Marta Robles (Madrid, 1963) es periodista, es escritora, es rubia y tiene esa clase de físico que el vulgo asocia con el pijerío. Pijerío que ella ha retratado y retrata implacablemente en su última novela, 'A menos de cinco centímetros' (Espasa). Una especie de fresco pornocriminal por el que desfilan inquietantes personajes capaces de la mayor crueldad y también de gastarse seis millones de euros en una biblioteca privada. Ah, la protagonista se le parece pero no es ella, aunque solo sea porque una finge los orgasmos y la otra no; y además cree que esa es una práctica femenina a extinguir.
A menos de cinco centímetros es novela negra y es novela erótica, sí. Lo de novela negra era un poco consustancial: desde que era muy niña me interesó, hasta me censuraban las redacciones en el colegio porque eran relatos muy sangrientos, o eso decían. Por otro lado, ya de adulta, escribir novela negra me imponía porque necesita una arquitectura muy sólida y muy específica, quería sentirme preparada para poder desarrollarla con cierta destreza. En un momento dado, encontré a mi personaje con un olor a perfume de violetas, y a su alrededor vi clara la historia que quería hacer.
Previamente, ya con la novela en ciernes, van y me encargan un "relato pornocriminal". Tal cual, como lo oye. Me lo encargó mi amigo Fernando Marías, que siempre me mete en estos líos. Mi relato iba a ir dentro de una antología coordinada por Juan Ramón Biedma y con los grandes nombres de la novela negra en España. Me puse a escribirlo y me salió del tirón, quedé contenta porque me había salido con un punto de reivindicación feminista y hasta con un punto de humor. Y fue como un aliciente más para atreverme a desarrollar las escenas de sexo que salen en la novela, que son…potentes.
Asiente usted vigorosamente ante esta afirmación, señorita Grau, acabamos partidas de la risa las dos. Qué bueno, ¿no? Pero parece que se propone usted ir por partes, que no hay prisa por llegar al… ¿catre de la novela? Pasito a pasito, pues: me comenta usted que en su opinión esta es una novela socialmente muy sabia, escrita por una mujer.
Yo, que conozco muy bien el mundo que retrato, la alta sociedad madrileña sobre todo de los magnates de la comunicación, aunque no solo… Me pregunta cuánto hay de autobiográfico, cuántas heridas de guerras propias… Bueno, ciertamente yo ya tengo unos cuantos años y soy y he sido siempre una curiosa profesional. Por eso soy periodista. Mi vida ha sido fijarme en todo lo que sucede a mi alrededor y contarlo. Me ha gustado y me gusta mucho poder hacer eso de arriba abajo, entender tanto el funcionamiento de los círculos más aparentemente exquisitos como el del 'lumpen'. Además están las lecturas, que tamizan todo lo vivido. Misia, mi protagonista, es una gran lectora, como yo, aunque reconozco que le he prestado más de mi vestuario que de mis libros, vestimos más igual de lo que leemos.
Siguiente pregunta: que si yo, Marta Robles, me he percatado de que soy una mujer guapa a rabiar y que en algunos momentos esto ha podido llegar a eclipsar el resto de mis atributos. Que en determinados momentos de mi emergencia mediática ha habido quien ha podido pensar que estaba donde estaba… pues por eso, por guapa. Luego se van viendo las otras facetas, pero, de entrada, ¿es la belleza un arma de doble filo?, me pregunta usted. Sin duda. Pero lo más curioso es que hace unos meses saqué un ensayo que se titulaba, Haz lo que temas. Escribiendo eso me desnudé públicamente, mucho más que si me hubiera puesto en cueros en la plaza pública de un pueblo. Allí contaba, desde mi punto de vista personal, claro, por qué era yo tan insegura. Hablaba de mi infancia, de mi adolescencia y de todo.
¿Por ejemplo? Pues de mi época de patito feo, de la relación con mi padre, que fue muy dura. Mi padre era una persona muy ocupada a la que le gustaban poco los niños, yo tenía dos hermanos que eran niños de catálogo, monísimos, estupendos, y yo era la que quedaba descolgada, era una niña muy desgarbada, todo piernas, todo brazos… ¿Cómo dice? ¿Que todas las mujeres que de adultas somos altas y delgadas, con un cuerpo elegante, de niñas hemos tenido que pasar por la dolorosa fase de jirafilla? Bueno, algo hay de eso. Yo me sentía como un rompecabezas mal encajado, con las piezas puestas al contrario… Eso era duro porque mi padre me negó no solo el reconocimiento físico sino el intelectual. La verdad es que yo estuve buscando su aprobación toda mi vida. Compaginé los estudios de Periodismo con el trabajo porque mi padre me dijo que no me pensaba pagar esa carrera. Llegó a decirme: "Volverás de rodillas a pedirme que te dé de comer".
