Se han escrito muchos libros sobre la vida de Sofía de Grecia. La Emérita ha sido protagonista o, mejor dicho, espectadora de primera fila, de la historia de España en los últimos 50 años. Este sábado ha celebrado su 86 cumpleaños en el Palacio de la Zarzuela rodeada de parte de su familia, intentando levantarse, una vez más, de los golpes del destino.
La fiesta de celebración ha sido una cosa sencilla. Se llevó a cabo un almuerzo y después tuvo que volar a Nueva York para entregar un premio al músico Gustavo Dudamel, en el marco del 70º aniversario del Queen Sofía Spanish Institute.
Antes de tomar rumbo a América, la esposa de Juan Carlos I ha compartido una mesa con sus hijos, las Infantas Elena y Cristina y el rey Felipe VI, y su hermana, Irene de Grecia.
La duquesa de Lugo estuvo acompañada por su hija pequeña Victoria Federica. Mientras, su hermana acudió escoltada por Miguel e Irene, sus dos hijos que viven en Madrid.
El Rey, sin embargo, no fue acompañado por nadie de su familia. Ni su mujer, la reina Letizia, ni sus hijas acudieron al acto. La princesa Leonor se encuentran en la Escuela Naval de Marín, en Pontevedra, mientras que la Infanta Sofía continúa en Gales, donde se encuentra haciendo el bachillerato.
El gran ausente a la mesa ha sido su marido, Juan Carlos, de vuelta en Abu Dabi tras pasar una larga temporada en Sanxenxo, Pontevedra, alojado en casa de su amigo, el empresario Pedro Campos.
Poco ha trascendido por el momento sobre el menú. Únicamente que la tarta que se ha partido es de chocolate, la favorita de doña Sofía.
La celebración tampoco ha dado para mucho más. A sus 86 años, la Emérita no ha renunciado a sus quehaceres. Nada más terminar de comer con los suyos se ha ido a Nueva York a cumplir con el deber establecido, una agenda que ha vuelto casi a la intensidad que tenía hace unos años, repleta de actos. De hecho, no le gusta que la llamen 'Emérita'. "¡Si sigo trabajando, no sé por qué me llaman Emérita!", ha comentado en más de una ocasión.
"Reina hasta la muerte, aunque no reine". Ese lema es el que le ha acompañado durante toda su vida. Es probable que la madre de Felipe VI prefiriera quedarse en Zarzuela con su hermana, sus hijos y sus nietos, pero su sentido del deber es ampliamente conocido desde que nació. Como hija de reyes, Pablo y Federica de Grecia, supo que ella no podía decidir si se quedaba una tarde en el sofá de su casa acompañada de su familia o si se marchaba a 5.000 kilómetros a entregar un premio.
La Emérita tiene desde aquella época de su infancia un truco, que ella misma bautizó como el aguantoformo. Así se lo reveló a Pilar Urbano, en la biografía autorizada que publicó la escritora navarra tras pasar muchas horas con ella. En La Reina, doña Sofía explicaba que se acordaba perfectamente la primera vez que tuvo que ir a un sitio sin ganas. Tenía seis años y se encontraba en el exilio, en Egipto, mientras las Fuerzas del Eje ocupaban Grecia. “Precisamente en El Cairo tuvieron que sacarme una muela. Me anestesiaron con éter, pero me dolía la boca a rabiar y tenía inflamada la mejilla con un flemón. Sin embargo, tuve que ir con mi familia al hipódromo, a las carreras, y estarme allí quietecita y sin lloriqueos. Entonces aprendí lo que luego les enseñé a mis hijos: ¡aguantoformo!"
Hoy, a sus 86 años, sigue utilizando la misma receta para paliar sus penas y dolores. Lo ha vuelto a demostrar manteniéndose al margen de todos los comentarios que han suscitado las imágenes y audios del pasado de su marido con Bárbara Rey, hechos que han salido en todos los medios de comunicación.
Lo cierto es que la tormenta mediática le pilló de viaje entre España, Grecia y Suiza, usando su aguantoformo y no leyendo ni viendo las noticias. Doña Sofía ha vuelto a pasar la tormenta casi sin despeinarse.
De hecho, las fuentes consultadas por este periódico dicen que lo hace "sin amargura ni rencor. Es una mujer serena que no se queja, no intriga, deja vivir, elimina el drama tirando de su gran sentido del humor, disfruta todo lo que puede y está muy agradecida porque ha tenido vivencias extraordinarias".
