José María Aznar aparece en 17 secciones diferenciadas y con 58 menciones directas (varias de ellas sólo en referencias a pies de página) en la investigación sobre el papel del Reino Unido en la guerra de Irak publicado este miércoles. Su papel estuvo a rebufo de los actores principales en una invasión promovida por George Bush, a cuyo carro se subió también su homólogo británico Tony Blair. Su escaso protagonismo no fue impedimento para que el entonces presidente español presionara para avanzar hacia la incursión militar, según los testimonios de diplomáticos británicos recogidos en el denominado ‘informe Chilcot’.
Para David Manning, asesor de política exterior de Blair en la época en que se gestó la invasión, estaba claro: España habría ido a la guerra con Estados Unidos incluso si el Reino Unido se hubiese echado atrás.
“Supongo que los españoles habrían seguido [adelante]. No sé, pero Aznar estaba absolutamente convencido y estaba claramente muy, muy, muy a favor de continuar con ello y no intentar sustentar el esfuerzo en una segunda resolución [del Consejo de Seguridad de la ONU, más allá de la 1441 aprobada en noviembre de 2002 que conminaba a Bagdad al desarme de su supuesto arsenal de armas de destrucción masiva]. Por tanto, creo que España ciertamente habría estado ahí”, respondió a los responsables del informe, que le preguntaron acerca de qué pasaría con los otros miembros de la Coalición de apoyo a Estados Unidos si Reino Unido no hubiera seguido adelante. Según el informe, Blair se mostró más precavido a la hora de tomar decisiones, pero igualmente decidido por seguir adelante con la incursión militar.
Manning añadió que, aunque “no estoy seguro sobre los otros”, “imagino que hubieran permanecido junto con los estadounidenses”, recoge la transcripción de su comparecencia ante los investigadores.
Aznar era reticente a una segunda resolución de la ONU
El primer ministro laborista quería que Naciones Unidas votara una segunda resolución antes de invadir Irak. En un encuentro con Aznar el 30 de enero de 2003 en Madrid, de paso a un viaje de Blair a Washington, el premier británico le dijo a su homólogo español que tenía la necesidad política de una segunda resolución. Inicialmente planearon la resolución para finales de febrero.
A principios de febrero acordaron trabajar conjuntamente sobre un borrador para esta nueva resolución. Sabían que Bush “en principio” estaba de acuerdo. El 20 de febrero Jack Straw y Charles Powell, los responsables de las carteras de Exteriores de Reino Unido y EEUU respectivamente, se pusieron de acuerdo en el borrador de esa segunda resolución.
Una semana más tarde Blair y Aznar se reunieron en Madrid para hablar de la segunda resolución. El presidente español le confesó que estaba preocupado tras su encuentro con Bush, pues veía a su socio estadounidense demasiado confiado en el éxito de la votación. El laborista y el popular hablaron de los posibles apoyos para que saliera adelante el texto y compartieron la incertidumbre con respecto a la postura de Vladimir Putin.
Aznar defendía que esa resolución sólo tendría sentido si se aseguraban el apoyo del Consejo de Seguridad. En una conversación telefónica el 11 de marzo de 2003, le dijo a Blair que no estaba a favor de llevar la resolución a una votación sin tener el éxito garantizado, relata el informe. Proponía una “resolución simple” que su socio británico no acababa de ver. Blair le expuso que habría que combinar esa opción con probar a Saddam Hussein. Aznar lo consideraba arriesgado, pero aceptó intentarlo.
Al día siguiente el premier hizo públicas sus peticiones al mandatario iraquí: era un últimatum advirtiéndole de que si no entregaba sus supuestas armas de destrucción masiva, debería enfrentarse a una acción militar, como recogió The Guardian entonces. La intención de aquellas propuestas era ganar apoyos para una nueva resolución en la ONU esa misma semana.
Presionó a Estados Unidos
Ante la comisión ‘Chilcot’, Christopher Meyer, embajador de Londres ante Washington entre 1997 y 2003, sugirió que Aznar presionó a Estados Unidos para lanzar la invasión de Irak en el plazo previsto inicialmente.
“Creo que una condición que debió haber sido una línea roja pero no lo fue, era que los procesos militares y la toma decisiones debían estar subordinados a una estrategia diplomática y política coherente”, dijo Meyer. “Se marcó un calendario provisional para una posible invasión de Irak para el comienzo de 2003, lo que en realidad era, si ibas a ir a través de las Naciones Unidas, era empezar la casa por el tejado”.
