Núria Espert (Hospitalet, Barcelona, 1935) es una grande de las tablas, de las letras y del espíritu. Una de las pocas que nos van quedando. Lo mismo se faja con un vendaval lorquiano que planta cara a la guerra de Irak o se alinea con el PSOE, así sea con muuuuchas prevenciones. A nada le teme tanto como al desencuentro de los políticos con la cultura o a que el bajo nivel de la política patria nos lleve a terceros comicios. Por no hablar de la política no tan patria, que el 'brexit' la tiene fumando en pipa… Menos mal que la vida y el arte dan alegrías. Una de ellas será su participación en el Teatro de La Abadía de Madrid, en Incendies, la obra de Wajdi Mouawad llevada al cine por Denis Villeneuve. Imprescindible.
Sí, es verdad que tengo en ciernes un estreno precioso el 15 de septiembre en La Abadía de Madrid. La versión teatral de Incendies. ¿De verdad me dice usted que la versión cinematográfica es una de las historias más sobrecogedoras que ha visto nunca? Bueno, yo vi el espectáculo cuando el director lo trajo a Madrid, lo recuerdo con inmensa admiración. Después me llegó el texto, es hermosísimo, grandiosísimo; me di cuenta de que no había llegado a explorar todas sus posibilidades como espectadora. Sí, que no nos dé vergüenza decirlo: es uno de los mejores textos de todos los tiempos.
Estoy de acuerdo con usted, mi carrera se ha basado en gran medida en los textos, en trabajar con grandes autores de teatro nacional. El teatro que de verdad perdura es el teatro de mensaje, el que se apoya en la palabra, en el gran texto. Aunque es verdad que el teatro en sí es tan generoso que en él tiene cabida todo: el mimo, la comedia... Pero yo soy de las que sigue pensando que Incendies pertenece a la tradición teatral más noble, aquella donde estarían Shakespeare, Lorca, Valle-Inclán...
¿Me dice usted que no se imagina el teatro de Lorca sin mí, sin Núria Espert? Mire que es usted simpática. Con lo mucho y muy bien que Lorca se ha representado... Pero es verdad que yo he tenido la suerte extraordinaria de que las obras de Lorca me abrieran las puertas a grandes giras internacionales. Su teatro llega con una gran potencia a absolutamente todo el mundo, ejerce una fascinación universal. Todo el mundo se sabe algún verso suyo de memoria, Víctor García le cogió además el punto fantástico.
Pero, ¿qué me dice usted? ¿Que una vez en Nueva York asistió a un recitado bilingüe de Lorca? ¿Y le gustó más la versión inglesa? Sí. Ya sé que esas cosas pasan, que no son imposibles. Pero qué pena que no se preocuparan de evitarlo, porque allí, a la fuerza, tuvo que haber un error gordo de alguien. Una cosa es que Lorca, como Shakespeare o Goldoni, traspase cualquier cultura y cualquier prejuicio, y otra que dejemos que se nos escape delante de nuestras narices.
En cuanto al aniversario de su asesinato… Bien, pasan los años pero la herida no se cerrará nunca. Lo importante no son las celebraciones, no son los aniversarios, lo importante es que sus libros se siguen agotando, que la gente joven lo sigue descubriendo maravillada, con los ojos como platos. Que se conmueven. Es un autor que no se olvida. ¿Que si me siento un poco su viuda, la viuda de Lorca? Ay. Lo que sí creo que me gustaría es ser un poco su hermana.
Supongo que es inevitable lo que viene ahora, que ya estamos tardando demasiado en entrar a comentar la situación política actual. El teatro no puede escapar a ella porque el teatro es el espejo de la sociedad, refleja su desorden, su corrupción, su caos. No el caos creativo, o no sólo, sino el otro, el caos que hunde. Es verdad que los japoneses utilizan la palabra caos, los signos que la expresan, para sugerir oportunidad, cambio. Ellos le ven un lado positivo, el lado de lo inesperado. Pero debo decir que aquí, al borde de unas posibles terceras elecciones, no le veo ninguna gracia a la interpretación japonesa y más bien me quedo con la española. Nos estamos infligiendo un daño muy importante. En lugar de dar un paso adelante, damos treinta hacia atrás.
