La vida rota del español secuestrado por Hamás: Iván Illarramendi se mudó a un kibutz por amor
El vasco es el único español desaparecido tras el ataque terrorista. Los indicios apuntan a que está entre los 199 rehenes retenidos en Gaza.
19 octubre, 2023 03:07La vida del bilbaíno Iván Illarramendi Saizar, de 46 años, cambió para siempre el pasado 7 de octubre. El amor lo había llevado a instalarse en un kibutz a sólo dos kilómetros de la Franja de Gaza. Allí llevaba una vida despreocupada con su mujer, la chilena Dafna Garcovich, de 47 años. Pero aquel sábado, la violencia de Hamás llegó sin avisar.
Ese día, los terroristas palestinos entraron con rifles de asalto al kibutz Kissufim, donde Iván y Dafna vivían con otras 300 personas. Ambos se refugiaron entonces en la ‘mamad’, la palabra en hebreo para la habitación de seguridad que, por ley, todas las casas tienen que tener en Israel. Es un cuarto con paredes de hormigón y una puerta reforzada con chapa.
Sobre las 11:30 de la mañana, enviaron su último mensaje: “Creemos que ha entrado alguien en casa. No podemos hacer ruido”. Desde entonces, no se volvió a saber de ellos. Cuando las fuerzas de seguridad de Israel entraron al kibutz, encontraron ocho cadáveres y decenas de supervivientes. De Iván y de Dafna, ni rastro: en su casa, no había manchas de sangre ni signos de violencia, lo cual les llevó a concluir que fueron secuestrados.
Aún sin conocerse su paradero ni pruebas de que sigan con vida, Iván y su mujer se cuentan entre los 199 rehenes que Hamás retiene ahora en Gaza. Son la moneda de cambio para ralentizar la ofensiva terrestre del ejército israelí sobre la Franja. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, exigió la “liberación inmediata” del vasco y de los demás rehenes el pasado martes, cuando habían transcurrido 11 días sin noticias de él. Es el único español desaparecido tras el ataque terrorista, después de que se confirmara la muerte de la sevillana Maya Villalobo.
De Bilbao al kibutz
La historia de cómo Iván terminó en un kibutz y luego en la custodia de Hamás en la ratonera de Gaza se remonta a unos 10 ó 15 años atrás, según relata a EL ESPAÑOL el mejor amigo de Dafna, Inon Hefer. Este israelí residente en Benalmádena (Málaga) desde hace 20 años se crió con la mujer de Iván en Kissufim.
Miembro de una familia de judíos chilenos, Dafna se mudó con sus padres al kibutz con muy pocos años. Allí creció como cualquier otra niña de estas comunidades, que funcionan como un mundo paralelo dentro del estado de Israel: sus miembros apenas tienen propiedades, hacen trabajos comunitarios y viven de forma autosuficiente rodeados de cultivos y animales. Además, la base social de los ‘kibutzim’ está formada por judíos liberales, poco apegados a la religión.
“Dafna era la niña más guapa de la escuela, la chica con la que todos querían ligar. Era alguien que irradiaba luz, pero también muy suya; independiente, individual… Su padre era técnico de sonido e iluminación y yo comencé a trabajar con él”, explica Hefer sobre sus primeros años en el kibutz.
Cuando Dafna cumplió 18, se fue a recorrer el mundo. Recaló por unos meses en Bilbao y se enamoró de Iván. Al cabo de poco tiempo, decidieron casarse. Para entonces, su amigo Hefer ya vivía en Benalmádena, adonde se mudó la pareja. “Dafna me llamó y me dijo que se iba a casar con un tal Iván. Y yo dije, ‘¿qué Iván?’. Fue todo muy rápido”, recuerda.
Tras unos meses en la localidad malagueña, la pareja decidió comenzar una nueva vida en el kibutz de la infancia de Dafna. “Iván se puso a estudiar hebreo con mucha intensidad y a regularizar los papeles para quedarse en Israel. Comenzar una vida en un país lejano no es fácil, y más si tiene una cultura diferente y en las dinámicas de un kibutz, pero él se adaptó muy rápido”, dice Hefer.
Vida comunitaria
En Kissufim, la comunidad les cedió una casa, “como un chalet en el campo”, dice Hefer. Iván comenzó a trabajar en la granja de vacas del kibutz como mozo de cuadras y siguió con sus lecciones de hebreo. Más tarde, se empleó como encargado de comedor en el cercano kibutz Be’eri, donde Hamás mató a más de 100 personas el día del ataque. Era el trabajo que mantenía hasta ahora.
La vida de Iván consistía en trabajar y en relajarse en el kibutz con su mujer y sus nuevos amigos. Era una existencia sencilla. “Por las tardes, siempre se tumbaba en la hamaca de su jardín a ver sus películas con el ordenador. Era un tipo muy tranquilo y había encontrado la vida que quería”, señala Hefer, que viaja al kibutz tres veces al año y siempre se queda en casa de la pareja.
Cada vez que Hefer los visitaba, hacían barbacoas en el porche. Hefer también iba a escalar con Iván. La última vez que se vieron fue el invierno pasado. “No se convirtió al judaísmo porque la gente de los kibutz no es religiosa, pero era uno más. Eran una pareja feliz, vivían con un gatito y tenían muchos amigos”, recuerda Hefer. “Iván era el espejo de Dafna, siempre estaban juntos. Él era lo que ella siempre había buscado”, prosigue.
En España, el vasco había dejado atrás a sus padres –ya fallecidos– y a su único hermano, Ander, un técnico informático. No se planteaba volver y se había acostumbrado a vivir a dos kilómetros de la Franja de Gaza con normalidad cotidiana.
Según explica Hefer, la víspera del ataque, Dafna acudió al festival Supernova, donde los terroristas mataron a 260 asistentes y violaron a decenas de mujeres. “Escuchó los disparos, cogió el coche y volvió para casa, donde estaba Iván. El kibutz está al lado de donde se celebraba la fiesta. Yo estaba viendo por televisión el ataque de Hamás… A las 11:30 perdí la comunicación con ellos”, dice Hefer.
En todos los años que Iván llevaba en el kibutz, jamás había usado la habitación de refugio de su casa. Convivía con aquel elemento de seguridad como quien lo hace con el lavadero. Pero el 7 de octubre, la realidad se encargó de recordarle, a él y a Dafna, el porqué de su existencia. No les protegió. Desde allí mandaron su último mensaje.