Sí, ya han pasado 20 años desde que Pignoise le cantara a las sirenas que no saben nadar en la cabecera de Los Hombres de Paco. Ese fue su despegue, porque ahora cuentan a EL ESPAÑOL | Porfolio que llevaban dos años dale que te pego a las guitarras, a las letras, al ensayo, y nada.
Puede pensarse que el pasado de Álvaro Benito como futbolista del primer equipo del Real Madrid les ayudó, pero fue al revés: “Muchas puertas estaban cerradas porque no es habitual que un futbolista de la élite de repente no pueda continuar su carrera por una lesión y enfrente una nueva aventura en un mundo tan diferente”. Dio igual, no se arredraron y siguieron hasta aquí, hasta el homenaje que se han otorgado grabando sus temas con Loquillo, Calamaro, Los Secretos o David Summers. Ahora se van de gira para seguir la fiesta.
Y eso que ellos dicen que, de juerga, ya poco: “Antes había futbolistas que llevaban más vida de rock star, como George Best, y sí que es verdad que las estrellas del rock and roll, a medida que ha ido pasando el tiempo, llevan una vida más de deportistas”. Se cuidan. Héctor, Pablo y Álvaro se apoyan. Tienen un pasado en común: en casa de los tres había padres muy futboleros, que los determinaron. Acordes y goles, regates y riffs jalonan sus años.
En el caso de Álvaro, nunca ha dejado del todo el fútbol. Lleva muchos años como comentarista en medios. Sus opiniones son siempre libres, siempre contundentes: “Quien ha estado en un campo de fútbol sabe que hay de todo menos respeto. Yo por jugar al fútbol no tengo que aguantar cada fin de semana un 'tú, muérete' o un 'hijo de puta'. ¿A santo de qué? En ningún otro ámbito de la vida se consiente eso”. También se forma en canto, lleva otro proyecto musical, explora y explora y le queda poco tiempo para la vida social y el amor. Su mesilla de noche sujeta una foto de su perro, que murió el año pasado, un libro y unos tapones. Tiene que dormir bien porque lo que no hace es parar. Estos son Pignoise, 20 años después.
Pregunta.– Dice la canción que 20 años no es nada, pero igual sí que son algo. ¿Qué mantiene intacto Pignoise y qué ha perdido por el camino?
Álvaro.– 20 años parece que han pasado volando, pero cuando miras la cantidad de cosas que han pasado entra vértigo. No quiero que los próximos 20 años pasen igual de rápido. Y han cambiado muchas cosas, date cuenta que cumplimos 20 años desde la salida del primer disco, pero el grupo existe desde un par de años antes. Durante esos años, aunque teníamos una dedicación casi profesional, no era un grupo profesional al no tener prácticamente ingresos por lo que hacíamos, sólo pérdidas de ilusión y dinero. Estábamos en ese proceso natural de aprendizaje y, cuando empezamos a vivir de la música, empezamos a sentir los privilegios que tiene. Es un trabajo excepcional vivir de compartir tu trabajo artístico, y que llegue a significar algo importante para cierto número de gente.
P.– Han publicado ahora Pignoise 20 aniversario, ese álbum recopilatorio lleno de colaboraciones como la de Andrés Calamaro, Loquillo o Los Secretos. ¿Qué canción del disco les ha enamorado más?
Pablo.– Va por épocas. El primero que vino a grabar al estudio fue Rulo, que grabó Sigo llorando por ti. Y nada más terminó en el estudio en mi casa, hice una mezcla rápida para mandársela a ellos y les dije "es mi canción favorita de la historia" (risas), y así me ha ido pasando con todas las demás. Estamos encantados, no sólo por la calidad de los artistas que han participado, sino también el cariño con el que han tratado nuestras canciones, además de haber dicho que sí a la primera. Ha sido un regalo para la gente, pero también para nosotros mismos, por el aniversario.
P.– ¿Con Loquillo qué tal ha ido? Se le ve entrando en el estudio en el videoclip tan fornido, tan tótem…
Héctor.– Es que impresiona. En las distancias cortas es majísimo, muy cercano. Y para nosotros era una leyenda.
P.– Ahora el grupo está de celebración, pero hubo momentos complicados. He leído que mucha gente os miraba con reticencia por su pasado como futbolista, Álvaro. ¿Por qué pasa eso? ¿No concebimos que el arte y el deporte puedan ir de la mano?
