabriela Ybarra publicada en 2015 que ahonda en el trauma del asesinato de su abuelo, el empresario y político Javier de Ybarra, a manos de ETA- reunía infinidad de componentes que conectaban con su yo interior. Pérdida, hemeroteca e historia. "Hay muchos elementos de la obra que tienen que ver con mi mundo y con lo que me preocupa en la vida", afirma la directora a EL ESPAÑOL.
La ex ministra de Cultura traslada la historia de Ybarra a la gran pantalla, en un largometraje protagonizado por Susana Abaitua, Adriana Ozores y Ginés García Millán en el que lo político y lo personal se funden.
"Hay formas distintas de llevar el duelo y ninguna es mejor que otra", declara en relación al choque generacional a la hora de lidiar con la aflicción. Una hija que quiere indagar y un padre que busca olvidar. "En cada momento haces lo que puedes", apostilla. Con El Comensal, González-Sinde indaga en la herida familiar que se genera por medio de la tragedia.
Pregunta.- A la hora de adaptar una novela con once ediciones, ¿cuáles fueron los retos para preservar su esencia?
Respuesta.- Cuando me interesé por El Comensal acababa de salir, era 2015, iba por la primera edición y no sabíamos que iba a tener ese recorrido. Los primeros lectores hemos encontrado una historia que nos conmueve: habla de cómo los padres callamos y pensamos que protegemos a nuestros hijos, pero hacemos un mal mayor. También habla de cómo lo político y lo social están presentes en lo íntimo, en la memoria familiar. Lo que pasa fuera te puede cambiar la vida y condicionar tu educación sentimental. Eso me gustó. Es una historia en la que hay luz entre la oscuridad.
P.- ¿Hubo flexibilidad o fidelidad con respecto a la lectura original?
R.- Quise contar con Gabriela Ybarra porque la novela es una historia en primera persona. Al principio hicimos una versión en la que intentamos seguir su estructura, pero no terminó de funcionar. Poco a poco fuimos desordenando piezas. De hecho, en la obra la historia con la madre es central y su relación con el padre ocupa muy pocas páginas. A eso le dimos la vuelta. Al final es una película que no anula la lectura de la novela y una novela que no anula la lectura de la película, son miradas distintas.
P.- El personaje de Ginés García Millán representa una reticencia a indagar en el pasado. Tras el cese de la actividad armada de ETA en 2011, ¿hay menos miedo a cerrar heridas?
R.- Sí, antes no podían hablar porque se jugaban la vida. Tenían que disimular, llevar como pudieran su duelo. La tensión social y la convivencia eran muy duras y el riesgo de la integridad física muy alto. No le puedes, encima, pedir a una persona que sea consciente de sus emociones.
P.- En ocasiones se critica a las nuevas generaciones por no conocer en profundidad ciertos capítulos de la historia, ¿puede ser un síntoma derivado de ese afán por haber querido enterrarlos?
R.- Los jóvenes y adolescentes tienen que vivir el presente. Están demasiado ocupados intentando crear su identidad, intentando encajar en el presente, sobreviviendo a ese torbellino que es la adolescencia y en el que no interesa tanto el pasado. La desmemoria de la juventud en una primera instancia es comprensible, pero la sociedad tiene que poner a su disposición toda la información y las herramientas para que el que quiera, pueda saber.
"Lo que interesa en la cultura es la variedad. Que haya películas comerciales y que haya filmes como 'Alcarràs' que son más pequeños, más controlados, pero más originales".
P.- ¿Considera que la proliferación de películas y documentales sobre ETA puede ayudar a esa documentación?
R.- Esa es la función de la ficción, ponerte en el lugar del otro sin correr ningún riesgo, pero también conocer cómo viven la vida otros y emocionarte. Cuando ya no hay esa tensión de convivencia, cuando hay una seguridad para la integridad física, las personas quieren contar cómo lo vivieron. Habrá algunas versiones que nos gusten y otras que no, pero la suma de todas esas miradas es lo que va a dar sentido a la historia.
P.- Como ex ministra de Cultura, ¿cómo evalúa el statu quo del cine patrio?
R.- Es un año muy bueno para el cine español. Estamos en Cannes, hemos estado en Berlín con un premio para Alcarràs, de Carla Simón… Lo importante es que se puedan seguir haciendo películas que no están estrictamente en el campo de lo comercial, sino que son más arriesgadas financieramente. La reivindicación que están haciendo estos días los productores independientes me parece una reclamación importante para esta cinematografía. Lo que interesa en la cultura es que haya variedad, que haya películas grandes, comerciales, de gran presupuesto, y que haya filmes como Alcarràs que son más pequeños, más controlados, pero más originales y arriesgados.
P.- ¿Qué le parece que por la actual legislatura ya hayan pasado tres ministros de Cultura? ¿Afecta esto a la industria, sobre todo teniendo en cuenta el contexto pandémico de los últimos dos años?
R.- (Ríe). En eso sí veo que hay una continuidad institucional, porque la Directora General del ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales), Beatriz Navas Valdés, sigue siendo la misma y al final son los equipos que hacen la gestión cotidiana.
P.- Más de una década después de su propuesta de la 'ley Sinde', la proliferación de las plataformas y el cambio de paradigma social han erradicado, en gran medida, la piratería.
R.- Era una conversación incómoda que había que tener. Sentía que, en el mandato del ministro de Cultura, está la protección de la propiedad intelectual y que era un tema que había que abordar. Éramos el último país de Europa en el que no se intentaba regular, para bien o para mal. La cuestión es qué se ha perdido por el camino. Si hubiéramos reaccionado antes, tendríamos plataformas propias más potentes. ¿Qué ofrecemos los europeos si todas las empresas tecnológicas importantes son de Estados Unidos?
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