Llegado 2003, según Meyer, Reino Unido buscó retrasar la invasión para que hubiera tiempo para una nueva resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
“Para ser honestos, [Blair] logró que los estadounidenses intentaran una segunda resolución del Consejo pero de nuevo los estadounidenses estaban siendo presionados por Aznar, el presidente español, por Berlusconi, por John Howard en Australia, y se retrasó hasta el 20 de marzo. Pero el retraso no se produjo porque lo reclamáramos sino porque el Ejército estadounidense dijo: “No podemos hacer esto realmente hasta el 20 de marzo”, aseveró el embajador. En esa fecha la alianza liderada por Bush lanzó las primeras bombas sobre Bagdad.
Una estrategia de comunicación para limpiar su imagen
El otro objetivo común del que habían hablado el primer ministro británico y su homólogo español en su encuentro madrileño fue abordar las dificultades creadas por “la impresión de que EEUU estaba decidido a ir a la guerra pasara lo que pasara”.
Ambos Gobiernos, el británico y el español, se estaban enfrentando a una gran oposición entre los ciudadanos a llevar a cabo una guerra preventiva, por lo que acordaron establecer una estrategia de comunicación para mostrar que “estaban haciendo todo lo posible por evitar la guerra”.
Jeremy Greenstock, embajador de Reino Unido ante la ONU desde 1998 a 2003 y posteriormente enviado especial de su país en Bagdad, se había reunido con Kofi Annan a principios de marzo y el entonces secretario general de Naciones Unidas se había mostrado solidario con la “difícil situación” en la que se encontraban los británicos.
Greenstock le transmitió que España se enfrentaba a una situación “similar”, porque “EEUU no siempre se daba cuenta de cómo los comentarios pensados para políticos estadounidenses y un público interno dañaban seriamente la posición de sus amigos en otros países”.
En Azores, Aznar insistió en la “importancia de la alianza transatlántica, pero se enfrentaba a un peligro de ser criticado aún mayor que nosotros (por Reino Unido)”, refleja un testimonio del informe Chilcot.
La cumbre de las Azores
La imagen que pasó a la historia de los tres mandatarios que defendían la invasión de Irak se produjo en el encuentro de las islas Azores el 16 de marzo de 2003. El documento que entonces presentaron titulado “Visión para Irak y los iraquíes” llevaba el sello de los tres, pero la influencia de Aznar parece notablemente menor según la investigación británica. Aquella declaración “incorporaba muchos elementos de anteriores borradores de Reino Unido, pero la formulación sobre democracia, terrorismo y la naturaleza de la amenaza iraquí para el mundo reflejaba las prioridades de EEUU”.
Así, se omitió una referencia explícita al petróleo, se incorporó la lucha contra “todo tipo de terrorismos”, el apoyo a la democracia para el pueblo iraquí. Para Blair era esencial que la opinión pública “entendiera que no estábamos tomando posesión del petróleo iraquí”, destaca el informe que no detalla la opinión de su homólogo español al respecto.
A pesar del rol secundario de Aznar, el informe recoge que los tres líderes “discutieron la probabilidad de que la invasión fuera bienvenida” por los iraquíes, pero también que habría “riesgo de violencia” por comunidades. Dieron por hecho que la ONU no sería capaz de controlar esa violencia y que lo tendrían que manejar “rápidamente los militares”.
Los tres acordaron que a no ser que hubiera un cambio significativo en las siguientes 24 horas, darían por terminado el proceso de la ONU (la segunda resolución).
El fin de la relación entre Aznar y Blair
Aunque la guerra de Irak generó una fractura en Europa debido a la oposición de Francia y Alemania al conflicto, París acabó acercándose de nuevo a Londres, afirmó Stephen Wall, asesor de Blair en asuntos europeos a la comisión responsable del informe.
París propuso a Londres liderar Europa junto con Berlín, lo que inició un importante esfuerzo de cooperación entre las tres potencias.
Cuando se fraguaba el Tratado constitucional de la UE -que sentaba las bases de una “Constitución europea” pero fue rechazado en varios países- un punto del texto generaba gran fricción entre diversos Estados miembros. Entonces, Reino Unido, Alemania y Francia negociaron por su cuenta una solución.
“Pasaron dos cosas. Una, creo que puso punto final a la relación de Tony Blair con Aznar, aunque éste salió del poder poco más tarde. No puso punto final a su relación con Berlusconi, pero Berlusconi estaba extremadamente y casi personalmente enfadado”, afirmó Meyer.
Meyer también detalló cómo al redactar las conclusiones de una reunión del Consejo Europeo de diciembre de 2001, el presidente de la institución intentó incluir "una referencia a la necesidad de buscar la aprobación de la comunidad internacional antes de realizar una extensión geográfica de operaciones de Afganistán a, por ejemplo, Irak y el primer ministro y [el canciller alemán] Schröder y Berlusconi y Aznar la eliminaron". "Curiosamente, Schröder era parte de ese grupo en ese momento", dijo.