Álvaro.– Bueno, no es una pregunta para mí… Yo, quizá de una forma inocente, pensaba que la gente iba a juzgar únicamente la música, y en cambio muchas puertas estaban cerradas porque no es habitual que un futbolista de la élite de repente no pueda continuar su carrera por una lesión y enfrente una nueva aventura en un mundo tan diferente. También creo que algo que no depende de ti no lo puedes controlar, y eso nos sirvió quizá para ponernos mucho más las pilas, cerrar filas en torno a nosotros y ser conscientes de que el camino iba a tener seguramente más baches de los habituales, con lo difícil que ya es de por sí abrirse camino en el mundo de la música. Fue un proceso que existió, mi pasado era el que era, no se podía cambiar, así que recorrimos nuestro camino a nuestra manera y hasta aquí hemos llegado, y de momento nos va fenomenal.
P.– Lo que sí pasa es que los rock star han tenido fama de cuidarse poco, y los deportistas, en teoría, deben hacer todo lo contrario. ¿El equilibrio ha sido posible en tu caso, llevándole la contraria a Iván Ferreiro?
Álvaro.– Bueno, hay de todo. También es un poco de la vieja escuela eso de la mala vida. Conocemos muchos músicos coetáneos a nosotros que no tienen en absoluto mala vida. Es cierto que para el deporte no puedes tener mala vida, eso es de Perogrullo, y la música no te exige tanto estar al 100% físicamente para desempeñar tu trabajo, y quizá tiene un ambiente más lúdico. Pero también tiene que ver con la personalidad de cada uno, la vida está para disfrutarla como cada uno quiera. Nosotros nos hemos ido mucho de fiesta también, no vamos a ir ahora de… ¿No?
Héctor.– Yo creo que va más con la edad. No es lo mismo después de los conciertos ahora que cuando teníamos 25, que salíamos prácticamente después de todos.
Álvaro.– Y ahora sólo el 90% (risas).
Pablo.– De todas maneras yo pienso que también depende de la época. Antes había futbolistas que llevaban más vida de rock star, como George Best, y sí que es verdad que las estrellas del rock and roll, a medida que ha ido pasando el tiempo, llevan una vida más de deportistas. Pocas veces voy ya a un concierto en el que veo al artista salir colocado, eso es algo que ha quedado para después del concierto, tomar lo que te dé la gana o emborracharte, y no estropear tu show.
P.– Las lesiones les unieron, en cierto modo. Álvaro dejó el fútbol profesional por la rodilla, y Héctor también se lesionó y dejó el fútbol, ¿no?
Héctor.– Bueno, a mí me echaron.
Álvaro.– A él le perdió la noche (bromea).
Héctor.– No, es verdad que a Álvaro lo conocí en el centro médico del Real Madrid. Él tenía una lesión muy grave, y la mía no lo era tanto, pero sí es verdad que en esos meses nos hicimos muy amigos. Iba a su casa a verle, jugábamos a la Play, estábamos en la piscina y luego tocábamos la guitarra y la batería. Así empezó todo.
P.– Se habrá imaginado a veces, Álvaro, cómo habría sido su vida si hubiera seguido en el fútbol… ¿Hay saudade con eso?
Álvaro.– Bueno, no, no. Saudade no, pero sí me lo he planteado muchas veces: seguramente completamente diferente. Ser futbolista del Real Madrid te condiciona mucho a nivel social. Al final el hombre es el hombre y sus circunstancias, sobre todo cuando tienes una exposición tan brutal como es jugar en el Real Madrid. A mí la vida me cambia con 18 años cuando debuto en el primer equipo: en dos semanas paso de ser un estudiante de Derecho y un futbolista del Castilla anónimo a no poder ir a ningún sitio donde hay gente.
P.– ¿A ese punto?
Álvaro.– Sí, sí. Imagínate, un jugador del Real Madrid ahora mismo no puede ir por Malasaña, y a mí por ejemplo me encanta Malasaña. O no puedes ir al cine a una hora normal donde haya bastante gente porque se monta un revuelo… Es incómodo. Hay una frase que vi hace poco en un documental, creo sobre Miguel Bosé, que decía “cualquier cosa de la fama que te gusta al principio, luego se pasa”. Y es así. Mi vida hubiera sido muy diferente porque no habría podido tener una vida anónima cómoda. Aunque mis trabajos hayan sido cara al público y la gente me pueda conocer, yo tengo una vida completamente normal, voy a cualquier sitio sin que sea incómodo. Y sí, por otra parte, me habría gustado saber cuál hubiera sido mi techo como futbolista. Con 26, 27, 28 años, saber cuál hubiera sido mi nivel.
