Ana Gorrín estaba gorda, pero no acomplejada. Comía para celebrar y comía cuando la tristeza le envolvía. Así saciaba su excitación y sus lágrimas. Era consciente de sus kilos de más, pero no le importaba. El sobrepeso no fue nunca un problema para la Ana adolescente de 16 años y tampoco para la joven de 24. Sí comenzó a serlo para la Ana adulta, cuando con 32 años sufrió un infarto. "Morirás si no cambias tu estilo de vida", le arrojó su médico. No medía más de metro sesenta y pesaba 140 kilos.
Ahora tiene 45 años y se mantiene en los 63 kilos. En nueve meses, tras someterse a una cirugía bariátrica, llegó a perder más de 80 kilos, situándose en 56. "Creo que de una familia lo que más se hereda son los hábitos alimentarios. Un niño no come mal porque quiere, sino porque le han enseñado a alimentarse de esa manera", señala Gorrín en conversación con este periódico.
La tinerfeña revela que creció en una familia que, nutricionalmente hablando, "comía bastante mal". "Mi padre era incapaz de comerse un brócoli, así que en mi casa nada de verduras", prosigue. De hecho, Ana no es la única de la familia con sobrepeso, también su madre y su hermano. Y a su padre le llaman, cariñosamente, 'El Gordo'.
No recuerda exactamente a qué edad fue consciente de que, físicamente, no era como los demás. Con la pubertad su cuerpo comenzó a desarrollarse y a experimentar cambios físicos. Sus kilos empezaron a ser cada vez más notables. Los asumía sin complejos. "Nunca me sentí rechazada. No tuve problemas con los chicos ni con las chicas. Es cierto que, en ocasiones, pensaba 'me gustaría ponerme esa falda como la lleva María', pero aceptaba que no podía. Honestamente, nunca le di importancia. Estar gorda me era irrelevante".
Todo cambió cuando cumplió 32. Un preinfarto le hizo replantearse su estilo de vida. "Si quieres llegar a los cuarenta, debes resolver lo del sobrepeso", le expresó su médico. En aquel momento, Gorrín, por miedo, decidió someterse a un tratamiento. El primer paso fue trabajar codo con codo con los especialistas, seguir las indicaciones de un nutricionista y un endocrino. La vida de la canaria pasó de poder devorar dos pizzas familiares un martes cualquiera a seguir estrictas dietas y practicar ejercicio con frecuencia.
Aun así, Gorrín no bajaba de peso. Seguía siendo, como ella misma expresa, gorda tanto de mente como físicamente. "La obesidad es un trastorno. Es tener adicción a la comida, como lo tiene un alcohólico a la botella. El estómago siempre tiene hambre. Comes por todo: comes cuando estás triste y comes cuando estás alegre, celebras las buenas noticias con comida y te entristeces por las malas con comida", expresa.
Tras un año sin notar grandes cambios, sino "todo lo contrario, engordaba cada vez más", la comerciante decidió, por recomendación de su médico al observar que las dietas no daban el resultado esperado, someterse a una cirugía bariátrica. Tras varios meses reflexionándolo, optó por someterse al proceso a través de la Seguridad Social, pero "estuve en lista de espera dos años y medio". Así pues, se vio obligada a asistir a una clínica privada porque "era imposible seguir esperando".
Gorrín se sometió a la cirugía con 35 años. Sentía miedo. "Lo primero que te dicen, tras valorarte en consulta, es que es muy probable que un paciente con sobrepeso, como el que yo tenía, se quede en la mesa de operaciones. Eres consciente del peligro que corres, pero al final tienes que tomar una decisión. Era morir por obesidad o morir por la cirugía. Si no me mataba una cosa, me iba a matar la otra. Había que intentarlo", cuenta.
Atrapada en otro cuerpo
Gorrín asegura que es tras la operación cuando realmente comienza el proceso: "Hay problemas asociados a la cirugía que no te cuentan. Tras la cirugía, yo tenía 35 años, pero sentía que estaba atrapada en un cuerpo de alguien de 90. Tenía toda la piel estirada. Casi no me reconocía. Me hacía fotos con mis amigas y no me identificaba con la persona que aparecía en la pantalla del móvil".
Cuenta que, tras la intervención, estuvo dos años en tratamiento psicológico. Y estuvo otro año antes de la operación. Por esto, desde la Asociación de Pacientes Bariátricos y Obesidad reivindican la existencia de un control psicólogico en el protocolo de la cirugía bariátrica de la Seguridad Social, así como incluye un acompañamiento nutricional posoperatorio.
"El problema del gordo es que se miente a sí mismo, como un adicto cuando dice que tiene todo bajo control. Es una adicción como otra cualquiera. Si no se reconoce el problema y no se trata, no se va a solucionar. Por mucho que lo puedas resolver físicamente —sometiéndote a un baipás gástrico, como fue en mi caso—, si no controlas tu cerebro de gordo, estás perdido", señala.
Apoyo psicológico
"Lo más importante de todo es el seguimiento psicológico de los pacientes", expresa Gorrín. Por esta razón, señala que el objetivo de la asociación es ofrecer información y acompañamiento a aquellas personas que sufren obesidad, "contándoles experiencias que nadie se atreve a contar y explicándoles cómo funciona el proceso"."¿Qué sentido tiene hacer el gasto de operar a esa persona, haciéndole un seguimiento, digamos quirúrgico, si a los tres años vuelve otra vez a tener sobrepeso por no saber controlar su mente?", se pregunta la comerciante.
Actualmente, Gorrín revela que no lleva a cabo ninguna dieta y que "simplemente he aprendido a comer". "Muchas personas piensan que después de someternos a la cirugía nos alimentamos a base de pollo a la plancha y ensaladas, pero también vamos al McDonald's. La diferencia es que si antes me pedía dos hamburguesas y tres de patatas fritas, ahora sólo cojo el menú infantil. Tienes que conocer dónde está tu límite, hasta dónde puedes comer. A veces me ha pasado de comer algo y comer, comer, comer... y tener que decirme "¡para!". Suelen ser momentos de estrés, en los que quizás puedes perder el control. Pero no voy a arriesgar más mi vida", concluye.