Luego con el paso de los años la vida no me fue tan mal. Y cuando murió mi padre, había gente que me dijo: "Marta, no sabes lo orgulloso que estaba tu padre de ti". Y yo me quedé atónita. Cuánto habría agradecido que una sola vez me lo hubiese dicho. Toda la vida buscando su aprobación, ya digo. Cuando por fin pasé de patito feo a cisne, cuando mi cuerpo floreció, mi padre empezó a estar más simpático conmigo, eso es verdad. Pero yo estaba llena de cicatrices y rechacé su acercamiento.
Lo curioso es que después de dar el paso a cisne volví a ser patito feo: tuve un accidente, me rompí las dos piernas, estuve un año sin andar. Me atropelló una moto. Fue una etapa muy dura hasta que pude quedarme como estoy. Pero por eso me hace tanta gracia cuando hay quien especula sobre si estoy donde estoy por más o menos guapa y por rubia. ¿Se puede usted creer que una vez me sugirieron que me cortara la melena para tener más credibilidad para hacer un informativo? Por supuesto no solo no me corté la melena, sino que me la dejé más larga.
Pero es verdad que la belleza es un arma de doble filo. Yo soy una mujer llamativa porque soy alta, porque soy delgada, porque tengo los pómulos grandes… Pero creo que gran parte del atractivo, en serio, es el carácter. Y que te pongan el cartelito, claro.
Hablando de cartelitos, me dice usted muerta de la risa que le parece que tengo mérito por haber sido a la vez musa de Ramoncín y de las élites financieras, o que eso se diga de mí, como si yo fuese una especie de… ¿Cómo dice? ¿Belleza de alto standing? Argumenta usted que sobre todo desde que escribí aquel libro, Los elegidos de la fortuna, hay quien me ve así, como el objeto del deseo de este tipo de hombres ricos y poderosos que forman el universo de la protagonista de mi novela, Misia. Hay quien eso también lo llama arribismo puro y duro, claro. Veamos: a mí personalmente el mundo de las personas con poder me parece aburridísimo. Infumable. Si tengo que sumergirme en ese mundo para hacer una entrevista pues la hago, con la misma curiosidad con que entrevistaría a cualquiera, pero desde luego no siento ninguna especial atracción por el poder.
Aprendí mucho de ese libro, Los elegidos de la fortuna. A mí de entrada en la editorial me habían pedido que hiciera un libro sobre ricos y les dije que no porque a mí los ricos no me interesan. Sí me gustaría contar historias de empresarios, contraataqué. Y encontré historias curiosísimas de personas capaces de salir adelante empezando de la nada. Había perfiles muy interesantes, a mí siempre me interesan mucho las historias de superación. Además hay cierta solidaridad, porque igual que a las rubias se nos etiqueta demasiado a menudo como tontas, mucha gente piensa que los empresarios, por el mero hecho de ser empresarios, ya son malos. Cuando los hay de todo tipo: los hay que son unos corruptos y unos jetas pero también los hay que se desviven por la gente que trabaja en su empresa y son capaces de hacer increíbles sacrificios para no dejar una nómina sin pagar.
Cambiando de tercio, aunque solo un poco: me pregunta usted por la importancia que en mi última novela tienen las apariencias, unos códigos de indumentaria tan exquisitos como inflexibles. Es verdad que yo dedico muchas líneas y mucho esfuerzo a contar cómo va vestida Misia, por ejemplo. En todas partes los códigos de indumentaria son muy fuertes, mandan señales y mensajes. Te los puedes saltar pero para eso tienes que conocerlos primero y estar muy seguro de ti mismo. Y eso no significa tener más o menos dinero: fíjese en que los códigos de indumentaria del mundo más underground, más alternativo, pueden llegar a ser incluso más exigentes, menos abiertos a la transgresión. Mi hijo es skater y no veas los códigos que tiene. Tanto en mi novela como en la vida, el vestuario es una máscara de los personajes.