P.– ¿Le ponía más nervioso el campo de fútbol o el escenario?
Álvaro.– Sin duda el campo de fútbol, porque es incertidumbre. El fútbol es una competición, hay un rival, puedes ganar o perder, no sabes cómo te vas a encontrar (a veces echas dos carreras y sientes que no te puedes mover y dices "hoy va a ser un día duro en la oficina"), tienes días malos en los que no estás acertado… Y la música, para empezar, es algo más lúdico: la gente viene a disfrutar. Hay que ser muy zoquete para, si tienes lleno un recinto de gente que ha pagado una entrada por verte, no salir ganador. Al final, es repetir lo que has ensayado. Es cierto que hay que saber leer al público, y eso te lo da la experiencia de los años: saber qué tipo de público es y qué necesita ese día, más hablar o menos hablar, provocarles más o simplemente que la cosa fluya. Tienes más responsabilidad a nivel técnico, pero es mucho más certidumbre. Sales a hacer tu show, que lo tienes ensayadísimo, mientras que el fútbol no sabes por dónde te va a salir.
P.– Tiene su faceta como comentarista, también. ¿Qué fichaje le ha sorprendido más de este año?
Álvaro.– Bueno, obviamente el de Mbappé es el fichaje por excelencia de esta temporada. Para mí no hay duda sobre él, a pesar de que todavía no está en su rendimiento habitual. Y de momento el fichaje de Flick sí que ha cambiado un poco la dinámica del Barça. Yo creo que lo más destacable de estos primeros meses es el cambio de rumbo que ha dado el Barça con su nuevo entrenador.
P.– Se empieza a hablar de sentimientos en el fútbol, de salud mental. Pero la homosexualidad sigue siendo tabú, a diferencia por ejemplo de otros grandes temas que sí están saliendo a debate en la sociedad, como el consentimiento, a raíz del caso Errejón. ¿Qué creen que hace falta para que esto cambie?
Álvaro.– Para mí es un tema educacional. Quien ha estado en un campo de fútbol sabe que hay de todo menos respeto. En cualquier categoría, en cualquier lugar… Los que hemos crecido jugando al fútbol lo hemos interiorizado como algo normal. Al que es de diferente raza le atacan por eso, le llaman cualquier cosa… Y siempre se ha producido de forma totalmente impune en los campos de fútbol. Ahora se está empezando a perseguir, pero se tiene que perseguir mucho más.
Para que alguien con ese nivel de exposición pueda contar lo que quiera -al final cada uno es un mundo y hay que respetar los tiempos y lo que quiera contar cada uno de su vida y de su intimidad, sexual en este caso- primero debería existir esa premisa. El futbolista sigue sufriendo vejaciones, y también el árbitro y el entrenador, cada fin de semana. Y eso es lo que no se puede permitir. Agredir verbalmente por connotaciones sexuales, de raza o religión tendría que estar súper perseguido. Yo por jugar al fútbol no tengo que aguantar cada fin de semana un "tú, muérete" o un "hijo de puta". ¿A santo de qué? En ningún otro ámbito de la vida se consiente eso.
Pablo.– Es más, yo soy muy aficionado al boxeo, me encanta. He ido a 50.000 veladas y nunca he contemplado eso en un combate de boxeo. Jamás he visto insultar al rival. Jamás se ha pitado un himno. Y estamos hablando de un deporte con una cierta connotación agresiva, porque son dos personas que se están peleando, aunque sea con unas reglas. De hecho había un boxeador hasta hace poco, Orlando Cruz, que era gay, se había declarado homosexual, y jamás tuvo un problema en ninguna pelea. Entonces yo creo que es una cosa, como dice Álvaro, de educación. Y ya está bien de normalizar esto. Demos ejemplo también a los niños: no puede ser que en un campo de fútbol haya un tío llamando hijo de puta al árbitro, y que el niño lo esté viendo. Yo pienso que son cosas que acabarán cambiando, pero hace falta autocrítica.
P.– Dos futbolistas y un aficionado al boxeo. ¿Cómo era su casa de pequeños? ¿Había más balones o guitarras? ¿Sus padres les influyeron?
Álvaro.– ¡Las dos cosas! Mi padre era mi entrenador, cuando yo jugaba, antes de que me ficharan en las categorías inferiores del Real Madrid con 14 años. Así que mucho fútbol porque mi padre es un loco del fútbol, pero también toca la guitarra. Había muchas guitarras en mi casa, muchos vinilos. Me viene por los dos lados.
