El otro día creí haber regresado a 2004, cuando comenzó el boicot a Willy Toledo por su gala del 'No a la guerra'. Nunca entendí bien lo que ocurrió después de aquella ceremonia. Por qué desde un lado del tablero político comenzó una campaña de acoso y derribo a nuestro cine y nuestros actores. Salimos millones de personas a la calle a gritar ese lema, pero resulta que a muchos de ellos les parecía bien que se gritara en la calle y no en una ceremonia de premios.
Creí volver a aquella época porque cuando se estrenó la miniserie de Netflix Los favoritos de Midas, algunos intentaron retomar ese boicot al actor español. Un intérprete que ha estado vetado durante años en la industria del audiovisual. Sin embargo, me reconcilié con la especie y con los espectadores al darme cuenta de que eran cuatro mamarrachos. La serie fue un éxito, y hasta mucha gente decía que aunque pueda estar en desacuerdo con las formas o contenido de lo que dice Toledo, le da lo mismo que esté o no en una serie. No por eso va a dejar de verla.
Por fin hemos aprendido de aquello que tanto hemos envidiado de EE.UU., donde ninguna persona va a dejar de ver una película de Clint Eastwood por republicano (su discurso en contra de Obama hablando a una silla vacía es top de la vergüenza ajena) o una de Clooney por "progre" y "rojo". Y creo que estos pasos adelantes que se empezaron a dar en el cine hace años con fenómenos como Ocho apellidos vascos o La isla mínima, han cristalizado gracias a la gran calidad de nuestras series. La madurez que llevan años demostrando, tanto en abierto como en las plataformas, ha hecho que el espectador se deje de milongas.
Nuestras series hablan de nosotros. Y hablan maravillas. Son esa ‘Marca España’ que tanto se han empeñado en crear y vender. Que usen nuestras series. A nuestro país le define una serie como Veneno, que ponen de ejemplo toda la comunidad trans mundial por su defensa del colectivo y su capacidad para emocionar. España es Antidisturbios y el talento de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña hablando de cloacas del estado y cabreando a los policías que no se dignan en ver su serie. Somos un país que se abraza tímidamente para poder salir adelante como lo hacen Miren y Bittori en un episodio de Patria que emociona hasta al New York Times.
Esto es parte de lo que podemos presumir en 2020, pero es que hay mucho más. Somos el país que creó una serie en una televisión en abierto a la que copió descaradamente una superproducción de EE.UU.; y donde una creadora joven puede escribir, dirigir y protagonizar una serie sobre mujeres normales y arrasar en Cannes Series. Porque superheroínas habrá muchas en Hollywood, pero señoras de la calle no. Ellos tienen Mujeres desesperadas, pero nosotros a las Señoras del (h)Ampa.
Le pese a quien le pese, porque por desgracia hay mucho hater (no voy a usar la palabra que usaba Paquita Salas) que se empeña en negar todo esto. Hay hambre por nuestras historias, porque les enseñemos cómo robar la casa de moneda y timbre o incluso para que un culebrón adolescente muestre la normalización de la sexualidad en los jóvenes. Nuestras series son la imagen del país que somos cuando damos nuestra mejor imagen, y tenemos que defenderlas.