¿Me vio usted interpretando El cerco de Leningrado, de Sanchis Sinisterra? ¿Y dice que se le quedó grabada aquella frase de mi personaje, de aquella mujer que de repente se preguntaba: "¿Y qué haremos ahora los que no tenemos de qué arrepentirnos"? Pues sí, sigue siendo una frase muy hermosa, muy vigente, muy contemporánea. Muy de esta mañana, ¿no cree? Es lo que tienen los grandes autores, que siempre da la impresión de que aquello lo acaban de escribir en el mismo momento. Pues bueno, ya veremos qué haremos los que no sabemos de qué arrepentirnos. Por ahora no lo sé. Vi en la televisión al exprimer ministro británico, Tony Blair, pidiendo perdón por la guerra de Irak, diciendo que sí se mintió, que en realidad nunca hubo armas de destrucción masiva. Él pide mucho perdón, luego salen las madres de los muchachos muertos en esa guerra monstruosa y él venga a pedir otra vez perdón. Es lo menos que pueden hacer, supongo, pero... ¿cómo ha podido usted desde ese lugar, desde ese sillón con tanto poder, mandar gente a la muerte? ¿Es o no es eso un crimen contra la Humanidad? Ni con cadena perpetua resolveríamos un solo milímetro de esa culpa.
No, no sea usted ingenua, yo no les concedo ni el beneficio de la duda, no creo para nada que se equivocaran. Si ellos mismos reconocen que no tenían documentos, que los famosos peritos no les llevaron nada... Mintieron, mintieron y mintieron. Y ya está. ¿Por qué? Ah, pues porque convendría a sus intereses, y allá que se fueron los tres, Aznar incluido.
Volviendo a Incendies, que toma como marco de fondo y de referencia el conflicto de Oriente Medio, sólo hay que prestar atención a la actual crisis de refugiados, de pobreza, de ignorancia. Si eso es todo lo que los filósofos del mundo nos están diciendo, ¡todos esos grandes gritos de advertencia...! El autor de Incendies ha tenido una visión muy cósmica, muy humana: se sitúa en un punto concreto del planeta pero en realidad es como un profeta de la totalidad del alma humana.
¿Me considera usted idealista? ¿Optimista? Bueno, puede ser un mecanismo de compensación, porque mi marido es bastante pesimista. Cuando yo vi que a Armando los problemas le atosigaban, le agobiaban, le hundían, hice una especie de truco de actriz, ¡zas!, y me volví la optimista de la pareja. No se da una ni cuenta, pasa solo. El amor es en el fondo un proceso orgánico de adaptación.
Me pregunta usted cuál es el secreto de una pareja tan estable, con un recorrido tan largo, en el mundo de la farándula además. Es verdad que ahora parece que se está cambiando de señor y de señora a cada momento. Pero oiga, no sólo los actores, también los banqueros y los dependientes del colmado de la esquina, lo de los actores y las actrices inestables es un poco una leyenda urbana. Existen montones de parejas muy sólidas en el mundo de la cultura.
Hace falta que intervenga un cierto factor de suerte. Que nada se rompa. Que los dos pongan la misma afición. Que no surjan imprevistos. Haber elegido bien, lo cual tiene su riesgo. Es como elegir carrera cuando eres muy, muy joven, y a lo mejor no siempre con una vocación clara y definida. Armando y yo nos conocimos, nos enamoramos, salí de gira, regresé y me casé con él. Me gustaba muchísimo su manera de ser, a él lo mismo, creo, y con el tiempo crecíamos, los papeles evolucionaban y cambiaban, yo crecí con él… Crecíamos los dos pero creo que yo más al ser mucho más joven. Fuimos socios, cómplices, amantes. Padres. Hijos.
Ay, qué de cosas me saca usted, qué recuerdos… Es verdad que Terenci Moix dijo una vez que cuando escribía sobre Cleopatra, el rostro que le ponía era el mío. Terenci es uno de los mejores seres que han existido en el mundo, el más divertido y a la vez profundo cuando había que serlo. Y leal. Dejó en todos los que le quisimos, que somos muchísimos, un agujero horroroso en la vida. De esos que no se llenan con nada. Hay que ser muy estúpido para no pensar en la muerte. Lo malo es cuando alguien se va por algo que parecía que podía evitarse, cuando ese alguien se muere, digamos, antes de tiempo.
Sí, supongo que tiene usted razón cuando sugiere que fuera de las tablas tiendo a ser una persona muy sensata, ordenada, nada estridente. Aunque la profesión, quieras que no, condiciona. Hoy ya llevo seis entrevistas y me queda una por la tarde. Cuando actúo me reservo, me quedo quieta, me guardo para lo que pasará a las ocho de la tarde. Si no hay entrevistas puedo pasarme el día leyendo, haciendo sudokus o simplemente saliendo a pasear.