Esta estoicidad es la que don Juan Carlos quiso destacar de ella cuando Juan Luis de Villalonga le entrevistó para escribir su libro El Rey publicado en 1993, tras la resaca de la celebración del año anterior en toda España. Pero luego, un año después, quiso explicarse mejor a la que entonces era su amante, Bárbara Rey. En una de las conversaciones que han salido a la luz hace pocas semanas, Juan Carlos I decía: "Como profesional, Sofía es la número uno. Entre tú y yo, voy a ser egoísta para mí, es comodísimo porque como reina cumple de maravilla. Encima, aguanta, no se va con otro".
"Pero estas cosas ya no le afectan. Es que de muchas ni se entera, nadie le pone al día. Está a lo que está: el rey, la Corona, y el país. No está enfadada ni resentida. Es una mujer serena que no se queja. Siente que todo ha merecido la pena y cuando habla de su marido siempre tiene buenas palabras. No es que tragara con todo, es que fue educada en otra época y estaba casada con el rey de España, el único y gran amor de su vida”, explica una persona cercana a la familia Borbón y Grecia.
Doña Sofía lleva diez años durísimos. Se puede decir perfectamente que es la gran damnificada por el tsunami que azota la Casa del Rey, por los escándalos de las cuentas opacas, su exilio, los amantes, los problemas con Hacienda...
Desde que saltó el caso Nóos, que terminó con su yerno Iñaki Urdangarín en la cárcel, parece que no levanta cabeza. "Ha sido muy duro, súmale la muerte de sus seres queridos, Constantino de Grecia, su hermano, y sus dos sobrinos, Fernando y Juan Gómez-Acebo. Pero ella sigue adelante", explica la misma persona.
La Reina Emérita echa de menos a "Juanito", como llaman a Juan Carlos con cariño tanto ella como su hermana Irene, a pesar de las muchas zancadillas que él ha puesto en el matrimonio. De hecho, nunca ha pensado en el divorcio. "Seguirán casados hasta el final de sus días. No ha ido a Emiratos porque la Corona está por encima de todo. Sufre mucho por lo que está pasando su marido, porque le tiene cariño. Siente una gran preocupación por su estado de salud y hablan muchísimo por teléfono. No ha ido de visita porque las circunstancias de la institución están por encima de todo", relata la misma fuente.
Ella misma se definió ante la periodista Pilar Urbano como "una persona más bien reposada, introvertida y algo tímida". Y los que la tienen cerca añaden que es "una mujer escrupulosamente exquisita, educada, sensible y siempre pendiente de no dejar a nadie de lado en su trato personal. Es persistente en sus ideas y no es fácil hacerle cambiar", concretan.
No ha sido este su cumpleaños perfecto; fue un día tranquilo y familiar, con flores, un almuerzo y llamadas de teléfono. Nada especial y menos cuando tienes un viaje al otro lado del charco en unas horas.
Doña Sofía sigue cosechando aplausos haya dónde va, aunque en ocasiones tenga que escuchar comentarios que le humillan, como cuando acudió hace dos semanas a un acto público y cuando salió del coche unas señoras entre el público le gritaron: ‘Sofía sí, Bárbara no’.
La única sombra que ahora mismo hay sobre el cielo de doña Sofía es la salud de su hermana, Irene. La princesa griega, de 82 años, sufre deterioro cognitivo. Recorrió con ella el camino del cáncer hace 20 años y ahora vive en la incertidumbre de lo que esta afección les reserva.
Doña Sofía la cuida muchísimo y no hay plan o cita privada sin ella: encuentros con su familia y amigos, meriendas-cenas, museos, cumpleaños o bodas, como la de su sobrina la princesa Teodora de Grecia, donde la vimos por última vez en silla de ruedas. Los médicos le han dicho que tiene que salir, tener una vida activa y no aislarse, y doña Sofía hace todo lo posible para que se relacione.
Entre ideales todavía por cumplir, sueños rotos, la mejor actitud y mucho sentido del humor, doña Sofía tira hacia adelante. "Hay que ser realistas, me voy a morir, estamos en la edad, pero lo voy a hacer con las botas puestas", le decía recientemente a una amiga.