Cambiando otra vez de tercio, aunque de nuevo solo un poco, en la novela se da mucha importancia a la diferencia de edad entre Misia y su marido. ¿Qué experiencia tengo yo en relaciones de ese tipo? Cero. Jamás he tenido una relación así y sería muy difícil porque no me atraen, no me gustan nada los hombres mayores. La máxima diferencia de edad que yo he vivido con un hombre son los siete años que me lleva mi marido, eso no es significativo… Yo sé que otras mujeres sí pueden llegar a sentirse muy atraídas por hombres mayores (o al revés), pero no es mi caso ni el de la protagonista de mi novela que, efectivamente, se acuesta con su marido primero por agradecimiento y más adelante por cariño, pero en ningún momento llega a sentir verdadera pasión por él. La relación de Misia con su marido no es natural. Pero bueno, no podemos contar más sin desvelar detalles de la trama de la novela.
De todos modos insiste usted en que mi novela pone el dedo en la llaga del sexo fingido como cosa habitual para muchas mujeres. Es verdad que muchas más mujeres que hombres fingen interés sexual en parejas de larga duración. De todos modos, yo creo que las cosas están cambiando y que las mujeres empiezan a pensar más en sus propias apetencias sexuales, a ser incluso más exigentes con el atractivo de los hombres, y quiero pensar que incluso a fingir menos.
Me felicita usted por las escenas de sexo de la novela porque le han parecido tan vívidas y sugerentes como elegantes. También me comenta que le ha llamado mucho la atención el seductor de Misia, Armando Artigas, un hombre que desde muchos puntos de vista es poco o nada recomendable como pareja pero que en cambio en la cama está a sus pies, absolutamente pendiente de darle placer a ella… Bueno, es que algo tiene que ofrecer Armando Artigas, si no ofrece compromiso ni cercanía ni cariño, lo que ofrece es un sexo absolutamente al servicio de la mujer, más una buena conversación y una discreción total. Claro, si encima Artigas fuese egoísta en la cama, ¿qué mujer le iba a aguantar?
También le ha llamado la atención el absoluto triunfo por goleada en esta novela de la mujer madura. La única jovencita que sale lo hace tarifando y bastante trasquilada, sin llegar a despertar verdadero deseo en ningún hombre, se ponga como se ponga… No era mi intención plantearlo así, creáme, aunque sí creo que es una buena noticia la nueva visibilidad, el nuevo empuje de la mujer madura en la sociedad.
Es verdad que yo escribiendo esta novela he aprendido mucho de muchas cosas. De la trata de personas. Del dolor que llegan a ver y a acumular dentro los corresponsales de guerra. Me interesa mucho cómo las personas que han visto guerras de cerca luego son reacias a considerar fácilmente a nadie ni bueno ni malo, saben que cualquiera puede serlo todo según sus circunstancias.
Y sobre todo esta historia me ha permitido reflexionar sobre hasta qué punto la sociedad en la que vivimos está toda ella construida sobre engaños. Hay engaños grandes, pequeños, de todos los tamaños. Todos engañamos alguna vez. A veces por pura supervivencia, a veces por diversión, a veces por interés... Y eso me devuelve al sexo, que es verdad que en la novela hay mucho, desde las escenas de sexo más lúdico por diversión hasta el más brutal por sometimiento, en las escenas de la guerra. Todo son relaciones de poder, si te fijas.
Volviendo a mí y a mi inseguridad de patito feo, ya que usted insiste… Bueno, yo creo que la inseguridad no se supera. Se domestica. Se aprende a vivir con ella e incluso a sacarle partido. Por ejemplo, no hay curiosidad sin inseguridad. Los arrogantes se vuelven muy fácilmente ignorantes. La raza humana no habría avanzado ni medio pasito sin dudar de todo. La gracia es que la duda te haga avanzar, que no te inmovilice. La gracia está en irse planteando pequeñas metas, pequeños horizontes, y tener claro, como decía Shakespeare, que la perfección suele ser enemiga de lo bueno. ¿Que si yo también escribo para que me quieran más, como Gabriel García Márquez? Yo creo que eso lo hacemos un poquito todos, pero no deja de ser arriesgado: en función de lo que hayas escrito, unos te van a querer más y otros menos.
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