¿Se nota demasiado que a los actores no nos gusta que nos entrevisten? Bueno, es parte de nuestro trabajo, entra en el sueldo. Como maquillarme, que tampoco me gusta. Pero oiga, eso no impide que de pronto se pueda establecer una relación, que de pronto te sientas relajada y a gusto, como estoy yo en este momento con usted, cuando el periodista sabe de qué habla y no va perdido. Contaba en este sentido Rafael Alberti una anécdota muy divertida, que una vez llegó un periodista y le preguntó: "Entonces, ¿es usted el famoso autor del Sí, sí, sí, Dolores a Madrid?". A lo cual Alberti contestó: "Mira, no te tiro por la ventana porque vivo en un piso muy alto". A mí no me han preguntado nunca nada tan alucinante. Pero sí ha venido quien con todo el desparpajo te dice: "Cuénteme, ¿cómo empezó usted en el teatro, cómo le dio por ahí?".
¿Que si en casos así los entrevistados no tenemos nunca la tentación de mentir, de colarle al periodista indocumentado cualquier trola que se nos ocurre? Oiga, pues es una idea. Pero, en general, lo que pasa es que te aburres y que estás deseando acabar cuanto antes.
Sí, ya le veo en la cara que quiere volver a hablar de política. Vale, hablemos. ¿Que si los artistas nos sentimos maltratados por el gobierno y que qué opinamos de la política cultural vigente? Mire, el drama es que tenemos unos políticos absolutamente convencidos de que la cultura no les da votos. No se dan cuenta de que la incultura se los quita. Llevan meses y meses debatiendo, les he oído hablar mucho pero decir poco, algo dicen de sanidad, de justicia social... De cultura casi nunca. Entiendo que huyen o pretender huir de un elitismo mal entendido, y eso les lleva a caer de lleno en un igualitarismo zafio, en el temor al libro y al museo, a cavar zanjas con el supuesto pueblo. Ellos creen que al pueblo les gustan más las fiestas callejeras que la cultura, les parece más progresista que ir al teatro.
¿Y esto se arregla? Cambiando de opinión ellos, yendo más al teatro, divirtiéndose… ¿Que si van todos de gorra? Bueno, es verdad que abusar de ir de gorra al teatro es una forma de microcorrupción si usted quiere, pero no creo que sea el caso en este país. En general, la compañía y el teatro se reservan cuatro localidades diarias por si de repente asisten personalidades imprevistas tipo el Rey. Pero nada más. Otra cosa es que se invite a mucha gente, también intelectuales y periodistas, sí, a los estrenos. Pero los estrenos son un mundo aparte que nada tienen que ver con la explotación normal del espectáculo. No se sienta usted culpable si la invitan a un estreno, la invitan precisamente para que se hable de la obra, para que usted se haga eco, para ayudar a prender la mecha del boca a boca. Eso es bueno, es dinero bien gastado, noblemente gastado. Por eso a veces los estrenos dan falsos resultados, puede tener mucho éxito el estreno y luego la obra en su conjunto no. O al revés. Son públicos muy distintos a veces.
Antes el pateo era habitual en el teatro. Demostraba pasión. Para patear tenías que estar muy enfadado, si no con irte ya ibas que ardías. Pateaba mucho por ejemplo Valle-Inclán a Margarita Xirgu. Ahora eso se ha perdido, si de repente en una zarzuela ha habido pateo, pues me parece muy bien. Lo que pasa es que parece que ha pillado a muchos con el pie cambiado. De pronto, un día te cambian el menú en el restaurante. Pues eso es lo que le ha pasado al público de esa zarzuela.
¿Que si me han pateado a mí? Pues sí, cuando hice Hamlet, antes de empezar hubo un pateo que a mí me pareció que duraba tres horas. Todo porque yo hacía un papel de hombre en el año 59. Mira que si llegamos a estar en los tiempos del teatro isabelino...
¿Que si yo nunca me altero por nada? No, mujer, hay cosas que sí me sacan de quicio. Por ejemplo, estas últimas elecciones. Pues claro que fui a votar, fuimos toda la familia en fila india, las dos veces. Las dos veces voté lo mismo. ¿Satisfecha? Para nada. Voté lo que tenía que votar, pensando no en las personas, sino en las ideas profundas. Pero es verdad que experimento un hondo sentimiento de orfandad política. Los partidos suben y bajan, a veces hay personas magníficas y otras veces, no tanto.
Pero hasta a mí me parece horrorosa, ya ve, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Me parece el fin del mundo, una catástrofe, un tsunami. Ojalá lo pudieran enmendar pero no parece. Suerte que siempre nos quedará el teatro, los libros, los amigos. Seguro que del brexit, Shakespeare escribiría una gran tragedia. Una protagonizada por un idiota.