Héctor.– Yo sólo fútbol. Mi padre era muy futbolero, de pequeño se me dio bien y por eso probamos en el Real Madrid y nos cogieron. Pero lo de la música fue una casualidad, si no hubiera conocido a Álvaro nunca hubiera tocado un instrumento.
Álvaro.– ¡Yo soy su padre musical!
Pablo.– Y mi padre es entrenador de fútbol también, lleva entrenando 50 años. Es un fanático del fútbol, así que supongo que me viene de ahí el fútbol a mí también. Y la música es que no tengo recuerdos sin música. Además de pequeño me gustaba mucho exponerme, cosa que ahora no. De pequeño iba al colegio en la furgoneta cantando, me flipaban las canciones de Ulises, Dartacán y los Mosqueperros… ¡Todo!
P.– Álvaro, tiene otro proyecto musical que es Chicle, donde caben todas las canciones que no entran en Pignoise, por concepto. Están con la gira que viene ahora, también con formación en canto, ¿no? Son muchas cosas. He escuchado en una entrevista que sus exparejas le decían que pasaba mucho tiempo en el zulo metido, trabajando. ¿Cómo va con eso, con la gestión del tiempo?
Álvaro.– Estando soltero, como estoy ahora, la cosa va mucho mejor porque tengo todo el tiempo para la música. Y con poca vida social, porque me encanta lo que hago. Me encanta estar siempre con la música: mejorar como guitarrista, como cantante, como compositor… No lo digo presumiendo de ser muy trabajador, es que me gusta y creo que el ser humano tiene que ponerse nuevos horizontes, si no se estanca. No me gusta estar en el mismo lugar. A pesar de que Pignoise es un proyecto musical longevo, y tiene pinta de serlo mucho más, creo que tenemos que ser mejores cada vez.
P.– ¿No echa de menos un poco de vida social?
Álvaro.– No, en absoluto. No voy a ir ahora de digno, también he salido mucho y he sido un disfrutón, pero digamos que soy una persona muy trabajadora en lo que me pongo.
P.– Cantan “Tengo un montón de manías porque soy viejo y ya no pienso cambiar por ti”. ¿Nos afectan los años, o las daños? ¿O son lo mismo?
Héctor.– Yo creo que las dos cosas. No se es la misma persona hace 20 años o ahora. Las experiencias te hacen cambiar y evolucionar. La letra la escribió Álvaro, pero cada uno nos la aplicamos según nuestra vida. Yo ahora mismo la cama no la tengo vacía, pero la he tenido durante mucho tiempo, y se está bien con la cama llena o con ella vacía, lo importante es estar bien con uno mismo.
Pablo.– En mi caso la tengo llena desde hace mucho tiempo ya, son 18 años los que voy a hacer con mi pareja. Y la verdad es que muy feliz, tenemos dos hijos y una vida en común muy bonita. También he sido muy perro, pero en mi vida de adolescente, de los 16 a los 20.
Álvaro.– ¡Es que fue muy precoz!
Pablo: Imagínate, me vine con 20 años a estudiar a Madrid, y tuve que centrarme mucho, porque venía de Asturias de ser repetidor, muy… callejero, digamos. Así que vine aquí y pasé a ser todo lo contrario. Ahora soy súper casero, me gusta compartir con mis amigos, pero en casa.
Héctor.– Es un tío aburrido (bromea).
P.– Quien empieza pronto, luego se estabiliza. Cama llena (mirando a Pablo), cama llena (mirando a Héctor), cama vacía (mirando Álvaro) y, en la mesilla de noche, ¿qué tiene cada uno?
Pablo.– Yo siempre un libro. Estoy leyendo ahora Memento Mori, de César Pérez Gellida. Me gusta mucho ese género, y además estoy viendo la serie Última noche en Tremor. Me gusta mucho el thriller.
Álvaro.– Yo tengo un libro también, la biografía de Alejo Stivel, la foto de mi perrito, que murió el año pasado, y mis tapones. Siempre tapones.
Héctor.– Yo tengo el despertador, porque madrugo mucho porque trabajo en la empresa familiar, así que el despertador siempre al lado para no quedarme dormido, ¡que si no me despiden!
P.– ¡Trabaja en la empresa familiar! Aparte de la música, ¿no? ¿Y se puede contar de qué es?
Héctor.– Es una empresa cárnica. Nos dedicamos al cerdo, o sea que va todo… ¡Se cierra el círculo! (Risas).